La primera vez que crucé los Andes fue en marzo del 2006 y seguramente desde entonces los habré vuelto a pasar en más de 35 ocasiones. Aquella primera vez fue por el Paso Cardenal Samoré que conecta Chile con Bariloche, ya en Argentina, y fue una experiencia inolvidable, ya que me pareció algo grandioso y espectacular. Con la experiencia de las nuevas travesías que vinieron después, me he dado cuenta que aquel paso es solamente uno más. No tiene la espectacularidad de muchos otros, no tiene ninguna complicación especial, por no tener no tiene la soledad que se siente por los pasos de Perú u otros que conectan Chile y Argentina. Tampoco el paisaje es tan abrumador como en Colombia o Ecuador, aunque al final son los Andes y te hacen sentir sensaciones parecidas sea cual sea la zona o el país por los que los recorres.

En marzo pasado he vuelto a cruzar los Andes, en esta ocasión de nuevo para pasar de Chile a Argentina y viceversa, pero ha sido por 2 pasos totalmente diferentes entre sí, tanto por paisajes, como por características y dificultades. El primero, el paso Hua Hum situado en la mitad sur de Chile, y el otro, el paso Agua Negra, en la mitad norte de Argentina.

El motivo de volver a viajar por Chile, por sexta vez desde el 2006 creo, ha sido el Encuentro Grandes Viajeros Chile que llevamos celebrando desde el año 2023. Al ser el tercer año consecutivo que viajo en marzo, la preparación del viaje es muy sencilla, desde el vuelo, que siempre tomo el que sale de Madrid a medianoche y aterriza en Santiago a las 9 a.m hora local, al tema de la moto que usaré allí y que siempre me proporciona Mototravel, pasando por el amigo Lavanchy que siempre me espera en el aeropuerto para llevarme al hotel, hasta la elección del propio hotel.

Desde que en el 2023 me alojé por vez primera en hotel el Diego de Velázquez, y ya siempre es mi elección. Situado en el barrio de Providencia, un lugar tranquilo dentro de lo “intranquilo “ que se ha vuelto Santiago en los últimos años, con todo lo necesario a pocos pasos del hotel, bancos, tiendas, restaurantes, centros comerciales…Y por la noche, Providencia, es un lugar seguro para salir a cenar o tomar algo con los amigos en alguna de las muchas terrazas cercanas. Y además el Diego de Velázquez también tiene todo lo necesario, diferentes opciones de habitaciones, piscina, garaje para la moto, buen desayuno, restaurante con terraza, y todo ello a un precio contenido, teniendo en cuenta su excelente ubicación y servicios. Y ya el hecho definitivo que me hará volver el año próximo es algo que sucedió a mi regreso al hotel tras mi viaje en moto. Llegué un martes en la tarde, sobre las 19h, hacía 3 ó 4 días que había pedido me reservaran una habitación para la noche de ese martes y la del día siguiente. Pues al llegar resultó que no había constancia de mi reserva y lo que era peor, el hotel estaba completo al 100×100. Pero en cuestión de 20 minutos me resolvieron el problema, me alojaron en unos apartamenetos turísticos del propio hotel, situados a menos de 60 metros, también con garage y no solamente me respetaron el precio del hotel, el apartamento era de 3 habitaciones y todo nuevo, sino que además me hicieron un descuento sobre el precio de mi reserva. ¡¡ Así se resuelven las equivocaciones o los olvidos !!.

Llegué a Santiago un jueves, día dedicado a saludar y compartir con los amigos de otros años, tomar el primer pisco sour, comprar la tarjeta Sim para el teléfono, retirar la moto en Mototravel…En la tarde del viernes marché a Machalí, a poco más de una hora al sur de Santiago y lugar donde ya el año pasado celebramos el II E.G.V, para ayudar a la gente de Mototravel a organizar todo para el día siguiente.

