Nuestro recorrido
Al encontrar poca información referente a recorridos en moto por Colombia, excepto los tours organizados, primero busqué los lugares más interesantes para conocer, y vi que eran muchos. Después empecé a descartar los más remotos, ya que Colombia tiene una extensión el doble que la de España. Una vez tenía más o menos definida la ruta, comencé a diseñar las etapas diarias y, como en otras ocasiones, o añadía días o quitaba kilómetros, pero no queríamos ni viajar con prisas ni llegar a algunos lugares, detenernos, hacer unas fotos y continuar. Al final nos salió un recorrido de algo más de 2.000 km. Parecen pocos para 18 días en moto ¿verdad? pero continúa leyendo, por favor. Estoy seguro que esa distancia la haces con tu moto en menos de 2 días… y yo con la mía también. Los 5 últimos veranos subo a los Alpes para ver alguna etapa del Tour de Francia, y el primer y último día siempre hago alrededor de 1.400 km en una jornada, pero son en Europa, por autopista y pasando por lugares que ya conozco de otros viajes. Pero aquí estamos hablando de viajar, no de ir de un sitio a otro. Y además, hacerlo por Colombia, donde en las zonas de montaña (prácticamente todo nuestro recorrido era por ellas) hacer 100 km, a ritmo normal e incluyendo alguna parada, vienen a ser casi 3 horas.
Un ejemplo. Una de nuestras etapas unía Popayán con San Agustín, son unos 140 km casi todos por «destapado». Buscando información sobre ese recorrido encontré datos tan dispares, y algunos tan poco tranquilizadores, que iban desde quienes, debido a ser zona de influencia de las Farc, directamente lo descartaban o bien aconsejaban que nunca se hiciera en solitario. Hasta quienes comentaban ir por otra ruta alternativa, ésta por asfalto, para lo que hay que dar un rodeo, doblando así la distancia. También había información de quienes aportaban el tiempo estimado y que, dependiendo del estado de la pista, podía oscilar entre las 5 y las 8 horas. De todos modos estos también recalcaban salir temprano para evitar que por cualquier motivo se hiciera de noche mientras estabas todavía en la pista. Y que en caso de lluvias, ni se ocurriera intentarlo a menos que fuera en 4×4. Desde Elephantmoto, la empresa de alquiler, también coincidian en estas últimas advertencias.
Si además queríamos que el viaje incluyera conocer con tranquilidad ciertos lugares, y la vida diaria de este país, teníamos que disponer de días «casi libres» de moto. Una vez tenía la ruta definitiva, ¡¡ sorpresa !! afortunadamente nos sobraban días. Pero estamos en diciembre, en Colombia, cuando en España (al menos en nuestra zona) hace frío, ¿cómo nos vamos a marchar sin visitar Cartagena y ya puestos, disfrutar de unos días en una playa del Caribe…?. Pero eso sería una vez entregada la moto, y ese ya era otro viaje distinto.
Bogotá
Nuestro nuevo amigo Oscar Enrique nos llevó al hotel y esperó, por si teníamos algún problema, a que realizáramos nuestro registro. E inmediatamente apareció el primer problema…Después de presentarnos, saludarnos y preguntar por nuestro vuelo, la persona que atendía la recepción me dijo:
-Sr. Jaime, por favor, ¿me regala su pasaporte?
«Vamos a ver ¿qué dice este hombre?», pensé. No es extraño que en algunos lugares te pidan algún pequeño regalo como recuerdo, vale. También hace años en Zambia nos robaron, entre otras cosas, el pasaporte de Conchi y el año pasado, en la frontera de Mozambique, nos pidieron dinero a cambio de su devolución una vez estaban sellados. Situaciones que entran dentro de la dinámica más o menos normal de un viaje, ¿pero qué me pidan cómo regalo mí pasaporte…?.
Al percatarse que hacía como si no le hubiera oído, volvió a insistir.
-Es que me es necesario.
-Sí, claro, y a mí también ¿quiere qué me quede sin el?.
