Como cada año el primer fin de semana lo dediqué al tema del E.G.V y luego ya me dediqué al viaje. Cada vez me va siendo más difícil no repetir rutas y por eso este año partí de Lima hacia el sur por la Panamericana y en el pueblo de Cañete puse rumbo al interior para visitar Huancaya. ¿El motivo? visitar las cascadas que el río Cañete forma a su paso por este pueblo, y también para conocer el parque Yauyos-Concha que me habían recomendado. El camino era todo asfalto, excepto los últimos 25 km que eran trocha, aunque de la normal. Además, tuve la suerte que en Huancaya celebraban una fiesta popular y por la noche todo el pueblo estaba en la plaza bailando y esas cosas normales en fiestas.

Mi siguiente destino era una ciudad con nombre similar, Huancayo, Desandé la trocha del día anterior y volví a la carretera principal. Por el camino sabía que encontraría uno de esos lugares espectaculares que esconden muchas rutas en Perú, el cañón de Uchco o como es conocido popularmente «La Garganta del Diablo». Es un paso muy corto, pero realmente llamativo y con una entrada hasta un tanto lúgubre, no me imagino por aquí de noche…Mi sorpresa fue que unos cuantos kilómetros más adelante tuve que parar ante una barrera, terminaba el asfalto y volvía la trocha, pero lo que me llamó la atención que por primera vez tuve que pagar peaje. Viajando en moto por Perú jamás me había pasado algo parecido, así que después de pagar unos pocos soles (no recuerdo exactamente, pero sería el equivalente a 50 céntimos de euro o así), levantaron la barrera y me metí a recorrer durante un par de horas la trocha. Estaba en muy buen estado y con grandes rectas, aunque por la trocha siempre manejo tranquilo, de repente me vi viajando casi más rápido que por asfalto. Lo más reseñable fue el paso Chaucha, en el que se asciende hasta los 4700 m de altura. Luego de una larga bajada, terminó la trocha y volvió el asfalto

Una parada para almorzar una trucha cocinada de manera muy sabrosa, y a media tarde alcancé Huancayo. Busqué un buen hotel con cochera y restaurante y encontré el Hotel Unu, que era justo lo que necesitaba. Pregunté en la recepción qué podía ver en lo que quedaba de tarde. No hay mucho que ver allá, solamente el Parque de las Identidades, con un estilo que recordaba, salvando las diferencias, en cierto modo al parque Güell de Barcelona. La visita fue rápida porque se puso a llover como la hace por aquí, de una manera que parece se cayerá el cielo.

Me esperaba Ayacucho, y llegara a mella iba a ser el día más complicado, porque me iba a encontrar una trocha no tan sencilla como la de días atrás y tampoco había conseguido que alguien me diera información certera acerca de su estado y del tiempo necesario para recorrerla. Unos me dijeron que solamente eran 2 horas, otros 4, unos que estaba en muy buen estado, otros que estaba destrozada…Entre Huancayo y Ayacucho hay unos 300 y pico kilómetros, los primeros 110 con una carretera rápida y con un asfalto excelente que te hace crear falsas expectativas respecto a lo que tardarás en alcanzar Ayacucho. Paré en un pueblo, Pampas, a repostar. Un hombre se acerca, entablamos conversación, tiene un taller de motos ahí mismo y claro, él ya me da información certera acerca del recorrido.  

-La trocha comienza ahí adelante, a la salida del pueblo, y se tardan unas 6 horas, luego ya regresa el asfalto y en poco más de 1 hora llegarás a Ayacucho. Casi toda la trocha es por la sierra (Cordillera Andes) y la primera parte tiene harto de curvas y mucha piedra…

¿Seis horas? eso no me lo esperaba, eran las 10:30 a.m. y si, tirando por lo bueno, me quedaban 7 horas de viaje, tenía que ponerme ya a ello y hacer pocas paradas o llegaría a Ayacucho de noche, y eso sí que no. Si de día es complicado manejar por la sierra, de noche no quiero imaginarlo. Me despedí de mi «nuevo mejor amigo» y me puse en marcha

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Y como sucede siempre, al final los locales tienen razón, las 2 primeras horas se hicieron eternas. Trocha estrecha, mucha piedra suelta, curvas y contracurvas, con el añadido de una fina lluvia como compañera…. Los paisajes como sucede siempre por los Andes, espectaculares, grandiosos, generalmente en una soledad estremecedora. Iba avanzando, aunque en el GPS los kilómetros pasaban muy lentamente. De vez en cuando veía algún pastor vigilando su escaso rebaño, ellos miraban el infinito y yo pensaba «ahora, al escuchar la moto girarán la cabeza para ver quien llega…» Pues no, no hacían el menor movimiento. Recordé que cuando me ha pasado una escena igual, luego he preguntado por esa falta de curiosidad y la respuesta fue «casi siempre, en situaciones así, es porque estamos orando a la madre tierra y en esos momentos nada nos distrae ni tampoco merece nuestra atención». Pues muy bien, cada uno a lo suyo, ellos a orar y yo a conducir. Y a pensar en cómo es posible que las dos ciudades más importantes de esta zona de sierra (Huancayo, casi medio millón de almas. Ayacucho unos 200.000 habitantes), en pleno siglo XXI todavía no tengan una vía completamente asfaltada que una ambas ciudades. Tal y como están ahora, entre ellas no hay ningún intercambio ni económico ni de ningún otro tipo.