El sábado fue dedicado al III E.G.V. que de nuevo volvió a ser un evento con gran aceptación y totalmente asentado dentro del calendario de eventos motociclistas en Chile. Ya por la tarde regresé a Santiago, y otra cena más con amigos. El domingo más compromisos y a dejar todo el equipaje preparado para salir temprano de Santiago y empezar el viaje. “O sales antes de las 7 a.m o mejor hazlo después de las 9. Entre la 7 y las 9 el tráfico en Santiago está imposible y tardarás lo mismo en salir de Santiago”. Ese fue el consejo que me dieron el domingo en la noche y que, por experiencias anteriores, ya tenía pensado poner en práctica…

Tomé la Panamericana en dirección sur, bien conocida por otros viajes y por ello sin necesidad de desviarme para conocer lugares interesantes cerca de ella. Mi destino de ese día era Temuco, situada a unos 700 kilómetros de Santiago. La moto de este año era una 1200 GS Adventure del 2018 y con 60.000 kilómetros en su marcador. Gracias a su gran depósito, este año no tendría que llevar sujeta atrás la necesaria garrafa con gasolina cuando se viaja por ciertas rutas en Sudamérica.

Una vez dejada atrás la capital, el tráfico era más fluido, el día soleado y con buena temperatura sin llegar a ser agobiante (aquí era finales de verano)  y todo parecía estar en orden…Hasta que paré a comer algo ligero, repostar gasolina y después de pagar, al apretar el botón de arranque…¡Ay! , ¿pero qué vaina es esta?

¡La batería había sufrido una “muerte repentina”!

“Bueno, tranquilidad que no pasa nada, esto se soluciona en 2 minutos”.

Para no estorbar, y también por buscar una sombra, empujé la moto unos metros más adelante, me quité casco, guantes y chaqueta, hacía calorcito, abrí la maleta en la que llevaba el arrancador, conecté las pinzas a la batería y brummmm, liisto, el motor cobró vida de nuevo.

El alternador cargaba correctamente, así que había que resolver el problema ponienso una batería nueva. Llamé al amigo Juan Pablo, gerente de Motoravel.

¿A qué ciudad tienes previsto llegar hoy? me preguntó.

-A Temuco.

-En cinco minutos te mando la ubicación en dónde te cambiarán la batería en Temuco. O si vas a llegar tarde, me dices el nombre de tu hotel y te la dejan allí.

En estas circunstancias viajar con un arrancador, te da una seguridad parecida a la que tienes viajando por estas latitudes con una moto con un depósito normal, pero llevando atrás una garrafa con gasolina extra. Viajas, y más viajando solo como hago ahora, con la tranquilidad que, en teoría, ciertos imprevistos no revisten la gravedad que tendrían en otras condiciones. Por eso no me importó hacer otra parada más antes de Temuco, a tomar algo, aunque luego tuviera que volver a sacar el arrancador y conectarle de nuevo a la batería.

Llegué a Temuco antes de las 6 de la tarde, fui derecho al taller que me había indicado Juan Pablo y en 5 minutos salí con la batería nueva instalada, por supuesto sin tener que pagar nada, solamente la propina que le di el chico que cambió la batería. y fui camino de mi hotel. Por la noche tenía hambre, así que me pedí una buena pieza de carne y una Austral.

La ciudad no tiene ningún encanto especial, grande, industrial y poco más. Para ir desde Temuco al paso Hua Hum, la zona más bonita es la que discurre por Villarrica y Lincaray, pero como esa ruta la hice el año pasado, decidí tomar otra más al sur y que también discurre por lugares espectaculares, es la que bordea al lago Panguipulli. Y desde ahí ya hasta Puerto Fuy, último pueblo chileno y que hace honor a su nombre, porque la carretera termina en un muelle.