Oscar Enrique intervino y me aclaró lo que quería decir el conserje, era que le «prestara» mi pasaporte para realizar el check-in. Habrá que acostumbrarse a estos giros del idioma. Una cosa importante, en toda Colombia los extranjeros que hayan entrado como turistas, están exentos de pagar el IVA en todos los hoteles. Generalmente así lo hacen, pero alguna veces hay que recordárselo.
De no ser estrictamente necesario, nunca retiramos las motos antes de que hayan pasado 12-24 horas de nuestra llegada, con los cambios horarios siempre es mejor descansar un poco antes de empezar el viaje con la moto. Por lo que teníamos un día libre para visitar Bogotá. Siempre he respetado mucho eso de que cada uno viaja cómo quiere o cómo puede, y cada uno en su viaje tiene unas preferencias u otras. Hay viajeros a quienes no les interesa en absoluto conocer las grandes ciudades. Pero en nuestro caso, que conocer el día a día de un país es una de las razones por las que viajamos, visitar alguna gran ciudad nos es imprescindible. La capital de Colombia no es que sea muy hermosa, ni debido a su extensión que su visita sea cómoda, pero una vez allí merece la pena conocer los lugares más emblemáticos. Y el ´primero es el «Museo del oro». Un edificio de 3 plantas lleno de salas con exposiciones de verdaderas obras de arte realizadas en oro y que datan de la época precolombina. Nos gustó mucho y dedicamos parte de la mañana a conocerlas.
También muy cerca del museo queda el epicentro de la ciudad con los edificios gubernamentales, el palacio presidencial, la catedral..etc. Toda esta zona es conocida como el barrio de La Candelaria. Y ya que estás aquí, tienes la oportunidad de visitar el museo del famoso artista colombiano Fernando Botero, quien donó al Banco de la República un buen número de sus obras. En el supuesto caso de que no sepas de quién hablo, en cuanto veas las fotografías de abajo vas a reconocer su estilo inconfundible.
Bogotá es la tercera capital del mundo que se encuentra situada a más altura, sólo superada por La Paz y Quito. Aquí estamos a 2.600 m, pero tener una visión de ella desde más altura es muy fácil. Solamente hay que ascender al cercano cerro de Monserrate. Lo normal para ello es usar el teleférico o el funicular, también hay un sendero, pero no es muy aconsejable. Y desde allí arriba se tienen unas espectaculares vistas de Bogotá, ya que Monserrate está a más de 3.100 m de altitud. Así nos hacemos una idea de la gran extensión que llega a tener la capital, pero incluso desde aquí es imposible abarcarla en su totalidad.
Casualmente esa noche del 7 de diciembre comenzaba oficialmente la navidad en Colombia, y se la llama «la noche de las velitas». Todo el mundo se echa a la calle para asistir a conciertos de todo tipo de música y a cenar en los parques. Esa noche la alegría inunda no sólo la capital, también todas las poblaciones del país. Precisamente a poca distancia de nuestro hotel estaba el «Parque de la 93», en el que había un gran ambiente y por todas partes se veían familias y grupos de amigos disfrutando la noche de las velitas. Por supuesto que nos unimos a esa celebración. Llevábamos poco más de 24 horas en este país y ya teníamos la certeza de que nos iba a gustar mucho.
Bogotá – Villa de Leyva
Bajo al parqueadero (estacionamiento) del hotel, para llevar la moto a la entrada y cargar el equipaje. Arranco, meto primera y voy hacia la salida. Hasta aquí todo normal. Delante tengo una barrera como las de los peajes, un empleado se dirige hacia ella para levantarla. Aprieto el embrague y levemente el freno, la moto sigue avanzando, y veo que voy contra la barrera. Aprieto con más fuerza el freno, la moto da 2 ó 3 trompicones, se cala y casi me caigo. Si fuera colombiano habría pensado «¿pero qué vaina es esto…?», al ser español pensé algo más vulgar. Sin sacar la velocidad vuelvo a arrancarla y, aunque tengo el embrague apretado, la moto sale hacia adelante, por suerte la barrera ya está subida. Frente a la puerta principal, consigo detenerla, pero con los mismos problemas que hace un momento. El empleado, que ha visto mis extrañas maniobras y lo cerca que he estado de caerme, se aproxima y me dice:
-¡Que moto más linda, y grande!. Ah, sí tiene placa de Colombia. ¿Va muy lejos?.
