A primera hora recibo la llamada de Ramiro, me comenta que en Cuenca también hay servicio BMW (el único en el país, además de en Quito), en una hora ellos pasarán por el hotel con una pick-up para recoger la moto y que ya les ha indicado que la reparación tiene prioridad total. Decidimos que yo me quedo esperando a la pick-up, y Conchi se vaya a ver la ciudad, así aprovechamos que la oficina de turismo de Cuenca tiene un servicio de visitas guiadas por las zonas más emblemáticas y que además es gratuito. Al rato llega la pick-up, en ella viene el jefe de taller, y no sé que le habrá dicho Ramiro, pero el caso es que el hombre (del que lamentablemente no recuerdo su nombre) me dice que ya sabe que nuestro caso es especial, tan pronto descarguen la moto en el taller se pondrán con ella y a primera hora de la tarde me llamará para traerla de nuevo la hotel. Le comento los síntomas y lo que creo que la ocurre y que no se preocupe, que iré yo a buscarla y así la pruebo. Quedamos en eso y voy a unirme al grupo con el que Conchi está visitando la ciudad.
Aunque su población no es excesiva (unos 400.000 habitantes) Cuenca, al igual que en ocurre en otras ciudades de toda sudamérica, se extiende sobre una gran superficie, aunque lo más interesante de su visita se circunscribe a la zona centro. Por cierto, muchas de estas calles están levantadas, ya que se está llevando a cabo la construcción de la red para el tranvía, con lo que los atascos que se producen en el centro en las horas «pico» son impresionantes.
Destacan sus iglesias como la de Santo Domingo, San Francisco, su catedrales, la nueva y la vieja, también su Plaza de Armas, con mucha animación de día y de noche. y algunos de sus museos, especialmente el dedicado a los sombreros Panamá.
Los Panamá, a pesar de su nombre, son originarios de Ecuador, concretamente de la ciudad de Montecristi, cerca del Pacífico. Lo que ocurrió es que cuando los ingenieros estadounidenses que trabajaron en la construcción del canal en el país centroamericano regresaron a Estados Unidos, llevaron con ellos los sombreros que habían adquirido a los trabajadores ecuatorianos que también trabajaban en aquella obra, y de ahí quedó la denominación «sombreros Panamá». Al principio los ecuatorianos intentaron que se cambiara su denominación, pero al ver que era una batalla perdida, hace tiempo que desistieron de su intento. Están realizados con paja toquilla, cuya mejor variedad es precisamente la que crece por la zona de Montecristi. Allí se deja secar, se comienza la manufactura de los sombreros y luego son trasladados a Cuenca donde finaliza el proceso. Aunque cuando estuvimos en Panamá Conchi ya se compró uno, aquí volvió a repetir.
Algo que siempre nos gusta son los mercados, un paseo por ellos te ayuda mucho a conocer la vida diaria y las costumbres de los habitantes de cualquier lugar. Visitamos el que nos dijeron era el más grande de la ciudad, el 10 de agosto. Todo repleto de color, olores, sabores y sonidos.
También recorrimos el situado en la plaza Mª Auxiliadora, llamado 9 de octubre, y que su singularidad radica en las «mujeres sanadoras» que en su entrada llevan a cabo la limpieza de «almas y cuerpos». Con flores y plantas medicinales hacen una bebida conocida como «agua de pítima», mojan en ellas otras plantas y después «bendicen» tu cuerpo con ellas, según su teoría con ese rociado alejan los malos espíritus y muchas enfermedades. No sólo acuden adultos, las madres llevan a su hijos con tan sólo unos pocos meses para que reciban esta sanación. Y si eres muy creyente en este método, hasta dejarás que la sanadora escupa por su boca sobre tu cuerpo el agua de pítima…De este modo se habrá llevado a cabo al 100×100 éste ancestral modo de curación. Sobra decir que aunque nos guste probar cosas nuevas, todo esto lo vivimos simplemente como espectadores.
A las 15h. de nuevo suena mi móvil, «la moto ya está reparada, puede pasar a retirarla». Un taxi me lleva a las afueras de la ciudad donde se encuentran las instalaciones de la BMW. Me reciben con toda la amabilidad del mundo y me comentan que, además de la limpieza del circuito de inyección, también han cambiado el sensor corta-corriente de la pata cabra. Desde la central de Quito les habían indicado que lo hicieran para asegurarse que la moto no volviera a dar problemas. Salgo a dar una vuelta para probarla y todo funciona perfectamente. Les agradezco su profesionalidad y rapidez, me despido de ellos y regreso al hotel. Al poco recibo otra llamada, es Ramiro para asegurarse que todo está correctamente y que me han atendido tal y cómo él mismo les había recomendado por teléfono. Un 10 para Ramiro y para la gente de la BMW de Cuenca. Durante el resto del viaje la moto no volvió a dar el menor fallo.