Una de las particularidades del paso Hua Hum, es que en Puerto Fuy hay que bajarse de la moto en la orilla del lago Pirihueico. Para llegar al puesto fronterizo hay que tomar una barcaza, pero esto, más que un inconveniente es una bendición. Durante hora y media vas navegando entre montañas repletas de vegetación, en especial de  araucanias y realmente me pareció una gran experiencia. Además del paisaje, el ir en cubierta habando con unos y otros viajeros locales, te enteras de muchas cosas, aunque siempre pasa parecido «uy, no deje usted de visitar tal o cual sitio», y casi siempre son lugares que te quedan más bine alejados de la ruta prevista. Mientras esperaba para embarcar entablé conversación con los únicos motoristas que también iban a embarcar. Una pareja argentina, ya de cierta edad, hasta eran mayores que yo. Llevaban una moto de fabricación argentina y un remolque de fabricación «casera», muy casera. Regresaban a casa despuñes de 2 meses de viaje. El remolque y su enganche no pareciína muy seguros, y así me confesaron que en algunos momentos del viaje habían tenido ciertos problemas. Lógicamente en la cubierta del barco su moto, su remolque y ellos, llamaban mucho más la atención de los otros pasajeros que mi vulgar BMW y que yo mismo.

Hice bien en escuchar a los amigos de Santiago que mientras preparaba en España mi viaje, algunos me habían recomendado hacer este paso… Además otra sorpersa, el precio del ticket de la moto para embarcar fue barato, unos 6 euros, y el ticket para mí pasaje, directamente fue un regalo, 0,25 euros (sí, está bien escrito, veinticinco céntimos) por tener ya los 65 años cumplidos…

Los trámites aduaneros en el lado chileno fueron rápidos y sin el menor inconveniente, como me sucede siempre con las motos de Mototravel, ya que toda la documentación, formularios y permisos están perfectamente rellenados de antemano por Juan Pablo, solamente pasas las tres ventanillas habituales, te estampan unos sellos y listo..

A partir del puesto chileno hay un corto tramo hasta el puesto argentino, aquí ya desaparece el asfalto y comienza el ripio hasta San Martín de los Andes, que está a algo más de 50 kilómetros. Hacía tiempo que no circulaba por ripio argentino y sigue sin gustarme, no está tan asentado como el chileno, está lleno de piedrecitas en los que cuando se mete la rueda delantera, ésta ya no quiere ir por dónde tú quieres que vaya. Además este tramo discurre entre montañas, lo que implica subidas, bajadas y curvas de todo radio que es donde más de esas piedrecitas se acumulan…Mientras conducía camino de San Martín, iba pensando que incluso me gustan más las trochas peruanas, con sus propias peculiaridades, sus dificultades y sus «piedrolos», que el ripio argentino.

Viajar uno solo en estas situaciones, para mí tiene una gran ventaja respecto a viajar con otras motos, y es que solamente tengo que preocuparme de mí y principalmente de no tener una caída. Para ello tomo todas las precauciones necesarias, si tengo que ir más lento pues lo hago, total nadie tiene que esperar por mi y yo no tengo tampoco que seguir ninguna rueda, y además tenía tiempo más que suficiente para llegar a mi destino.

San Martín de los Andes, por su ubicación y alrededores, es un pueblo muy turístico. Nada más llegar a su avenida principal salta a la vista, hoteles, albergues, bares, restaurantes, tiendas…llenan uno y otro lado, además sus edificios de madera le dan una imagen de lugar cuidado y agradable.

Lo primero conseguir otra Sim para el teléfono, acá no funcionan las chilenas, y también tener efectivo en pesos argentinos. Ay, cómo eché de menos el cambio del «dólar blue», desde que entró Milei se terminó eso del cambio ilegal-legal, y que todo el mundo te hacía, que era el «dólar blue». Los precios han subido bastante, los hoteles, las comidas…Pregunté a la gente si los sueldos también les habían aumentado en la misma proporción, la recepcionista del hotel me dijo que sí, que estaba contenta porque la habían subido el salario, la chica que atendía la casa-museo del Che Guevara me contó que había tenido que buscarse un segundo «laburo» (empleo) y otro tipo del bar donde cené me contestó «acá estamos acostumbrados a estos vaivenes, estamos siempre con el agua al cuello, pero estiramos la cabeza y así sobrevivimos…». Cada uno contó una historia diferente. La única pequeña ventaja es que los extranjeros al pagar con tarjeta de crédito, el tipo de cambio es más alto que el oficial, pero en algunos lugares no te damiten pagar con tarjeta por la alta comisión que les cobra su banco y porque el dinero no se le abonan hasta pasados 30 días, y tampoco se vuelven locos de contentos si te ofreces a pagarles en dólares. Total, el hotel, cierto que era un 4 estrellas de los de verdad, me costó unos 140 euros. Según mis cáculos, hace 2 años me habría costado (al cambio del dólar blue) menos de 100 euros.

