ARGENTINA
No sé porqué extraña razón tenía metido en mí cabeza que lo más espectacular del paso Jama se encontraba en el lado chileno, pero a medida que avanzo por territorio argentino, compruebo que estaba equivocado. Los paisajes siguen siendo grandiosos y no desmerecen a los que llevo vistos esta mañana. De repente me encuentro con un rebaño de llamas junto a la carretera. Por suerte siempre dejo un margen de seguridad, ya que algunas están cruzando la carretera justo después de una curva.
Llego a la aldea de Susques, aquí hay una rudimentaria gasolinera. Le pregunto al chaval que la atiende que a cuánto está el litro. Como todavía no he tenido que hacer ningún pago en pesos argentinos, me equivoco al hacer mentalmente la conversión a euros y creo que me quiere timar. Por eso le digo que eche sólo 4 litros. Mientras voy conduciendo, no dejo de pensar en eso y me doy cuenta de mi error de cálculo y de mi desconfianza hacia el pobre chaval, lo siento chico. Al menos sé que, como la garrafa sigue llena, no tendré problema con la gasolina, porque de aquí en adelante, por la ruta que haré, hasta dentro de bastantes kilómetros no hay posibilidad de repostar.
Las largas rectas dejan paso a las curvas, por ellas hago un descenso (aunque la altura sigue estando por encima de los 3.500 m.) encajonado entre espectaculares paredes rocosas llenas de cactus.
De nuevo aparecen las interminables rectas, en una de ellas, a lo lejos, veo que la carretera cruza por medio de un salar. Imagino que será el conocido como «la gran salina», del que me había hablado Germain.
No dejo pasar la oportunidad de internarme unos cientos de metros en el. Al poco aparece una furgoneta, su conductor es uno de los trabajadores de la salina. Intercambiamos unas palabras, me indica que le siga y conducimos unos kilómetros hacia el centro del salar. Llegamos hasta unas piletas excavadas en la superficie y me informa que este salar es el tercero de sudamérica en cuanto a extensión. También me explica los diferentes procesos que realizan para extraer los 3 distintos tipos de sal que comercializan, la de consumo humano, la industrial y la que va dedica para los animales. Conocer, y poder conducir por el salar, resulta una nueva experiencia y una sorpresa, ya que no entraba en los planes que tenía para hoy.
A la salida me encuentro con un argentino, es de Rosario y se llama Ariel Accoroni. También está lejos de su casa haciendo un largo viaje en moto, en su caso sobre una Yamaha 250.
Le saludo y empezamos a hablar. Amablemente me pregunta si me apetece tomar un mate, le miento y le digo que sí. No me gusta ser maleducado y normalmente no rechazo invitaciones que resultan sinceras, además me parece interesante alargar la charla que hemos empezado. Más tarde le confesé que nunca me ha gustado el mate… «Pero mira que sos boludo, habérmelo dicho» me replicó. De su equipaje saca todos los «achiperres» necesarios y mientras lo prepara, y como ya tenemos algo de confianza, me comenta lo «clasistas» que suelen ser los usuarios de las BMW.
-Casualmente esta mañana se han detenido junto a mí un grupo de unas 5 ó 6 Bmw´s, pero lo han hecho solamente para preguntarme el camino. Estábamos en un tramo de la 40, entre las montañas, dirección San Antonio de los Cobres y se encontraban perdidos. Eran brasileños, pero da igual el país. En general los que viajais en BMW no soléis relacionaros con gente de motos de cilindradas inferiores. . .»
No puedo rebatirle, esa actitud la he visto muchas veces, además le cuento que no hace tantos años eso mismo lo viví en primera persona, cuando hice un viaje de 14.000 Km en la Derbi Terra de 125 c.c. Ariel piensa que debo ser la excepción que confirma la norma, yo hablo con toda la gente que me encuentro, y dentro de los que viajan en moto, lógicamente lo hago independientemente de la que usen.
Ya que él ha sacado el tema de los motoviajeros brasileños no puedo dejar pasar la oportunidad de comentar algo acerca de los muchos con los que me he encontrado en este viaje.
No voy a caer en el error de juzgar a todos los usuarios brasileños de BMW por el mismo rasero, pero en este viaje, tanto por Chile como por Argentina, el 100 x 100 de los que me encontré, que fueron muchos y siempre viajando en grupos más o menos numerosos, lo hacían conduciendo los últimos modelos de 1200 GS, luciendo indumentarias de la actual temporada, y ellos y sus motos equipados con la parafernalia tecnológica de última generación. No tengo nada en contra de todo esto, faltaría más, pero es que, bajo mi apreciación personal y compartida también por otros viajeros chilenos y argentinos con quienes en algún momento salió el tema, 9 de cada 10 tenían un comportamiento claramente arrogante, prepotente y de superioridad hacia los demás.