Un paseo nocturno por la animada Cuenca es nuestra despedida de la ciudad.
Hoy tenemos por delante la etapa más larga del viaje, unos 450 k. que nos llevarán hasta Puerto López, situado a orillas del Pacífico. Por el camino cruzaremos el Parque Nacional Cajas y la ciudad de Guayaquil. Para evitar los atascos mañaneros, a las 8h estamos ya en dirección a la salida oeste de la ciudad. Rápidamente la carretera, la E-582, vuelve a enfilar una vez más hacia el cielo.
Pensábamos que sería difícil volver a repetir rutas tan espectaculares como las que hemos hecho en días anteriores, pero nuevamente Ecuador vuelve a sorprendernos. La subida hasta el punto más alto, por encima de los 4.000 m., de la ruta que atraviesa el Cajas también es de las que no se olvidan durante mucho tiempo. A partir del punto de acceso al parque, solamente es un barrera de control ya que no hay que pagar ninguna entrada, se suceden los paisajes espectaculares, abundan los lagos de altura y vistas panorámicas. Hay bastantes señales advirtiendo sobre los animales que te puedes encontrar en la carretera, principalmente llamas, aunque también hay una población importante de pumas y muchos conejos del páramo. Y no olvides mirar hacia el cielo, es fácil ver planear al ave que reina en las alturas, el majestuoso cóndor.
Tras una parada en el centro de visitantes iniciamos una interminable bajada hacia la llanura de Guayaquil. Hasta aquí el cielo había estado nublado, pero ahora entramos en una zona con niebla. Lo que al principio parece un fenómeno meteorológico normal, poco a poco llega a ser algo que nunca hemos visto, y eso que en invierno en nuestra zona de Alba de Tormes, a causa de las nieblas persistentes, podemos estar varios días sin ver el cielo. La humedad ambiental es tan alta que a veces dudo si estará lloviendo. Continuamente debo limpiar la pantalla del casco, si la levanto casi es peor porque se me empapa toda la cara. Aunque hay muy poco tráfico, comienza a ser peligroso conducir en estas condiciones, no veo a más de un par de metros por delante. Pulso el botón del warning para, en la medida de lo posible, ser vistos por cualquier vehículo que venga detrás de nosotros. Por otra parte la carretera va tan encajonada entre las montañas, y serpenteando entre ellas, que no veo ningún lugar donde parar donde esperar un tiempo con la esperanza que levante la niebla, no hay más remedio que continuar.
Después de casi una hora conduciendo en tan malas condiciones, termina el descenso, desaparece la niebla y de repente la temperatura ambiental se dispara por encima de los 25º. El paisaje cambia radicalmente, del bosque lluvioso que hemos atravesado pasamos a una planicie con cultivos de caña de azúcar y plantas de cacao. Las afueras de Guayaquil son feas, buena gana de andar con rodeos, naves, industrias, barrios humildes y poco a poco el tráfico va aumentando.
Guayaquil es un gran centro industrial y uno de los puertos comerciales más importantes de sudamérica, mientras atravesamos la ciudad nos damos perfectamente cuenta de ello. Camiones y coches congestionan las avenidas que tenemos que cruzar. No tenemos previsto parar aquí, así que aunque es casi la hora del almuerzo, preferimos seguir y dejarlo para más adelante.
Tras casi 1 hora de desvíos, enlaces e intersecciones, poco a poco el tráfico disminuye, nos incorporamos a la autopista E-40 y ponemos rumbo a la costa del Pacífico. Poco antes de la ciudad de Salinas, dejamos la autopista y tomamos la E-15, que es la carretera que sigue la costa del Pacífico ecuatoriano. Esta carretera también es conocida como «ruta del sol» o más habitualmente como «ruta Spondylus», nombre de un molusco típico de la zona y que para los Incas su concha de color rojo era casi tan valiosa como el oro. Por fin tenemos el océano a nuestra izquierda, lo que significa que ya viajamos en dirección norte. Después de casi 2 semanas conduciendo entre brumas, montañas, nieblas y a veces lluvia y frío, agradecemos ver el mar, el cielo azul, las carreteras rectas y tener que parar a quitarnos algo de ropa. Lo que no cambia respecto al interior es el buen estado de la ruta y el poco tráfico.