Por acá estuvieron varios días el Che y su amigo Alberto Granado durante su viaje en moto allá por el 1952. Y el lugar donde durmieron esos días, la pastera, (así llamado porque era un almacén donde se guardaba el pasto para el ganado) lo han adecuado como museo. Como era la atracción que cerraba más tarde, tuve tiempo de visitarlo.

Por la mañana visité los alrededores de la ciudad, unos miradores y poco más porque por delante tenía 3 días de conducción cruzando un poco del norte de la Patagonia y luego parte de la Pampa, con paradas a descansar y dormir en Neuquen y San Rafael. Pensé en subir por la 40, pero ya hice tiempo atrás parte de esa zona por esa conocida carretera, y por ella, o por más al centro, el paisaje iba a ser igual de monótono con la ventaja que por la carretera que sube más alejada de la 40, la 151, es todo asfalto mientras que la 40 es ripio abandonado y aburrido. Aunque la 151 y la 143 están asfaltadas, éste tiene 100 kilómetros después de Neuquen, totalmente destrozados, con grandes rizados y jorobas que muchas veces no te dejan ir lo rápido que se podría por estas rectas y que a mi me gustaría para paliar un poco la monotonía del paisaje.

Como las ciudades están bastante separadas entre sí, llegué a Neuquen sobre las 17h y ya di por finalizado ese día. La región de Neuquel es la zona petrolífera de Argentina, cerca de aquí

está el famoso yacimiento «Vaca Muerta», aquel que en 2012 el gobierno de Cristina Fernández expropió a Repsol. Al día otra vez carretera pero «sin manta», hacía calor de verdad. Una parada a comer un rico «choripan» y llegué a San Rafael sobre las 16 h y el calor seguía dando fuerte. Pero ya había echado el ojo a un hotel estupendo en esta ciudad, el Tower Inn, con un aspecto excelente y, según estaba el día, con algo primordial, tenía piscina, o pileta como dicén allá. En ella pasé la tarde y cuando el sol bajó, y también la temperatura, salí a dar una vuelta. San Rafael es más «amigable» que Neuquen, más bonita. El hotel estaba en una larga avenida llena de tiendas, parques, bares y gente, mucha gente que había hecho igual que yo, esperar a que se pusiera el sol para salir a pasear.

Y otro día más por delante, pero hoy ya cambia el paisaje y de nuevo a terreno conocido. Cruzo Mendoza por el extra radio, la conocí bien hace 2 años. Hice una parada en las afueras en un puesto junto a la carretera para tomar un café a la sombra y para dar un poco de ganar a esta gente que haga calor o frío, llueva o haga viento, siempre están atendiendo su puestecito.

Tomo la ruta 40 norte, por aquí hay mucho tráfico pesado que bajan del norte hacía Mendoza para luego cruzar por Libertadores a Chile. En San Juan reposto y tomo algo en un lugar que paro siempre, al entrar creo haberme equivocado, pero pregunto y me aclaran que lo reformaron el año pasado. Unos 50 kilómetros después hago una última parada antes de tomar una carreterita que no conozco. La parada es en el único lugar con bebidas que encuentras entre San Juan y San José de Jachal y que siempre paró en el porque fuera tiene una sombra que se agradece. La carreterita que debo tomar aquí es la 436, que más tarde conecta con la 149 y ésta es la que me llevará hasta mi destino de hoy, un pequeño pueblecito llamado Las Flores. ¿Y qué se me ha perdido a mi allí? Pues nada especial , pero es el último pueblo de Argentina antes de tomar la dirección de mi segundo paso de los Andes, el de Agua Negra. La carretera está muy pero que muy bien, buen asfalto, nada de tráfico, cuestas, curvas, rectas…Me estoy divirtiendo mucho. Aquí, como en todas estas carreteras no hay radares, así que….Hay que aprovechar. Sobre las 5 de la tarde llego a Las Flores, y si es pequeño, mucho, unas cuantas casas desperdigadas, pero tiene lo esencial y lo que necesito, alojamiento, casa de comidas y gasolinera…