Y esto no se limitaba a la hora de conducir, la misma actitud tenían cuando se bajaban de la moto. Por este motivo intenté tener el menor trato posible con ellos, y conociendo esto imagino que quizás de esos encuentros puntuales conmigo, algún brasileño sacaría la errónea conclusión de que los motoviajeros españoles lo hacemos en solitario, sobre una 800 porque no nos atrevemos, o no tenemos poder económico, para hacerlo sobre una 1.200, vamos equipados con ropa de hace 10 años y lo más tecnológico que llevamos es un GPS de la misma época y que tiene una pantalla del tamaño de una caja de cerillas…Como luego hay mucha gente susceptible, repito, es lo que yo y de mi experiencia (compartida por chilenos y argentinos) saqué en conclusión de ellos. Ya está, ya me he quedado a gusto. Volvamos con Ariel.
Resulta que nuestras intenciones para hoy confluyen en el mismo lugar, Purmamarca. Sólo faltan 70 Km. para ese pueblo, pero como cada uno llevamos nuestro ritmo, y yo haré varias paradas para las fotos, quedamos que cada uno vaya a su aire y que una vez allí nos pondremos en contacto y cenaremos juntos.
De nuevo la carretera apunta al cielo y tras superar un indicador que señala los 4.350 m. Hago una parada porque sigo sin sentir ningún síntoma de «soroche» y la botella de oxígeno de Germain va a resultar un estorbo, así que la doy uso para ver que sucede. Como era de esperar, nada, solamente que su contenido deja en mi boca un sabor dulzón. Desde aquí comienza un bonito descenso de unos 40 Km. en cuyo punto final se encuentra Purmamarca.
Es un pueblo que data de mil quinientos y pico, y su iglesia es de 1.648. Las casas son de adobe y en la plaza hay un mercado de artesanía, aunque a estas horas ya le están recogiendo. Al final de una de las calles que salen de esta plaza hay un cerro espectacular. Una mujer se acerca y me dice que es «el cerro de los siete colores», también me informa que por la mañana, a primera hora con el sol iluminándole de lleno, es cuando mejor se aprecian. Lo anoto para el día siguiente.
Por los rasgos físicos de sus habitantes se deduce que aquí hubo poco mestizaje, la mayoría tienen la piel oscura, facciones indias y son de baja estatura. Me alojo en un pequeño y sencillo hostal junto a la plaza, también es una tienda de recuerdos, por lo que a la mañana siguiente desayuno en la misma tienda, rodeado de mantas, bandejas y demás souvenirs. No tienen cochera, pero parece un pueblo tranquilo y me aseguran que no hay problema por dejar la moto toda la noche en la calle, no lo pongo en duda.
Ariel y yo compartimos bebida, cena y charla acerca de muchos temas. Esta tarde me pareció un buen tipo, y ahora compruebo que además es muy generoso. Aunque lo intenté, al final no me permitió pagar nada. Aquí nos despedimos, quedamos en que le debo una y me comprometo a ello. No sé el tiempo qué pasará, pero seguro que nos volveremos a juntar para cumplir mi promesa, allá en su Rosario natal o acá en España.
El domingo amanece radiante. Como aquí no hay gasolinera, y todavía me faltan unos 70 Km. para la próxima, antes de partir vacío los 10 lt. de la garrafa en el depósito. En San Salvador de Jujuy paro a llenar el depósito y la reserva. Para llegar hasta Salta dejo la carretera principal (Ruta 68) y tomo una secundaria que va por las montañas. Discurre entre bosques, es tan bonita como revirada y estrecha, y tiene más tráfico del que esperaba, con lo que para hacer sus 60 Km. tardo más de lo previsto.
Al poco de pasar Salta tomo dirección Cafayate, cruzando por un pueblo veo un parque en el que hay mucha gente sentada en mesas corridas. No hay que ser muy listo para deducir que, por el humo , el olor y la música, allí celebran un asado, me doy la vuelta. Por unos 3 euros me sirven un plato repleto de carne a la brasa con ensalada. Echo un vistazo buscando un lugar donde sentarme a comer, pero enseguida una familia me invita a su mesa. Me dicen: «siéntese con nosotros, nos gustaría escuchar cosas acerca de su viaje en moto por nuestro país».
