La ruta más bonita y agradable de todo el viaje seguramente fue el circuito que hicimos en los alrededores de la ciudad de Lancaster (unos 60.000 habitantes), en el estado de Pensilvania. Es una zona rural y eminentemente agrícola y ganadera, sus carreteras están salpicadas de puentes cortos cubiertos con una techumbre de madera, como los que seguro conocéis por la   película “Los puentes de Madison”. Para planificarla pasamos antes por el “Visitor Center” (la oficina de turismo) de Lancaster, aquí merece la pena hacer un paréntesis. Las 3 ó 4 oficinas de turismo que visitamos durante el viaje nos decepcionaron bastante, ni las instalaciones ni los empleados están a la altura de lo que un visitante espera encontrar. En mi pueblo, Alba de Tormes, con poco más de 5.000 habitantes, tenemos una oficina de turismo que le da cien vueltas a cualquiera de las que visitamos, y en ello incluyo todo, edificio, información y amabilidad y predisposición por parte de las personas que la atienden. Y ya, tenía que decirlo, cierro el paréntesis.

Nos despacharon con 3 folletos que cogimos de un expositor y listo. La ruta que metí en el navegador incluía unos 9 ó 10 de los puentes, algunas granjas de amish y 3 ó 4 pueblos de los que a priori parecían más interesantes. Los puentes, aunque todos tienen una estructura similar, cada uno tiene sus peculiaridades y todos están enclavados en parajes muy bonitos. Junto a cada uno hay un cartel explicando sus características, año de construcción…Lógicamente el primer puente que ves llama mucho la atención, cuando ya has cruzado el sexto, ya piensas “otro más”, pero al menos un par de ellos hay que ver. Como el circuito era de casi 150 kilómetros atravesaba distintos paisajes, zona de lomas, planicies, rectas, curvas, campos de pastos, de cultivos…

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Acerca de los amish poco contaré que ya no sepáis, son descendientes mayoritariamente de alemanes, tienen un estilo de vida sencillo y humilde, se dedican al trabajo en sus granjas, para sus desplazamientos usan el típico carruaje tirado por un caballo, no usan electricidad ni motores de explosión, ni por supuesto tampoco nuevas tecnologías. Los adultos siempre visten ropas austeras y sencillas, pero todas estas normas ya van cambiando y flexibilizando. Incluso ya hay granjas que ofrecen visitas guiadas para explicar y enseñar su forma tradicional de vida, incluyendo una comida con ellos. Nosotros no estábamos por la labor de ir a ver uno de esos “shows”, así que los que vimos (muy pocos) fue en algún pueblo o por la carretera circulando en sus carruajes. Lo más cerca de vivir una “experiencia Amish” fue en una especie de cafetería en un pueblo, había 2 chicas amish, tendrían unos 17 ó 18 años, vestían su ropa tradicional y no paraban de hacerse “selfies” y reír. Seguramente al regresar a su granja tendrían que ocultar ese móvil o devolvérselo a quien se lo hubiera prestado para las fotos. En las afueras de un pueblo pasamos en la moto junto al patio de una escuela en el momento que los niños estaban en el recreo, por su vestimenta se diferenciaba bien a los niños amish de los del resto. Estos últimos, al sentir la Harley, saludaron alegres levantando, moviendo los brazos, riendo y dando voces. Los otros solamente miraron, aunque hubo un osado amish que levantó un poco sus brazos, cerró los puños y con cara triste hizo el gesto de agarrar un manillar, sin duda era el rebelde del grupo.

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Por estas carreteras y a la velocidad que circulábamos (entre 70-80 km/h) el motor de la Harley ronroneaba que era un gusto, y aunque el clima estaba fresco, unos 15º de máxima, el viento estuvo ausente y el sol nos acompañó toda la jornada. Era uno de esos días en los que por muchos años y viajes que lleves hechos en moto, reafirman por qué sigues haciéndolo. Y ahora que he tocado el tema del clima, no nos llovió ningún día y las temperaturas en la costa fueron incluso calurosas con máximas entre 25-28º y mínimas de 15. En el interior si hizo más fresco, máximas entre 12-18º, y a primera hora de las mañanas entre 5 y 8º, así que en ese sentido todo perfecto.