Antes de ir al alojamiento paro a repostar para no tener que hacerlo mañana. Hay varias motos aparcadas en la gasolinera y sus dueños en el pequeño local con bebidas y comidas que hay allí. Saludo, ellos me devuelven el saludo pero noto algo raro en sus caras y sus gestos denotan una gran preocupación. Tres de ellos se despiden y el cuarto, un chaval joven, se queda porque tiene cargando su celular, empezamos a hablar. Me cuenta que son un grupo de argentinos, unas 30 motos, son de Tucumán, y me confiesa el porqué del ambiente de preocupación que tenían sus amigos, y él mismo. Han tenido que regresar, en diferentes grupos, desde Aguas Negras, porque un compañero ha tenido un accidente en la vertiente chilena y ha fallecido en el acto. Eso ha sucedido hace pocas horas, sobre las 12 del mediodía. La noticia me deja un tanto impactado. Me habían hablado de que el lado chileno es peligroso, hay ripio y unos descensos muy pronunciados, y en uno de ellos ha sucedido el fatal accidente. El chaval también está preocupado porque tiene un problema de refrigeración en su moto, me explica los detalles y lo qué ha hecho y los antecedentes de una avería similar hace unos meses. Le comento que el radiador de su moto está vacío o muy bajo. Me dice que no que eso no puede ser porque él ha mirado el nivel y está a tope. ¿El nivel del radiador o del vaso de expansión? le pregunto. «El del depósito trasparente» me contesta. Entonces seguro es el radiador. Salimos fuera, saco una de mis llaves, quito una tapa lateral de su 900 GS y el tapón del radiador, mientras le mandó a rellenar una botella de agua. Resultado, el radiador se ha bebido más de litro y medio, esa era la avería y la causa una pequeñita fuga en la parte alta del radiador, que llevará ahí ni se sabe el tiempo. El chico se marcha ahora para Villa Unión, está unos 200 kilómetros al norte, le hago unas recomendaciones por si le vuelve a subir la temperatura y nos despedimos. A la noche encuentro a otros componentes del grupo y me aconsejan que mañana sea prudente.

El día amanece despejado, perfecto, salgo para Agua Negra. Cuando llego al puesto fronterizo argentino, unos 40 ó 50 kilómetros antes del paso, hay unos 15 coches haciendo los trámites, el lunes es feriado en Argentina y han aprovechado para pasar a Chile y yo debo haber sido el menos madrugador de todos, detrás de mi no llega nadie. Unos 20 k del puesto aduanero empieza el ripio, nadie me ha podido decir con exactitud cuántos kilómetros hay así. Al final son unos 70 repartidos en el lado argentino y el chileno, pero es un ripio bastante llevadero, tanto que en un momento dado miro el marcador y veo que voy a 90 k/h. «Afloja Jaime, que no tienes prisa…».

La ruta ya se empina y se nota frío, 8 grados indica el marcador. Paro, me abrigo, tomo unas fotos y sigo. El paisaje es espectacular, y regresa la sensación que siempre me acompaña cada vez que ando por los Andes en medio de estos desfiladeros, montañas y paisajes que me abruman. Es un mezcla de felicidad salpicada con un poquito de angustia, por la soledad que me rodea, que aunque me guste y la disfrute, no deja de llevar su puntito de preocupación ante cualquier percance, sea éste del tipo que sea. No lo puedo evitar, y menos cuando regresa a mi cabeza lo que le sucedió ayer al motorista argentino. Cuando uno va a los Alpes la primera vez, impresionan, luego ya menos, pero la primera vez que cruzas un gran paso de los Andes, ya entiendes lo qué verdaderamente son montañas altas.Todavía estoy en el lado de Argentina y sé que al otro lado, el chileno, los paisajes y mis sensaciones todavía aumentarán más. En los Andes siempre sucede lo mismo, los paisajes chilenos son más grandiosos que los del lado argentino, o esa es mi impresión, bueno no es que sea mi impresión personal, es que realmente es así..