Hasta Cafayate los casi 200 Km. que hago son muy variados, tan pronto hay largas rectas como zonas montañosas y reviradas, y todo ello a casi 40º. Tengo 2 paradas que hacer, y que Ariel me recalcó no pasara de largo. Son para entrar a ver «La Garganta del Diablo» y «El Anfiteatro», se trata de unas espectaculares formaciones rocosas excavadas en la roca.
Al salir del Anfiteatro y subirme a la moto me doy cuenta que el piso de una bota se ha arrancado casi por completo. Por suerte en los viajes siempre llevo ese gran invento que son las bridas de plástico y con ellas hago un arreglo provisional para poder terminar el día.
Con este remiendo llego a mi destino de hoy, Cafayate, uno de los centros vinícolas de la provincia de Salta. Hoy voy de familia en familia. En el mismo hotel se alojan unos bonaerenses, padre, madre, hijo y nuera que me invitan a compartir la cena con ellos. Tiene interés en que les cuente cosas de España. En marzo del próximo año van a hacer un viaje por Europa, y nuestro país está dentro de su recorrido.
Con la moto ya cargada pregunto en el hotel por un zapatero. Entre localizarle y el tiempo que le lleva el arreglo de mi bota, mi salida se retrasa en casi una hora, pero vuelvo a la carretera sin el apaño de las bridas.
Aunque hoy sólo será un corto taryecto, de nuevo vuelvo a viajar por la famosa Ruta 40, aquella carretera por la que hice miles de kilómetros durante la ida y vuelta a Ushuaia. Para mí la 40 no tiene nada que envidiar a la famosa Ruta 66 estadounidense, es más, en muchos aspectos la supera, pero claro, no es tan conocida porque está en Argentina, no en USA. Tiene 1.000 Km más de longitud (4.700), llega hasta casi los 5.000 m. de altitud, discurre por paisajes de lo más variado y conduces por un pavimento que cambia entre el mejor asfalto, el regular y el malo malo, y en muchos casos ni esto último, ya que todavía tiene tramos de «ripio» (pista sin asfaltar). Hasta Tafí del Valle encuentro un paisaje repleto de grandes cactus y cerros pelados. Ahora no puedo ni llegar a imaginar cómo, poco después de Tafí, el paisaje va cambiar totalmente.
Hasta un pueblo llamado Monteros hay unos 70 Km. pero los primeros 30-40 kilómetros resultan ser un tramo que, por la espectacularidad de su entorno, su vegetación y su trazado, me recuerda enormemente a las carreteras de las montañas colombianas. Con la gran diferencia que aquí lo hago por un asfalto impecable y con muy poco tráfico. En mi memoria queda como uno de los mejores tramos de todo el viaje.
Paro en Catamarca y echo gasolina. No tengo decidido dónde dormiré esta noche, despliego el mapa y veo que puedo llegar hasta La Rioja antes de que se haga de noche. Unos 10 Km. después de Catamarca sucede lo que viene siendo habitual durante todo el viaje, las carreteras solamente tienen tráfico intenso unos Km. antes y después de las mismas, luego me encuentro con muy pocos vehículos, por lo que puedo avanzar a buena velocidad. A mi derecha se levanta una cordillera cuyas cimas están cubiertas por nubes, los rayos del sol se cuelan entre ellas y no puedo evitar parar a contemplarlas.
Mientras hago los últimos kilómetros del día por una larga recta, voy pensando en la variedad de carreteras y paisajes que he visto en los casi 500 Km. que llevo hoy. He conducido por el ripio de la 40 y luego por un asfalto excelente, por interminables rectas y por zonas muy reviradas, he viajado entre cactus y montañas peladas y también en medio de la frondosa vegetación que encontré después de Tafí del Valle, he cruzado cordilleras y valles…y todo en el mismo día.
La Rioja es una ciudad grande y, como en todas, su punto más animado está en la Plaza de Armas, por lo que no lo dudo y busco un hotel situado allí mismo. Cerca de ella hay una iglesia donde se celebra una misa, las puertas están abiertas y me asomo. A los feligreses no sé, pero parece que al perro le resulta bastante aburrido el sermón del párroco…
Hoy tengo previsto parar a visitar el parque nacional de Talampaya, cuyas paredes rocosas llegan a alcanzar los 150 m. En La Rioja me han dicho que dentro del mismo no está permitida la circulación de vehículos particulares, hay que recorrerlo en unos tours organizados que duran unas 3 horas. Hoy voy sobrado de tiempo, así que no tengo problema. En Patquía tomo la carretera 150 y luego la 76 que es la que cruza Talampaya de sur a norte. El paisaje que veo conduciendo por esta carretera no resulta nada fuera de lo normal, pero en algún lugar tiene estar «la gracia» de Talampaya, por lo que al llegar al desvío que lleva al centro de visitantes, no lo dudo y me dirijo hacia el.