Montañita es un pequeño pueblo que en los últimos años ha experimentado un gran auge turístico, ya que se ha convertido en destino de muchos surferos. Hacemos un parada y nos llevamos una decepción, será porque no somos surferos. Las calles están en mal estado y cruzadas por multitud de cables eléctricos, los edificios a medio terminar, por todas partes hay alojamientos, que a juzgar por su aspecto, deben ser muy económicos, y en su calle principal atrona una música tecno que no pega mucho con este ambiente. Ya que hemos parado aprovechamos para tomarnos un jugo.
Para que no olvidemos que viajamos por Ecuador, la carretera deja de ser recta, se vuelve a internar hacia el interior y de nuevo estamos subiendo y bajando, aunque ahora ya no son montañas, son lomas. Sobre las 6 p.m llegamos a Puerto López, otra pequeña decepción. Su playa es magnífica, pero excepto la calle principal y el paseo marítimo el resto está sin asfaltar. Los edificios están en un estado similar a los de Montañita, las calles llenas de perros a los que parece no gustarles nuestra llegada y el que, según Booking, es el mejor hotel del pueblo, por su aspecto parece que quedó anclado en los 70´. Nos alojamos en otro, también situado en el paseo marítimo, pero con un aspecto más moderno, todo de madera y lo hacemos en una habitación frente al mar, al menos la vista desde ella es la que uno se imagina. Vamos a pasar aquí el día de mañana, y esperamos poder disfrutar de la playa, que creo la vamos a tener para nosotros solos.
El día amanece soleado, y aunque no hace mucho calor, es suficiente para tomar el sol. Pasear por la playa, observar cómo llegan los barcos de pescadores, descargan sus capturas y charlar con los lugareños es en lo que empleamos el tiempo. Nos cuentan que aquí también, de vez en cuando, sufren algún que otro sismo. El más reciente ha sido esta misma noche, cómo estaríamos ayer de cansados que nosotros ni nos enteramos…
Durante nuestra segunda, y última noche, en Puerto López el cielo descarga agua como si fuera la última vez que lo hiciera. A la mañana siguiente, la calle para volver a tomar la carretera principal, está toda llena de barro. De nuevo regresan las nubes, las cuestas y la abundante vegetación . Aunque aquí, además de cambiar el tipo de plantas, ahora mucho más tropicales, la naturaleza presenta tonos más verdes, mucho más vivos y brillantes, lógicamente todo ello debido a la humedad, la temperatura y a la menor altura respecto al interior.
Atrás dejamos la que está considerada la playa más famosa de Ecuador, la playa Los Frailes, y que todos nos han recomendado. Sin duda el color del cielo, de un gris plomizo, hace que su vista nos deje una sensación de indiferencia. Nuestro destino es la ciudad de Bahía de Caráquez, a la que tenemos un especial interés en conocer por un hecho que sucedió en ella hace muy poco tiempo, concretamente en abril del 2016, pero antes nos desviamos de la ruta principal hasta Montecristi, lugar de nacimiento de los sombreros Panamá. Uno imagina Montecristi como un pueblo bonito, bien arreglado, turístico y repleto de tiendas de artesanías relacionadas con los famosos sombreros. Si es así como lo imaginas, no merece la pena el desvío. Su realidad nada tiene que ver con la bonita imagen que nos habíamos creado. La calle principal sí que está llena de tiendas, pero con productos chinos y comercios de alimentación…Preguntamos por alguna tienda de sombreros, nos dicen que acá hay pocas, ya que lo que hacen es enviar a Cuenca los sombreros para su venta. Nos indican una calle que no es más que una pendiente llena de barro, al final de la cuesta debe haber una, pero dudan que esté abierta. No merece la pena intentarlo.
Llegamos a Bahía de Caráquez, aquí es donde nuestro amigo Benjamín, el sacerdote con quien estuvimos en Quito, desarrolló su labor durante 16 años. Todo el mundo le recuerda y con toda la gente que hablamos guarda un cariñoso recuerdo de su persona y un gran reconocimiento de su labor. Pero nuestra visita a Bahía no tenía nada que ver con Benja, que por casualidades del destino, se encontraba en España visitando a su familia, cuando sucedió lo que relató a continuación.