Paro en la zona de los nevados, que es un imagen típica de este paso, pero estamos a finales del verano, en realidad ayer empezó el otoño en este hemisferio, y la pared de nieve ya está reducida a unos cuantos pinachos helados. Desde aquí también tengo una vista sublime de la subida que vengo realizando.

En la cima hago otra parada, la temperatura es de 3 grados, estoy a 4.753 m.s.m según el cartel de Agua Negra. Es el paso entre Chile y Argentina situado a mayor altura, y también uno de los 10 pasos fronterizos a mayor altura en el mundo, o eso he leído. Aunque el San Francisco que hice en el 2023, es solamente unos 10 ó 15 metros más bajo y nunca leí nada de que también esté entre los de más altura del mundo. Pero eso me da igual, ahora lo que más me importa es que empiezo a sentir un poco de «apunamiento» (la puna, el soroche, el mal de altura). No es que me preocupe en exceso, sé que normalmente no me afecta y no pasa del típico agotamiento y falta de fuerzas, nada de dolor de cabeza u otros síntomas. Por otras experiencias similares sé que tan pronto empiece a descender unos cuantos de metros, se me pasará. Tras las fotos de rigor, empieza el espectáculo chileno…

Al traspasar la cumbre ante mi se abre un paisaje único, con unos descensos que tienen una pendiente realmente pronunciada y el ripio, como en todas las pendientes, muy suelto. Si siempre tomo precauciones, después de lo sucedido ayer, en este tramo muchas más. El paisaje no se puede describir con palabras, ya lo sé, eso se dice muchas veces, pero esta es otra de esas ocasiones en las que es pura verdad. Montañas hermosas, sin vegetación, pero coloridas, laderas impresionantes que dejan ver las diferentes capas geológicas, es una maravilla total. De todos los pasos fronterizos que llevo entre estos dos países, el del San Francisco figuraba en el número uno de todos ellos y entonces la ruta de los seismiles, me dejó boquiabierto, el San Francisco había puesto el listón muy alto. Pero creo que hoy tendré que rehacer mi particular clasificación de estos pasos. Estar haciendo el paso de Agua Negra ha merecido la pena cada uno de los kilómetros que he hecho desde el paso Hua Hum.

Tengo tiempo suficiente por lo que hago varias paradas, alguna para tomar fotos y las más para simplemente mirar y pensar. Estoy de nuevo yo solo en un gran paso de los Andes. Quiero recordar no sólo los paisajes, quiero mucho más que eso, dejar grabadas en mi memoria las sensaciones que experimento y sin querer vienen a mi memoria situaciones semejantes en otros pasos de la cordillera en otros países y, en efecto, aquellas sensaciones son muy parecidas a las de ahora. En aquellas paradas que hice bajando Agua Negra, sería injusto por mi parte no dar las gracias por poder vivir, disfrutar, saborear y recordar esta paz interior mezclada con dosis de satisfacción. Estoy viviendo unos sentimientos muy parecidos a los que sentí en Perú en octubre de 2018 la primera de las 3 veces que he cruzado el cañón del Pato, y aquellas sensaciones, para mí, son algo muy especial. Y como entonces, y tampoco sin saber muy bien porqué, alguna lágrima se me escapa. Imagino que será por estar viviendo eso que llaman la felicidad total.

Me cruzo con algunas camionetas, no más de 5 ó 6, los descensos vertiginosos ya han terminado, y mientras estoy parado haciendo unas fotos, llegan hasta mi un par de KTM´s con placas chilenas. Son un chico y un chica suizos, después del saludo nos hacemos la inevitable y recíproca pregunta: «¿cuánto queda de ripio?». Ellos no van a pasar a Argentina, solamente van hasta la cumbre y luego darán media vuelta.