En el centro de visitantes me informo sobre el tour. Cuesta unos 18 euros (bastante caro me parece para ser Argentina) y se hace en un camión 4×4 con techo abierto. Hay una guía que va dando muchas explicaciones acerca de las formaciones rocosas que abundan en la zona que recorremos, se hacen muchas paradas y también alguna corta caminata para llegar a los lugares más interesantes, que son muchos y muy llamativos, me aseguran.
Si este parque estuviera en otra zona más accesible, seguro que sería mucho más popular, ya que su espectaculares paredes de arenisca roja superan en forma, belleza y grandiosidad a las de otros muchos lugares similares repartidos por el mundo, los cuales sin embargo, por unas u otras causas, son mucho más turísticos y conocidos.
Como cortesía, bueno, por lo que cuesta el ticket ya pueden, nos ofrecen un aperitivo con vino blanco y unos dulces. Si alguna vez vienes por aquí, saca el tiempo de dónde sea, pero no se te ocurra cruzar Talampaya por la carretera y no detenerte unas horas para hacer la visita al mismo, si no lo haces cometerás un gran error.
Unos 60 Km. después del parque está el pueblo de Villa Unión, lugar donde volveré a tomar la 40, la cual ya no dejaré hasta llegar mañana a Mendoza. A la entrada veo un par de hoteles con muy buen aspecto, lo tengo claro, me quedo en este pueblo a pasar la noche. Mientras ceno en una terraza de la plaza, pasa una animada comitiva de mayores y pequeños, acompañados de música. Pregunto el motivo y ahora caigo en la cuenta de que hoy es la noche de Halloween.
Hoy sí sé de antemano los kilómetros que debo hacer. Serán 490, ya que tengo que llegar a la ciudad de Mendoza, situada unos 200 Km. al este del paso andino Los Libertadores, el cual deberé cruzar mañana para regresar a Chile. El día se presenta caluroso, y al comentar en el hotel el recorrido que voy a hacer hoy, me avisan que me prepare, que voy a pasar calor y también me hacen otra advertencia. «Cuando termine una larga zona de badenes (pequeñas subidas y bajadas que cada pocos cientos de metros tiene la carretera en esa zona), al llegar a un cruce, deje la 40 y tome la carretera de la derecha, es la que lleva a la cuesta del Huaco, un recorrido muy espectacular. Y unos 30 Km. después se vuelve a juntar con la 40».
Antes de dejar Villa Unión tengo que pasar por el hospital de la localidad. Esta mañana me he despertado con una zona de mi cuello inflamada y roja como un tomate, y me es especialmente molesta a la hora de poner y quitarme el caso. En el hospital Dr. Eduardo S.Neira me atiende la doctora Maria Elena de la Vega. Su profesionalidad y buen hacer, tanto con el diagnóstico como con el tratamiento, hacen que unas 2 horas después, en la primera parada que realizo, noto con alivio que prácticamente ya no tengo molestia alguna. Muchas gracias doctora.
Todo lo que me han ido recomendado a lo largo del viaje, ha merecido la pena, así que lo de la cuesta Huaco también lo anoté para no pasarlo de largo. En efecto, después de bastantes kilómetros rectos pero con los «badenes» que me han advertido, está el cruce. La carretera se vuelve muy estrecha y comienza a ascender. Al principio de la subida aparece el río que da nombre a la cuesta, el Huaco
Paro en un mirador y la vista se pierde en el infinito, allá a lo lejos imagino que estará Villa Unión. Mientras circulo por el rodeo que recorre la cuesta Huaco, pienso en que si no me lo hubieran advertido, la habría pasado de largo y me la habría perdido. Por esto todas las mañanas me gusta comentar con la gente local el recorrido que tengo previsto hacer ese día, las recomendaciones que me hacen suelen ser acertadas y siempre que puedo las tengo en cuenta.