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A última hora de la tarde, de regreso a Lancaster, como unos 6 kilómetros antes, vimos uno de esos centros con decenas de tiendas tipo outlets de marcas conocidas y que son muy del gusto de los estadounidenses. Un corto paréntesis y consejo…Muchas veces las verdaderas oportunidades de ropa se encuentran en los grandes almacenes Macy´s, que están en todas las ciudades, sigo con el outlet de Lancaster. Con las experiencias vividas en este viaje respecto a la subida general de precios, no teníamos muchas expectativas de encontrar el “mega-chollo” del año y estábamos en la duda de si entrar o no. La tentación era grande y claro, sucumbimos. “Está bien, entramos un momento y echamos un vistazo”. Dos horas después, ya de noche cerrada, con varias bolsas en las manos, que tuvimos que encajar en las mini maletas de la moto, y con unos 200 dólares menos en la cuenta de las tarjetas, pusimos rumbo a nuestro hotel en Lancaster, éste merece un comentario aparte.

Era el Lancaster Arts Hotel, por fuera es un gran edificio de ladrillo rojo que parece más un almacén que otra cosa. Al llegar y ver eso te entran dudas, pero el hotel está dentro de la categoría de los llamados “hoteles históricos” y tus dudas se despejan al entrar. Todo está decorado con buen gusto, tiene obras de arte y pinturas expuestas y a la venta, las habitaciones son amplias y modernas, todo está limpio, tiene garaje, restaurante y si quieres cenar fuera, a menos de 300 metros tienes otros más. Y si a esto le añades que el precio fue de sólo (para ser USA) unos 150-170 dólares con desayuno, pues ya está todo dicho. El hotel más barato del viaje y uno de los mejores. Y ya para colmo resultó que la primera noche el aparato de climatización de nuestra habitación hacía un pequeño ruido, no molestaba en exceso, pero aunque desconectamos el aparato, ahí estuvo el silbido toda la noche. Como íbamos a estar otra noche más, por la mañana lo comunicamos en recepción, inmediatamente mandaron a un técnico, después de una inspección comunicó a recepción el problema y rápidamente nos cambiaron de habitación. En realidad nos cambiaron a una súper-habitación al mismo precio que la normal que habíamos tenido.

Otro hotel llamativo fue el que tuvimos en un pueblo llamado Hudson. Por la noche no te metías en la cama, más bien “te subías a la cama”. En la vida he dormido en una cama tan alta, ni tan ancha, era groseramente grande, tres o cuatro individuos, o individuas, o “individues”, podrían dormir en ella sin molestarse unos a otros.

A pesar de que para la noche de Halloween aún quedaban más de 2 semanas se notaba que el asunto de la decoración de las casas se lo taman con mucho empeño. La mayoría presentaban los típicos adornos con esqueletos, telas de araña, alegorías a la muerte y por todos lados encontramos puestos de venta de calabazas.

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Otros pueblos que nos gustaron fueron Hudson y Catskill, muy juntos uno del otro y ambos en el este del estado de Nueva York. Son los típicos pueblos tranquilos, con su calle principal animada entre las 10 a.m y las 14 a.m, en el que todo el mundo se conoce y se saluda, vamos como si estuviera en el mío propio. Para llegar a ellos desde Boston se recorren paisajes muy bonitos. A lo largo de esa ruta pudimos disfrutar de muchos tramos llenos de las famosas imágenes que el otoño crea en esta zona, aunque su plenitud, según nos comentaron, se alcanzaría unas dos semanas más tarde. La ruta entre Hudson y la ciudad de Ithaca (que fue nuestra siguiente parada) también tenía similares características.

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Ithaca es conocida como la ciudad de las cascadas, prácticamente en su centro hay un sendero que, ascendiendo por el mismo, vas encontrando distintas cascadas de agua. La lástima fue que como era principios de otoño no tenían aún mucho caudal. También es famosa por su universidad, llamada Cornell, lo que implica que es una ciudad universitaria y por ello tiene un ambiente animado y joven, llena de bares, restaurantes, exposiciones…Y como debido a su trabajo en la Universidad de Salamanca, mi mujer conoce a administrativas de muchas otras universidades de diferentes países, resultaba que conocía a gente de la de Cornell. Pues eso, que también pudimos visitar la universidad por dentro. A ver, para alguien de Salamanca como nosotros son inevitables las comparaciones entre los edificios históricos universitarios, y no es por nada, pero no son muchas, y menos en USA, que en ese aspecto ganen a la nuestra. Y lo digo con conocimiento de causa ya que, por el comentado trabajo de mi mujer, en nuestros viajes he tenido la oportunidad, y a veces la “obligación”, de visitar por dentro bastantes universidades de Europa, América y hasta de Australia.

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