Junto a uno de esos hermosos lagos andinos, o más bien parece una represa, termina el ripio y el puesto aduanero chileno está unos pocos kilómetros más adelante. En la aduana declaro unas bolsas de jamón ibérico envasado al vacío que llevo de regalo para mis amigos de Copiapó. Sé que no me pondrán pegas porque llevan el registro sanitario español y es lo que siempre miran. En estas fronteras están muy obsesionados con el paso de productos animales y vegetales, y no declararlo, y que te lo encuentren si te revisan el equipaje, conlleva una fuerte multa y por supuesto te quedarás sin el producto.

Me desvío de la carretera principal porque voy a aprovechar para visitar una zona que me han recomendado otros años y que todavía no he podido visitar, es el valle del Elqui. Y como es sábado, y no quiero problemas, ya he reservado esta mañana un hotel en pueblo llamado Pisco Elqui.

El nombre del pueblo es un poco «forzado», resulta que hasta 1936 se llamaba La Unión, pero a causa de la conocida disputa (otra más) entre Chile y Perú acerca del origen del Pisco y de su denominación, con el fin de poder tener el pisco chileno una denominación de origen, necesitaban que un lugar en el que se produjera el pisco, llevara ese nombre, pisco, como lo tiene la ciudad peruana del mismo nombre. Los chilenos decidieron cortar por lo sano y ese año, 1936, cambiaron el nombre del pueblo de La Unión a Pisco Elqui. La poeta ganadora del premio Nobel de literatura Grabriela Mistral, nacida en el pueblo de al lado y criada en Pisco Elqui, siempre estuvo en contra del cambio de nombre y luchó, sin éxito, porque volviera a llamarse La Unión.

La carretera está llena de curvas y recorre las laderas de los cerros que rodean al valle. La estampa es bonita con los cerros pelados y abajo las plantaciones de viñedos de los que se obtienen la uvas que más tarde darán el Pisco. El hotel está en la calle principal del pueblo y está bonito y muy bien, y más barato que los argentinos. Esta noche hay desfile de grupos musicales por las calles del pueblo y está todo muy animado. Estás fiestas populares son las que más me gustan, así que aunque mañana quiero madrugar, al final llego un poco tarde al hotel.

Antes de las 10 a.m estoy abandonado el hotel, para salir del pueblo tomo una calle con bastante pendiente en bajada, al poco de entrar en ella me percato que debo estar yendo en dirección prohibida, la calle es de una sola vía y los autos aparcados están en contra de mi dirección. «Bueno, a estas horas no hay nadie por las calles así que ya bajaré por ésta hasta el final». Pero a mitad de la bajada veo a mi izquierda la comisaría de policía y un joven agente a la puerta, y lo normal, me hace la típica señal de que me detenga.

-Oiga, que esta calle es sólo de subida.

-Lo siento agente, debo haberme equivocado y no lo sabía.

-Pues allí arriba, por donde ha entrado, hay una señal que lo deja bien claro. Está bien, ya continúe pero con prudencia.

No tuve tiempo ni de darle las gracias, otro agente de más edad se acercó inmediatamente a ver qué sucedía y éste ya empezó a pedir documentos míos y de la moto y a «echarme la bronca». Después de comprobar que toda la documentación estaba en orden, incluido mi carné Internacional que lleva 15 años caducado, me dijo que sería benévolo conmigo y que no me multaría, que diera media vuelta, subiera la calle y bajara por la siguiente.

-Perdón señor agente, pero con esta moto tan pesada y en esta calle con harta pendiente, creo que será peligroso hacer eso que me pide. Además yo no soy muy hábil en el manejo de motos tan grandes y seguramente me caería. Le aseguro que bajaré los metros que me faltan con suma atención por si aparece un auto.

El agente me permitió hacer lo que le dije, pero antes de dejarme marchar me echó una «segunda broca», esta vez acerca de la prepotencia de andar en motos grandes y no saber manejarlas con la necesaria habilidad en casos como éste. Eso me dolió un poquito en mi orgullo, la verdad yo me lo había buscado, pero me evitó una posible caída al hacer un giro de 180º en aquella calle tan estrecha y empinada.