El 17 de abril de 2016 Bahía, y otros pueblos de la zona, sufrieron un terremoto de intensidad 7´7 que destruyó numerosos edificios e infraestructuras. El que no se derrumbó inmediatamente, sufrió grandes daños que en muchos casos implicaron su posterior demolición. La cifra de perdidas humanas se elevó por encima de las 600 vidas. Nuestro interés iba mucho más allá qué ver cómo había quedado la ciudad. Al igual que ocurrió cuando llegamos en 2011 a Christchurch, Nueva Zelanda, (también casi destruida por un terremoto) queríamos que nuestra visita y estancia aportaran una pequeñísima ayuda a sus habitantes, y comprobaran que la vida continua y como, poco a poco, los viajeros vuelven a detenerse en sus ciudades.
A pesar de estar frente a los destrozos del terremoto, uno es incapaz de imaginar las terribles imágenes y situaciones que esta gente vivió aquel día y durante los meses posteriores. Pero como suele suceder en esta, y en otras desgracias naturales, el poder del ser humano para volver a levantarse y comenzar a reconstruir su ciudad es mucho mayor del que nos podamos imaginar. El único hotel que quedó en pie fue el de más reciente construcción, y lógicamente el único en que nos pudimos alojar. Aún eran visibles, tanto en el exterior como en el interior, las cicatrices que el terremoto había dejado en su estructura.
Un día de nuestra estancia en Bahía estuvimos comiendo en un pequeño y humilde restaurante, su dueño empezó a hablar con nosotros y a contarnos su historia. Había pasado bastantes años trabajando en España, incluso sus 3 hijos habían nacido en nuestro país. Como todo inmigrante, tanto su esposa, también ecuatoriana, como él añoraban su tierra. En el 2015 decidieron regresar, con sus ahorros levantaron una casa y un pequeño restaurante. Aquel 17 de abril, tan solo 2 meses después de abrir su negocio, todo aquello se vino abajo, por suerte su familia consiguió salir con vida. Y de nuevo tuvo que volver a construirlo, o mejor dicho todavía estaba construyéndolo. Nos agradece enormemente que hayamos elegido su restaurante para comer, y también nosotros nos alegramos de haberlo hecho. Conocer su historia forma parte de esos detalles que dan significado a nuestros viajes.
Hoy es una fecha especial, 24 de diciembre, y por parte de algunas familias de Bahía hemos sido invitados a pasar con ellos el día de Navidad. Pero hace unos días que hemos hecho una reserva en un hotel de situado en una de las playas más conocidas de Ecuador, la de Atacames. El viaje hasta allí discurre prácticamente por el interior atravesando pueblos muy humildes. Es domingo y toda la gente está disfrutando el día de fiesta y con los preparativos para el siguiente día, Navidad. Los pueblos tienen mucha actividad, gente yendo y viniendo cargados con las compras habituales de estas fiestas. Incluso notamos como el tráfico ha aumentado de forma considerable, lo mismo que la temperatura. Esta es una de las zonas de mayor producción de cacao, en algunos tramos de la carretera vemos como los agricultores utilizan parte de ésta para poner a secar los granos de cacao.
Atacames es un centro turístico, hoteles por todas partes, y gente disfrutando el día en la playa. Una playa repleta de chiringuitos construidos en madera que compiten entre ellos por ser el que tiene la música a mayor volumen.
Por sus calles se ven muchos triciclos a motor, lo que aquí llamábamos carromatos, circulando a toda velocidad y aportando al tráfico una nota colorida, pero también demasiado ruidosa. Afortunadamente todo este bullicio de la ciudad no llega hasta nuestro hotel.
Por cierto dicho hotel , de nombre Club del Sol, merece una breve reseña. Está bien situado, con acceso directo a la playa, tiene una gran piscina, instalaciones más o menos en buen estado y aunque, por ser la fecha que es, su precio se ha disparado, esto no es lo que nos molesta. Creo que nunca hemos estado en un hotel en el que sus empleados, desde los recepcionistas, a jardineros o camareros fueran tan antipáticos, parecía que trabajar en el Club del Sol fuera una condena. Pero como sólo íbamos a estar aquí 2 días tampoco era cuestión de andar cambiando de hotel. Además teníamos la playa y muchos restaurantes a pocos metros para elegir y en los cuales la atención y simpatía fueron las habituales del resto del país. Nuestra cena de Nochebuena es a base de marisco, como es fácil de imaginar de buena calidad y con unos precios realmente bajos.
En tres día finalizará nuestro viaje, es hora de volver a cambiar de rumbo, decir al Pacífico «hasta la vista» y poner rumbo este en dirección a Quito. En Esmeraldas tomamos la E-20, de nuevo viajamos entre montañas, selvas, vuelven las nieblas, la humedad. En el pueblo La Concordia dejamos esta carretera y tomamos una secundaria que nos llevará hasta Mindo. Un pueblo que nos han recomendado por su la belleza de su entorno, ubicado en un profundo valle, y con muchas posibilidades de alojamiento. Se encuentra a tan solo 100 km de Quito, de este modo el último día del viaje iremos derechos a entregar la moto y desde allí al aeropuerto.