Hice una rápida parada porque era hora de reponer fuerzas, como el tiempo apremiaba lo hice a costa de lo que llevaba en el top-case, unos plátanos, unas galletas y un refresco comprados en Pampas, un cigarrillo y a seguir. Y sí, después de las 6 horas, más o menos, apareció el esperado asfalto, y aunque la carretera era una sucesión continua de curvas y, a medida que me acercaba Ayacucho, el tráfico aumentó sobremanera, ahora ya avanzaba más rápido y estaba más tranquilo porque veía que, de no ocurrir nada extraño, llegaría a Ayacucho antes de que cayera el sol.

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En esta ciudad me tenían reservado un hotel en pleno centro, a 100 metros de la Plaza de Armas. Esa noche tengo una cita con el presidente de la Asociación de Turismo de Ayacucho, ya que, desde Lima, una de mis amistades, se había puesto en contacto con él para, en la tarde de día siguiente, ofrecerle a sus socios uno de mis audiovisuales de viajes por Sudamérica. Una vez fijada la hora y el lugar de mi charla, el presidente de la asociación me confirmó que a la mañana siguiente uno de los mejores guías de la ciudad pasaría a buscarme a mi hotel para llevarme a hacer un completo recorrido por los lugares imprescindibles que debía conocer en Ayacucho.

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A primera hora ya está el guía que me ha puesto la asociación de turismo esperando en mi hotel. Es una suerte porque es muy buen guía y seguramente además le han aleccionado para que me trate de manera especial. Ayacucho (antes llamada Huamanga y fundada por el propio Pizarro) es conocida como la «ciudad de las iglesias».

La que más destaca es su catedral, en la Plaza de Armas, es una suerte visitarla con mi guía porque me va explicando historias de cada detalle de su interior que yo habría pasado por alto. Su retablo es enorme, el más grande del país y el segundo de Sudamérica. Al lado está la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, la segunda más antigua del Perú. A esta universidad llegó en la década de los 60, desde Arequipa, Abimael Guzmán, tristemente conocido por el ser el fundador de “Sendero Luminoso”, la organización terrorista que marcó la historia del Perú desde 1980 a 1992, y que algunos historiadores cifran en más de 60.000 los muertos (entre una y otra parte) en aquellos años de terrorismo puro y duro. Sendero nació aquí, aunque es algo de lo que casi nadie quiere hablar. Incluso la gente de Ayacucho que lleva años viviendo fuera de la ciudad, casi nunca reconocen sus raíces, porque enseguida se les asocia o bien con familiares de terroristas o bien con familiares de víctimas de Sendero o del ejército. Hoy en día la ciudad es muy segura, me llamó la atención que mucha gente va caminando, o está sentada en un parque, mirando tranquilamente su celular, algo no habitual en otras ciudades del Perú debido a la enorme cantidad de robos que se producen. Pero Ayacucho es conocida por cosas más agradables que Abimael o Sendero Luminoso, como su artesania en piedra de Humanga y por sus retablos ayacuchanos.

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La conocida “piedra de Huamanga” tiene sus canteras muy cerca de la ciudad. Es una especie de alabastro, muy parecida al mármol, pero con la particularidad de ser traslucida. Y aquí están los mejores artesanos dedicados a tallar verdaderas obras de arte sobre ella. Uno de ellos es Cirilo Gálvez, premio nacional de artesanía, y fue quien me recibió en su taller y amablemente me explicó todo lo referente a este arte del trabajo en piedra y además me hizo una demostración práctica.

Otra forma de artesanía famosa de Ayacucho son sus “retablos ayacuchanos”. Cajas de madera, estilo capillas, que al abrirlos muestran en su interior figuras que pueden representar temas religiosos o escenas de la vida andina cotidiana. Las figuras de su interior están hechas con una mezcla de papa y yeso y coloreadas de colores muy vivos y llamativos.

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Y como sucede en todas las ciudades, caminar por sus calles de día y de noche es la mejor manera de conocerlas, a ellas, a sus gentes, sus tradiciones, y también sus bebidas tradicionales, o en este caso nacionales, ¡ que no falte el pisco sour !

La tarde acordada ofrecí el audiovisual prometido para la Asociación de turismo, y allí me recomendaron que si estaba interesado en el tema de los años de Sendero Luminoso, no dejara de visitar un museo que había en la parte norte de la ciudad. A primera hora de la mañana siguiente allí fui.