Mi destino hoy es Copiapó a casi 500 kilómetros de Pisco Elqui. Pasando por La Serena, ya en la región de Coquimbo, enlacé con la Ruta 5 que desde hace años la convirtieron en una excelente autopista, con un escaso tráfico, por lo que a partir de aquí, y una vez pasada la Cuesta (puerto de montaña) Buenos Aires, ya puedes ir a la velocidad que tu cuerpo, o tus prisas, o tu moto, te pidan. Pero poco antes de la cuesta me envolvió una intensa niebla, muy densa y húmeda, por lo que la subida de la Cuesta Buenos Aires, que me gusta mucho hacerla rápido, tuve que tomarla con calma. Entré en Atacama y el sol regresó de nuevo y con ello la posibilidad de llegar a Copiapó a una hora en la que pudiera disfrutar la tarde y la noche con los amigos de allí.

Desde la tarde del domingo hasta la mañana del martes, la moto se quedó en el garaje del hotel y mi amigo Germaín se encargó de ir a buscarme y regresarme al hotel esos días. El lunes me llevó a ver algunas zonas del desierto que no conocía de viajes anteriores, y después de la cena ya me despedí de su familia con el habitual «hasta la próxima».

Por delante tenía poco más de 800 kilómetros hasta Santiago, en otras zonas de Chile y por supuesto de Sudamérica eso significarían muchas horas de manejo, pero por esta autopista, si te lo propones puedes hacerlo en menos de 8 horas con paradas incluidas. Por lo que madrugué sólo no necesario para llegar a Santiago antes de las 6 p.m que es la hora en que el tráfico en la capital se vuelve un suplicio. Salí de Copiapó sobre las 9 a.m, pero en una de las paradas me entretuve más de lo que pensaba conversando con un camionero, y mis previsiones se vinieron abajo, y por mucha prisa que me di, cuando alcancé las afueras de la capital Chilena ya eran la 6, y tardé hora y media más para hacer los12 kilómetros que según el navegador faltaban para llegar a mi hotel.

Esa noche hablé con Juan Pablo para decirle que ya estaba en el hotel y que todo había ido bien. «Me alegro que hayas terminado otro viaje más por acá sin contratiempos» me comentó, a lo que le dije que el viaje en moto terminaría mañana a la puerta de Mototravel cuando le entregara la moto. «Amigo Juan Pablo, en España decimos «hasta el rabo, todo es toro», sin imaginar lo qué a la mañana siguiente estuvo a punto de sucederme…

Al ir a sacar la moto del garaje del hotel, al ser subterráneo había que subir la típica rampa empinada para salir a la calle. Delante de mi iba un auto, así que decidí aprovechar y salir cerca de el y así no tener que bajarme de la moto para pulsar el interruptor que abría la puerta automática. La puerta ya estaba abierta, el auto a punto de salir y yo a punto de acelerar para subir la rampa, inesperadamente el conductor se deja calar el motor y el huevón de él deja que el coche baje por la rampa derecho a mí. Por suerte había dejado la suficiente distancia entre el auto y mi moto y tuve el tiempo justo, a la vez que le daba unos sonoros bocinazos, de echar la moto a un lado. El tipo fue incapaz de frenar hasta que ya se encontraba abajo de la rampa, en su descenso el auto pasó a menos de una cuarta de la moto y de mi pierna derecha. Ni la altura de Agua Negra, ni sus pendientes, ni el ripio, ni la niebla de la Cuesta Buenos Aires, ni el asfalto destrozado al norte de Neuquén…En ningún momento del viaje pasé tanto miedo como por culpa de aquel huevón.

Como despedida de Santiago tuve una invitación para cenar en la terraza del apartamento de uno de mis amigos y ese fue el colofón a un viaje con más kilómetros de los que me hubiera gustado hacer en los pocos días que disponía para ello, pero como siempre con vivencias, sensaciones y momentos, en solitario o con amigos, inolvidables.

De la moto nada qué decir, excepto aquel primer día de viaje cuando se quedó repentinamente sin batería, no dio el mínimo problema.

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