Le explico que es alquilada y le comento brevemente nuestro recorrido.
-¡Que chévere!, viajar así. Una pregunta patrón, y no se me moleste por ella, ¿y ya sabrá usted manejar esta moto?.
Ni me extraña su pregunta, ni me molesto por ella. Después de haber visto la de problemas que he tenido en tan pocos metros, es lógico que piense que quizás estoy un poco verde en esto de manejar una moto….
La maneta del embrague está sin presión, como si se hubiera roto el cable, sólo que no tiene, en esta moto el embrague es hidráulico. La aprieto y suelto varias veces, y parece que recupera su tacto normal. Cuando tenemos todo preparado vuelvo a comprobarla y aunque no tanto como antes, la maneta ha vuelto a perder presión. «Bueno, venga, vámonos que se hace tarde». Por suerte es primera hora de la mañana y día festivo, las calles están vacías y, aunque el embrague no termina de ir del todo bien, me las arreglo para no chocar contra ningún coche en los semáforos que encontramos en rojo.
Vamos hacia el norte por una autopista. La señal de la velocidad permitida indica 80, pienso «que precavidos estos colombianos…» . Poco a poco tengo que ir reduciendo mi velocidad. Me doy cuenta que el resto de vehículos no van mucho allá de los 80-90 km/h. El trazado lleno de curvas y el denso tráfico, no invitan a tener muchas alegrías con el acelerador. Y en todo viaje por un país desconocido, durante los primeros 100 km me gusta fijarme en la forma de conducir de los locales, y lo mejor es adaptar la mía a la de ellos. No tenemos prisa, sólo nos separan 180 km de Villa de Leyva, por lo que hacemos una parada junto a un gran lago que hay en la parte derecha de la ruta. Vemos más motos aparcadas y charlamos un poco con sus dueños. Son un grupo de Bogotá y están haciendo lo mismo que aquí un festivo, salir a dar una vuelta en moto. Nos dan algunas recomendaciones sobre las carreteras que nos vamos a encontrar y seguimos hacia nuestra siguiente parada, Tunja, en la región de Boyacá.
Dejamos la autopista y cruzamos la ciudad. Aparte de que es la ciudad de Nairo Quintana, no sabemos mucho más de Tunja, pero como no vemos nada especial, vamos en busca de la carretera que lleva a Villa de Leyva. Ahora sí, el paisaje, el trazado y el poco tráfico que encontramos durante estos últimos 40 km nos encantan. Nuestro interés por subir hasta Villa de Leyva se debe a que es uno de los pueblos coloniales mejor conservados y bonitos. Sus calles están todas empedradas, lo que yendo en moto no es muy cómodo, y sus edificios son bonitos y muy bien conservados. Nos alojamos en un precioso hotel situado junto a la gran plaza principal, que además es la imagen más emblemática y conocida del pueblo. El hotel está muy bien, es bueno, bonito y está decorado con gusto, pedir que incluso fuera barato ya habría sido el no va más. Nos cambiamos de ropa, caminamos unos pasos y estamos ya en la plaza.
-Parece que empieza a llover ¿no?
-Nada, serán cuatro gotas…
-Por si acaso mejor volvemos al hotel a por los chubasqueros…
Las siguientes 3 horas las pasamos leyendo, bebiendo «canelazos» y mirando de vez en cuando por las ventanas del hotel como descargaba una gran tormenta. Las montañas que rodean al pueblo están peladas, sin bosques, por lo que toda el agua cae en torrente desde ellas hacia Villa de Leyva. Se forman unas grandes inundaciones. Incluso a la mañana siguiente, sin haber llovido en toda la noche, el agua de las montañas sigue corriendo por las calles. Si hubiéramos llegado solamente una hora más tarde, esa tormenta nos habría pillado en la carretera, y después de haber visto su intensidad, seguramente habríamos tenido un gran problema. De momento, de ésta nos hemos librado.