El rápido y sinuoso descenso hasta Mindo vuelve a ser, una vez más, uno de esos tramos maravillosos que esconde Ecuador. Curvas de todo tipo, grandes desniveles, buena carretera y, como en otras ocasiones, el asfalto atraviesa un espectacular bosque lluvioso. El pueblo es pequeño, pero por la cantidad de lugares donde alojarse está claro que es un destino muy popular, no solo entre los nacionales, también vemos muchos extranjeros que vienen atraídos por la variedad de deportes de aventura que pueden hacerse en Mindo, descensos por el río, canopy, rutas de senderismo….
Nos alojamos en una cabaña de madera dentro del complejo llamado «La Posada de Mindo». Está situado en las afueras del pueblo pero eso no es problema, ya que el pueblo es tan pequeño que caminando 2 minutos ya estamos en el centro. El edificio principal también está construido en madera, y en el, amablemente su dueña nos indica en un plano las cosas que podemos visitar, tanto en el pueblo como en los alrededores.
Siguiendo sus propuestas nos vamos a visitar un mariposario que cuenta con muchos tipos de mariposas, de diferentes tamaños, especies y colores. También aquí podemos contemplar muchos colibríes, algo que creo recordar nunca habíamos tenido oportunidad de ver, o al menos en tal cantidad.
Otra visita que nos gusta mucho es la que hacemos a una pequeña y artesanal fábrica de trasformación del cacao. Sus dueños nos explican, y muestran en vivo, todo el proceso, desde la extracción de los granos del interior de la mazorca, el secado, el tueste, la trituración y finalmente la molienda con la que se obtiene la «pasta de cacao», que es la base para producir posteriormente el chocolate. Una visita realmente interesante, y que en muchos de sus procedimientos nos recuerda la que hicimos el año pasado en Colombia a una planta cafetera. Por supuesto que nos deja un buen «sabor de boca».
Por la tarde salimos en la moto a recorrer algunas pistas de los alrededores, aunque es una visita corta ya que nos cae un aguacero y regresamos pronto y empapados.
A la mañana siguiente cargamos las maletas de la moto por última vez. Nos despedimos de la dueña de » Las Cabañas de Mindo» y nos disponemos a hacer nuestros últimos kilómetros por Ecuador. Para que nos vayamos con buen recuerdo, la carretera es la típica de Ecuador que ya he descrito a lo largo de la crónica. La única diferencia es que a medida que nos acercamos a la capital, el tráfico, especialmente de camiones, se vuelve agobiante.
Como la sede de Moto-Ride Ecuador se encuentra al norte de Quito y precisamente nosotros entramos a la ciudad desde esa misma dirección, llegar hasta las instalaciones de BMW, no nos lleva mucho tiempo. Pasamos el equipaje a nuestras bolsas de viaje, que habíamos dejado aquí hasta nuestro regreso. nos despedimos de Ramiro, decimos adiós a la 800 GS que nos ha llevado por todo Ecuador sin ningún problema, excepto el inconveniente en Cuenca, resuelto tan rápidamente, y nos vamos hacia el aeropuerto.
Nuestra impresión de Ecuador es que es un pequeño gran país, con unas carreteras en buen estado que atraviesan paisajes espectaculares y variados. Su gente es amable y aunque al principio, la mayoría, suelen ser algo tímidos y hasta cierto punto reservados, tras unos minutos de conversación se vuelven más abiertos. Hemos recorrido 3 de las 4 zonas en que se divide el país. Hemos subido hasta lo más alto de sus montañas, en la zona conocida como La Cordillera. La Amazonia nos ha sorprendido, principalmente por el desconocimiento que teníamos sobre ella y hemos recorrido casi en su totalidad la ruta Spondylus, en la llamada Zona Costera. Nos han faltado la cuarta, y la única que no es continental, la de las Islas Galápagos, pero la visita a ésta última tendrá que esperar a un nuevo viaje.
Este viaje también ha significado terminar la ruta por los países del Pacífico, desde Costa Rica hasta Chile y cerrar 12 meses difíciles de volver a repetir, con viajes a Colombia, Estados Unidos, Francia, Perú, Chile, Argentina y el último a Ecuador. Ahora toca un descanso.
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