En los más de 150 Km. que recorro entre San José de Jachal y San Juan, la 40 presenta un aspecto que me recuerda enormemente al tramo que hice por la Patagonia, grandes rectas y muy poca vegetación. Con la diferencia que aquí el viento es flojo, y que hace un calor de mil demonios. Mientras estoy parado en una sombra llegan a mi altura una pareja que viaja en bicicletas y que adelanté hace unos kilómetros.
A mí esta gente siempre me llama la atención, y cada vez que encuentro a alguien viajando de este modo, aumenta mi admiración por ellos. No me explico con qué ánimo, y más con este calor, pueden afrontar estas rectas en las que no se ve el final. Son franceses, de Normandía, y como imaginaba su viaje no tiene nada que ver con el mío. Llevan 17 meses recorriendo el continente, empezaron en Alaska y su intención es terminar en Ushuaia.
Como no paré a repostar en San Juan, el marcador de la moto señala que me queda gasolina para muy pocos kilómetros. En otras circunstancias esto me pondría nervioso, pero ahora sólo supone que debo detenerme a vaciar el contenido de la garrafa. Es la tranquilidad que me da viajar llevando conmigo esos litros de reserva.
Pensaba buscar un hotel en la propia Mendoza, pero esta mañana me llegó un mensaje de Ariel en el que me recomendaba pasar Mendoza de largo y hacer noche en Luján de Cuyo, está en la misma carretera pero unos kilómetros más al sur. Me decía que es un lugar más bonito y tranquilo que la propia Mendoza. Hago caso de su consejo, dejo atrás el caótico trafico de la circunvalación de Mendoza y sigo hasta Luján. En realidad está prácticamente unido a la ciudad, pero si que parece un lugar tranquilo, aunque hoy hay mucha animación, es día 1 de noviembre y como dicen por acá, es feriado.
Ceno en Los Troncos, un restaurante situado en su calle principal. La camarera que me atiende, al saber que soy español, avisa al dueño. El hombre parece encantado de conocerme, su familia lleva varias generaciones en Argentina pero proceden de la provincia de Burgos. Me pide permiso para sentarse en en mi mesa y hablamos de un buen núemro de cosas, de la vida acá y allá. Insiste en que pruebe unos asados especiales que han preparado y manda sacar diferentes tipos de carnes para que le de mi opinión, por supuesto que todos me resultan muy sabrosos. Como despedida, el propietario Sergio Martínez, me regala una botella de un vino de la zona para que lo comparta con Conchi en España, le prometo que así lo haré.
A la mañana siguiente, mientras desayuno, la camarera me pregunta a dónde tengo pensado ir, la contesto que a cruzar la cordillera.
-Pues atienda a la televisión, están hablando en las noticias del paso Libertadores.
Lo que veo no me gusta nada. ¡¡ Imágenes de vehículos detenidos y además está nevando !!. Debido a un temporal y a las bajas temperaturas, el paso lleva cerrado toda la noche y no se sabe cuándo volverá a estar abierto. Y mi intención es cruzarlo hoy, mañana tengo que entregar la moto y a continuación tomar el avión de vuelta a España. La misma camarera me recomienda que viaje hasta Uspallata, la última ciudad antes de Los Libertadores, a unos 80 Km. del mismo, ya que es el lugar donde la policía suele cortar el tráfico, y que espere allí a ver qué pasa…
El paisaje hasta esa ciudad es muy bonito, y además el aspecto del cielo no presagia lo que me encontraré más adelante. Pero aún así, mi mente está más ocupada pensando qué hacer en caso de que no abran el paso, que en disfrutar de mis últimos kilómetros por Argentina.
Cruzo la ciudad, no veo nada extraño, pero a la salida me encuentro una larga fila con cientos de vehículos detenidos. Yo me «hago el sueco» y sigo avanzando, tengo la esperanza de que al ir en moto me permitan ponerme al principio de la fila, y así es. Los policías me indican que aparque junto a otra moto que hay allí, es de un argentino, su nombre es Alejo, y rápidamente me pone al tanto de la situación.
Parece ser que hay algo de nieve en la parte final, justo en la zona del puesto fronterizo, pero lo peor, me informa, es que en la carretera también hay placas de hielo, y ese es el motivo por el que no dejan pasar a ningún vehículo. Hasta las 12 h. no van a comunicarnos si se abre o no el paso. Pero un poco antes de esa hora los policías retiran la barrera y salimos disparados. Antes nos advierten a Alejo y a mí que, al ir en moto, si la cosa no mejora lo suficiente, quizás la policía nos vuelva a parar más adelante.