Aunque queda poco tiempo para que anochezca, por fin podemos salir y conocer el pueblo, ¡y vamos si ha valido la pena el viaje hasta Villa de Leyva!. y más ahora que ha recuperado su animación. El primero de los muchos compatriotas que anduvieron por esta tierra fue Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1532, y el pueblo se fundó en 1572. Las enormes dimensiones de su plaza, una de las más grandes de Sudamérica, se deben a que en ella se formaba a los regimientos militares. Hay varios palacios y conventos realmente bien conservados.
Han preparando la plaza para acoger un concierto que se celebra esta noche, nos acercamos a verlo y disfrutamos mucho con el grupo que actúa. Se llaman Velo de Oza, y hacen música «carranga» pero adaptada al rock. La «carranga» es un estilo musical propio de esta región, Boyacá. Sus letras cuentan historias reales de la vida rural de la zona. Una canción trata acerca de «la china» (la novia) que se fue a la capital y nunca regresó, otra de lo orgullosos que están los boyacense de vestir «la ruana» (una especie de poncho típico de esta región), o de la cucharita de madera que le regalaron a alguien y que un día, junto con su celular y la cartilla militar, le robaron en Bogotá…Y así muchos temas tratados con el orgullo de pertenecer a esta tierra, con buen humor y con un ritmo tremendo.
Villa de Leyva-Honda
Al arrancar la moto no me acuerdo del problema del embrague y vuelvo a tener los mismos problemas que ayer. De nuevo bombeo el circuito y listo. Pero tendré que mirar qué es lo que pasa y solucionarlo, no es cuestión de empezar todos los días de esta forma. Debemos regresar al sur, pero lo hacemos por una carretera distinta a la de ayer, aunque también atraviesa paisajes muy espectaculares, incluso todavía más. Subimos y bajamos grandes montañas, por suerte, de momento, el día está soleado, aunque a esta altura (entre 2500 y 3500 m) la temperatura es más bien fresca. Por delante tenemos la etapa más larga, casi 400 km, no podemos demorarnos mucho por el camino o llegaremos de noche. Pero es imprescindible hacer algunas paradas, por ejemplo en Ráquira, un colorido pueblo. O en Zipaquirá para ver su catedral de sal.
Otras paradas no estaban en nuestros planes. Primero encontramos varios tramos en obras, luego el habitual gran atasco en la periferia de Bogotá y de remate aparece la lluvia. Al menos no es tan intensa como ayer y nos permite seguir conduciendo. Y de pronto una gran sorpresa, la carretera deja paso a una estupenda autopista. De este modo podemos subir nuestra velocidad de crucero, y dejar atrás a los camiones sin problemas. Pero la alegría no dura mucho. La doble vía se acaba y volvemos a la carretera estrecha y su denso tráfico, las curvas, las grandes pendientes…no hay más remedio que estar atento y hacer adelantamientos muy rápidos, o vamos a llegar a «las tantas». Aunque no hay mal que por bien no venga, a veces tener que ir tan lento, permite disfrutar más del paisaje.
Por primera vez, de las varias que lo haremos a lo largo del viaje, cruzamos el famoso río Magdalena, y ya casi estamos en Honda. Se encuentra situada a menor altura que por la que hemos viajado durante el día, por ello, a pesar de ser ya de noche, hace bastante calor. Preguntamos por un hotel decente, y después de algunas confusiones, damos con el. Es un antiguo convento reformado para este fin. Su interior es espectacular, con claustro, patios, piscina…pero sólo les queda libre la suite. Después de casi 10 horas de moto, «el grupo» decide por unanimidad que no hay ganas de ponerse a buscar otro…Ya habrá días que no quede más remedio que dormir en sitios menos lujosos.