Muy colorida la fachada, y con un cartelito con el horario de apertura, «abrimos a las 10:00» , pero eran las 10:15 y aquello estaba cerrado: Así que me acerqué a un mercado que había al final de la calle…En estos lugares siempre se palpa de manera muy cercana y certera la vida cotidiana, y éste no es una excepción, miles de productos agrícolas, gente y más gente acarreando productos, vociferando anunciando lo que venden, compradores de un lado a otro mirando y eligiendo cosas…Y patatas, aquí llamadas papas, miles, decenas de miles, decenas de variedades, de formas, tamaños, colores…

Pensando que tras la visita al mercado, el museo ya estaría abierto, desandé el camino, pero no, aquello seguía cerrado….y ya eran las 11:00.

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Y si ese día quería llegar a dormir a Paracas, no podía retrasar más tiempo mi salida, por delante tenía 358 km. Aunque eso en Perú, y menos aún por la retorcidas carreteras de la sierra, no significa mucho respecto al tiempo que puedes emplear en recorrerlos. Aunque ya te haces una idea sabiendo que la velocidad media, incluyendo las paradas mínimas y sin encontrar problemas de ruta, será de unos 50 km/h.

«Esos billetes no debían estar ahí» me dijo el policía que me había parado en la carretera de salida de Ayacucho hacia Ica.

Nunca me han parado en un control de Policía en Perú, pero esta vez sí, el policía me pidió el pasaporte y no recordé que tenía unos billetes sueltos en la carpeta, y para que no se perdieran, el día anterior los había metido en el pasaporte. El hombre abrió el pasaporte justo donde se encontraban los 60 soles (unos 15 euros). Yo me quedé igual de sorprendido que él, pero reaccioné rápido, y sin tocar el pasaporte que él sostenía, retiré aquellos billetes.

«Disculpe, claro que no debían estar ahí metidos, ni yo recordaba que estaban ahí»

Después de una charla acerca del problema que podía haber tenido al intentar sobornar a una autoridad y bla , bla, bla…me dio algunos consejos acerca de la ruta hacia Ica. Lo de siempre, que manejara con prudencia, que había muchos agujeros, que tuviera cuidado con la altura en el paso Apacheta, y tal y tal. Nos despedimos y me puse en marcha.

La ruta comienza con un bonito paisaje de bosques y a medida que se asciende hacia el Apacheta el paisaje se torna más andino, árido, sin casi vegetación y aunque levemente, noto la falta de oxígeno, no hay nada fuera de lo normal.

Después de recorrer un largo altiplano por encima de los 4.000 m comienza la bajada al mar, una bajada vertiginosa, retorcida, con esos porcentajes de pendientes y esa longitud (no sé, 50-60 km) que sólo se encuentran en los Andes.

Casi a la puesta del sol llego al hotel de Paracas. Es una zona con muchos y buenos hoteles (algo no habitual en Perú) así que había hecho una reserva previa para no perder tiempo esa tarde a mi llegada.

Los siguientes días hago diferentes recorridos por la zona, por el desierto de Paracas y su parque nacional, por Ica y su cinematográfico oasis, una excursión en bote a las Islas Ballestas y su fauna, disfruto de la rica comida peruana, de su cócteles y de su gente.

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Y el 1 de noviembre, día feriado también en Perú, tomo la Panamericana Sur con dirección a Lima. Mucha gente de moto dice que viajar por autopista es aburrido, ya, sí, claro, pero eso es porque no han viajado por una autopista peruana en días de tráfico. Manejar una moto por ellas (en realidad por ella, porque en Perú sólo hay una autopista, la Panamericana, la norte a tramos y la sur al completo), se puede definir como estresante, peligroso, prueba de habilidad, acto de fe, un continuo slalom entretenido, a veces divertido…Pero nunca calificarlo como aburrido. Los conductores, independientemente del vehículo que manejen y de la velocidad a la que vayan, utilizan cualquiera de los dos carriles, evidentemente pudiendo cambiar de un carril a otro sin motivo aparente y sin ninguna señalización.

Sano y salvo regreso a Lima, el viaje en moto ha terminado, han sido poco más de 2.000 km como siempre llenos de paisajes diferentes, con muchos contrastes, horas de manejar en absoluta soledad por trochas, por asfalto, atrapado en troncones (atascos) en las ciudades, ascendiendo desde la orilla del mar hasta casi 5.000 m, reencontrándome con amigos, haciendo otros nuevos….

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Regreso la BMW, que no ha dado ni un lamento, a los amigos de Motoviajeros Perú y se la confío hasta el año próximo. Me quedan dos noches más en Lima, una asisto a una cena de despedida que me han preparado algunos amigos y la otra la dedico al compromiso que tenía con la gente del BMW Motorrad Perú para ofrecerles un audiovisual. Y ahora ya sí, el sexto viaje por Perú, terminó.

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