El espectáculo es grandioso, la carretera serpentea entre grandes montañas, de momento no hay ni rastro de nieve, pero a medida que pasan los kilómetros poco a poco la situación va cambiando. Me da mucho coraje no poder disfrutar de la visión que tengo ante mí, pero no es el momento de perder el tiempo con estas cosas, tengo que llegar lo antes posible al paso. El cielo se oscurece, el termómetro de la moto baja a los 0º, comienza a nevusquear y ahora el viento sopla con mucha más fuerza. Al entrar en una zona veo que la moto de mi compañero se mueve peligrosamente, siento que la mía hace algo similar. Un indicador señala el Aconcagua, miro en esa dirección y casualmente las nubes dejan ver su cima. Imposible resistirme, aunque pierda de vista la moto de Alejo, paro a contemplarlo.
Arranco y ahora ya me olvido totalmente del paisaje, estoy centrado al 100 x 100 en otra cosa, todos mis sentidos están puestos en la carretera y en no caerme. Me quedan pocos kilómetros de viaje y no me puedo arriesgar a tener un percance por falta de atención o prudencia. Por el llamado Puente del Inca es donde peor lo paso, especialmente por el fuerte viento. La carretera está húmeda, pero aunque cada vez cae más nieve, todavía está limpia. Confio en lo que la policía nos dijo en Uspallata, que en el lado chileno la carretera estaba normal y que no había problema. Cuando diviso los edificios del puesto aduanero, respiro más tranquilo, mi intuición o mis ganas, me dicen que lo peor ya ha pasado, aunque por supuesto no bajo la guardia.
Al igual que en el paso de Jama, los trámites son rápidos y enseguida resuelvo todo el papeleo de la moto y mío. Me despido de Alejo y mucho más tranquilo afronto el vertiginoso descenso que me encuentro nada más cruzar el cartel de bienvenida a Chile. Ahora ya me lo puedo tomar con más calma y disfrutar del paisaje y de la carretera.
Al llegar a una ciudad llamada precisamente Los Andes, y aunque solo son las 3 de la tarde, decido que por hoy ya está bien. Paro en un hotel que me recomendó Germain (esto de ir viajando y que cada día los amigos del país te escriban recomendandote sitios, es un lujo) y una vez cambiado de ropa lo primero que hago es brindar con un pisco-sour por haber cruzado Los Andes en esas condiciones y sin ningún percance.
Al día siguiente dejo la moto en el parking de MotoTravel y la cara de Juan Pablo al verme allí muestra su sorpresa. Por su gesto no puedo por menos que extrañarme y le pregunto :
-¿De qué te sorprendes? ¿No habíamos quedado que hoy te devolvía la moto?.
-Sí, pero no pensé que pudieras cruzar a tiempo la cordillera. El paso Libertadores lleva cerrado desde antes de ayer por la noche. ¿Cuándo cruzaste?.
Tuve la gran suerte de estar en Uspallata en el momento justo. Dos horas después de mi paso por la frontera, la tormenta arreció, y por lo que me contó Juan Pablo con bastante más fuerza, por lo que volvieron a cortar la carretera, y así continuaba 24 horas después.
Recojo y organizo mi equipaje, le comento algunos detalles del viaje y lo bien que se ha portado la 800 durante todo el recorrido. Como no sé cuántos kilómetros he hecho, le pido que compruebe los que marcaba la moto 11 días atrás, en total han sido 4.265. Todos ellos repletos de experiencias, aventuras, lugares espectaculares y muchos y buenos momentos compartidos con viejos y nuevos amigos.
Mientras aguardo que llegue el taxi que me llevará al aeropuerto, echo una última mirada hacia el este de Santiago, a lo lejos se recortan algunos picos de Los Andes. «Hasta la próxima. Estoy seguro que volveremos a vernos, sólo espero que la próxima vez sea con mejor tiempo…».
Interesante relato de tu viaje que acabo de leer. Me impresiona la descripción sobre variación de temperatura que tuviste que soportar cruzando desiertos y montañas, conducir por sitios nevados, placas de hielo, viento de costado, … Claro: imagino que en un viaje de cuatro mil y pico kms., uno puede encontrarse de todo.
Espectaculares también las fotos con las que ilustras tu viaje.
Mi enhorabuena por haberlo concluido felizmente.
(Paco)
Gracias Paco
Me alegro que te haya parecido interesante y entretenida la crónica y las fotos. Y sí que fue un viaje con grandes contrastes de paisajes y temperaturas.
Un saludo
Jaime