Honda – Santa Rosa de Cabal
Otra mañana más que no tengo tiempo, o ganas, de comprobar la avería del embrague, pero hoy no me he olvidado de bombearlo antes de salir. Nuestro recorrido nos lleva por algunos de los más bonitos paisajes que uno puede imaginar. Montañas tras montañas, todo con un verdor espectacular. En una de ellas alcanzamos los 4.000 m de altitud y hace verdadero frío. Nos encontramos en medio de una densa niebla que lo envuelve todo, a veces abre un poco y hasta aparecen tímidos rayos de sol, dando todo ello una imagen de irreal al paisaje que tenemos delante. Lo que sigue siendo muy real son los interminables camiones. Por este trazado sus viejos motores resoplan una y otra vez y se mueven todavía más lentamente. Pero no dudamos que estamos viajando por unos de los mejores escenarios que hemos visto en nuestros viajes. La carretera cruza por medio de los pueblos que vamos encontrando. En todos vemos gran actividad, gente yendo y viniendo, hay color, hay alegría, hay vida. Y eso siempre gusta. Junto al desvío que lleva al famoso Nevado del Ruíz, hacemos una breve parada. En el café nos informan que, debido a que están reparando unos recientes desprendimientos, la vía hacia el Nevado está temporalmente cerrada. Por lo que continuamos hacia el valle.
Tras un descenso de 30 km llegamos a Manizales, la rodeamos por una congestionada, retorcida y peligrosa circunvalación. No me gusta un pleo y estoy deseando volver a la carretera 40. Un poco más adelante tomamos un desvío y a primera hora de la tarde estamos en nuestro destino de hoy, las termas de Santa Rosa de Cabal. Su fama hace que sea un lugar muy frecuentado por los colombianos, y el último tramo es una sucesión de alojamientos. Nos han dicho que el que más merece la pena es el que se encuentra más allá de donde termina el asfalto, como por otra parte viene a ser lo habitual, por lo que decidimos seguir y ver si es verdad. Tras unos 3 km por una pista de montaña llegamos a un edificio enclavado en el interior del bosque, tiene unas magníficas instalaciones, incluyendo unas piscinas de aguas termales. La decisión es rápida , nos quedamos aquí. A primera vista el entorno parece espectacular, pero cuando le recorremos con más detenimiento, todavía nos sorprende más. Hemos ido a parar en un gran lugar.
Santa Rosa – Salento
Los dos pueblos están separados por tan sólo 50 km, por lo que decidimos dar un rodeo por otra vía secundaria que nos han recomendado. Los kilómetros de más han merecido la pena, no tenemos prisa, ya que a Salento y a su entorno vamos a dedicar todo el día de mañana. El pueblo es muy bonito, con todas sus casas pintadas de vivos colores. El único pequeño inconveniente es que es domingo y por ello todas sus calles están repletas de visitantes. Afortunadamente a la mañana siguiente el pueblo amanece desierto.
Domingo por la tarde
Misma calle el lunes por la mañana
A medida que avanza el día sus calles se animan, pero a diferencia de ayer, hoy es la gente local quien pasea por este bonito pueblo. El nuestro, Alba de Tormes, tiene poco más de 5.000 habitantes y prácticamente todos nos conocemos. Quizás por eso nos gustan tanto los ambientes como el que vivimos en Salento, que es más o menos del mismo tamaño que Alba de Tormes. Sus gentes se paran a hablar, se saludan unos con otros, se interesan acerca de cómo les va…con nosotros hacen lo mismo. Nos preguntan de dónde somos, qué nos parece su pueblo, nos presentan a gente, nos indican lugares que nos gustará visitar y conocer…En su plaza hay unos puestos de comida al aire libre. Son baratos, limpios, con mucha variedad y todo muy sabroso. Además se desviven para que nos sintamos a gusto.
Estamos en lo que se conoce como el «eje cafetero» y es una oportunidad única para visitar alguna de las haciendas que se dedican a su cultivo y que al mismo tiempo, y como una fuente más de ingresos, ofrecen visitas guiadas por ellas. Por todo el pueblo hay un buen número de Jeeps, parece que todos los que en su día retiraron en USA han venido a parar aquí, y por poco dinero te llevan a la hacienda que quieras. Elegimos visitar una que nos han recomendado en el hotel, es la que todos conocen como «la de Don Eusebio». No está lejos. La visita dura aproximadamente 1 hora y es muy completa. Nos dan todo tipo de detalles acerca del proceso del café, de su diferentes tipos, nos enseñan las plantaciones, el porqué de unas plantas u otras junto a los cafetales, cómo es el proceso de selección, el tueste y por supuesto nos dan a probar un «tinto». Una de las cosas que nos incitan a viajar, es para aprender cosas nuevas, de lo contrario nos parece que, en parte, estamos perdiendo el tiempo y el dinero…al menos es así como los entendemos.
Por el camino el conductor del Jeep nos pregunta si tenemos algún problema en que se detenga a recoger a un campesino que va andando y lleva nuestra misma dirección. Por supuesto que le invitamos a compartir el coche. Además, el hombre parece que va bien armado…como para negarnos.
Y vamos con uno de los lugares que más nos impactó no sólo de Salento, también de todo el viaje. A pocos kilómetros al norte se encuentra el valle de la Cocora. Antes del viaje había visto algunas fotos, pero nunca pude imaginar que fuera a ser tan espectacular. Es uno de los lugares más hermosos que hemos visto en nuestros viajes. Montañas, valles, praderas, riachuelos… todo con un manto verde salpicado por la imagen de cientos de estilizadas palmeras de cera. Hay muchos senderos, de mayor o menor longitud, de más o menos dificultad, pero cualquiera de ellos te llevará por lugares que es difícil olvidar y que puedas encontrar en otros lugares del mundo. Es un escenario tan fotográfico que no es de extrañar que sirva de fondo para muchas producciones cinematográficas. De verdad, confía en mí, si viajas por Colombia, no dejes de visitar el valle de la Cocora. Además, si estuviera en otro país, no brillaría con tanta fuerza, ya que estaría lleno de turistas….Por ser una de esas maravillas naturales, que por mucho que intente describirla siempre me quedaré corto, mejor que hablen las imágenes.
Y en Salento por fin pude mirar qué ocurría con el embrague. Y que por intuir que no era nada grave, lo había ido posponiendo. Quité la tapa del depósito del líquido del embrague y estaba muy bajo. Como por las noches dejaba la moto descansando sobre la «pata cabra» entraba aire al circuito y, por ello, a la mañana siguiente estaba sin presión hasta que lo bombeaba varias veces. Por el día, al no estar la moto en esa posición o si lo estaba era poco tiempo, el sistema funcionaba perfectamente. Miré por Internet, vi que tipo de aceite específico necesitaba y también vi que en Cali había un servicio de motos BMW. Aunque en último caso sabía que esa misma aceite la encontraría fácilmente en cualquier taller de camiones o bien de maquinaria agrícola. De momento la solución era tan simple, barata y efectiva como por las noches dejar la moto descansando sobre el caballete central. De momento, caso resuelto. Desayunamos con la imagen de Salento al fondo y, no sin cierta pena, nos preparamos para partir y decir «hasta la vista» a otro maravilloso lugar de Colombia.
Salento – Cali
Poco después de Salento encontramos la ciudad de Armenia. La carretera tiene un desvío y suponemos que es para rodearla. Pero algo hago mal y después de unos kilómetros me doy cuenta que no vamos en la dirección correcta. Como la ruta me parecía tan sencilla, esta mañana no había conectado el GPS. Hay que parar, enchufar el aparato y efectivamente, en algún cruce me he liado y he tomado otra carretera que no debía. No es ningún problema, desandamos 4 km y resuelto. Estamos en una nueva región, la del Valle del Cauca y a medida que avanzamos va subiendo la temperatura, es el primer día que pasamos calor sobre la moto. El río Cauca tiene casi 1.000 km de longitud, es el segundo más grande de Colombia, y no desemboca en el mar, ya que lo hace en el Magdalena. Llevamos unos 200 km y 70 antes de Cali se abre una gran llanura. Las montañas desaparecen y su lugar es ocupado por campos de cultivo. Cada poco vemos unas señales en las que indica, «Atención al tren cañero» o «Peligro, salida del tren cañero». ¿Qué será esto?. ¿Un tren en plena carretera?. No me extrañaría, cosas más raras hemos visto. No sin cierta intriga seguimos avanzando, hasta que nos encontramos con el primer «tren cañero» y se despeja la duda. Todos los campos que vemos están dedicados al cultivo de caña de azúcar y es época de recolección. Por la carretera encontramos camiones y tractores arrastrando 2, 3 y hasta 4 largos remolques cargados de la caña de azúcar que llevan hasta los almacenes cercanos.
En todos los lugares por los que hemos pasado nos han advertido de que, a la hora de conducir, Cali (o como se llama en realidad, Santiago de Cali) es especial. A los problemas normales de una gran ciudad, tiene más de 2 millones de habitantes, se une que sus conductores son muy agresivos. A diferencia del resto del país todo el mundo tiene prisa, nadie cede un centímetro de su espacio, y los caleños, tan amables y educados fuera de un coche, se trasforman a la hora de conducir. Al final nos parece que no es para tanto, solamente un poco más de lo que se ve en otras grandes ciudades. La noche anterior buscando en Internet un hotel céntrico y con garaje dejé seleccionado un par de ellos. El primero era el Aqua Granada y una vez aparcamos a su puerta, ya no fue necesario ver el otro. La amabilidad y las atenciones con que nos recibió su gerente, el Sr. Henao, fueron más que suficientes.
El mismo se encargó de darnos algunos consejos acerca de nuestra visita por la ciudad y las zonas que debíamos evitar, en especial cuando se hiciera de noche. Al atardecer, todo el centro de Cali, al igual que el de todas las poblaciones colombianas, se iluminó con miles y miles de luces de Navidad. Estoy seguro que en cualquier pueblo mediano de Colombia hay más adornos navideños que en cualquier ciudad española. Y la gente la vive sin el ansia por consumir a la que nos hemos acostumbrado. Los colombianos son muy religiosos y celebran la Navidad con la esencia y el verdadero significado de estas fechas. Nueve días antes del 25 comienza la novena de la Navidad, especialmente en los núcleos rurales. Durante esos 9 días, entre las 8 y las 9 de la noche la gente se reúne, primero en las iglesias y después en las plazas. No sólo para rezar, también cantan villancicos (por supuesto con mucho más ritmo que los españoles) y otras canciones. Aparte de esto las iglesias siempre están abiertas, y continuamente hay gente en ellas.
El centro de la ciudad presenta una gran animación. hay bailes, conciertos, abren los puestos callejeros de comida y todo está lleno de alegría. Parece mentira que hace unos años Cali fuera, junto con Medellín, la ciudad más peligrosa de Colombia y que también figurara, en ese lamentable ranking, entre las primeras del mundo. Estuvimos toda la tarde y parte de la noche disfrutando de su ambiente y nos pareció una ciudad agradable y muy divertida. Las calles estaban repletas de gente, pero no vimos ningún mal gesto, ni peleas, riñas, ni nada parecido. Aunque imaginamos, por lo que nos habían advertido, que en ciertas zonas no es así. Todo nos iba bien, no había porqué tentar la suerte…
Cali es una ciudad que vive intensamente la música, por algo es conocida como la capital mundial de la salsa y de la pachanga, y uno de sus grupos más emblemáticos es Niche. Su fundador, Jairo Varela, tiene dedicada una plazoleta cerca del centro. En su memoria, hace justamente un año, inauguraron una escultura que rápidamente ha pasado a convertirse en un icono de Cali. Se trata de una trompeta gigante (8 m de altura), aparte de su tamaño, aparentemente no tiene nada más de especial, pero lo bueno es que si te metes debajo puedes escuchar música y canciones de Niche. que cambian según en la campana en la que te encuentres.
Por la mañana visitamos el típico barrio de San Antonio y subimos hasta la capilla que hay en lo alto y que tiene el mismo nombre. Desde arriba se tiene una bonita panorámica de Cali. Con la moto ya lista para nuestra partida, pasamos por el servicio BMW, donde amablemente rellenan el líquido del embrague. Con paciencia, pero sin dejarnos avasallar, lidiamos con los conductores caleños, atrás dejamos Cali y ponemos rumbo a Popayán, de la que nos separan sólo 150 km.
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