Los Tigres del Norte
Aunque el festival de música y la fiesta en bares y en la calle Bourbon St. se alargaron hasta muy tarde, a la mañana siguiente había que dejar N.Orleans y seguir viaje. Además, pagar una noche en este Four Seasons, pase, 2 quizás ya sea demasiado. El GPS nos lleva de nuevo hasta la 90 que poco a poco va perdiendo tráfico y pasa de ser una autopista a ser una carretera normal. Quizás hubiera sido interesante haber tomado dirección norte, ascender el Mississippi, atravesar los enormes campos de algodón, visitar las grandes casas señoriales sureñas, acercarnos hasta el estado de Tennessee, visitar Memphis…Todo ello en caso de disponer de tiempo, pero además habíamos venido a los EE. UU a ver músicos vivos (Los Tigres del Norte) no a músicos muertos (Elvis). Nuestra ruta nos lleva por un paisaje llano, verde y bajo unas temperaturas más altas de las que esperábamos, aunque el calor no es algo que nos incomode. Cruzamos pequeñas localidades, todas del mismo estilo. El banco, la escuela, la zona deportiva, la gasolinera, las tiendas asomadas a la carretera y los extrarradios con viviendas, generalmente sencillas, rodeadas de un pequeño terreno.
Y por el camino nos vamos encontrando con la mayoría de lo tópicos genuinamente americanos, que vemos todos los días en la Tv, y que hacen inconfundibles a este país y a esta sociedad. Su bandera en casas particulares, edificios públicos, automóviles…La coloquen donde la coloquen, que sea siempre a lo grande.
Sus llamativas y coloridas placas de matrículas
El sheriff y sus ayudantes
Y todo lo que gira en torno al mundo del motor. Sus peculiares motos, los deportivos «made in USA», sus enormes camionetas (pick-up)
Y esa «afición» que comparten con sudafricanos y australianos y que consiste en ir siempre «arrastrando cosas»…
En algún lugar he leído que Lake Charles es una agradable ciudad, quizás sea bueno detenernos en ella para pasar la noche. Alguien se ha equivocado, o quien escribió eso sobre Lake Charles o nosotros que no damos con la citada «zona agradable de la ciudad». Después de 1 hora perdida dando vueltas por la misma, decidimos seguir más adelante, ya encontraremos un hotel junto a la carretera donde dormir. Es una de tantas cosas buenas que tiene viajar sin planes cerrados y sin reservas previas. Un Best Western, en una de las incorporaciones de la 90 a la Interestatal, nos parece buen lugar. Estamos a unos 200 km de Houston, mañana es sábado y Los Tigres del Norte actúan el domingo. Ningún problema, tenemos tiempo más que suficiente para llegar, buscar un hotel, ver algo de la ciudad y al día siguiente, al concierto.
Entrar en Texas, aumentar el tráfico, todavía más la temperatura y encontrarnos con la Interestatal colapsada y atascada debido a unas obras, sucede todo al mismo tiempo. Cuando estoy lejos de casa suelo practicar una conducción todavía más prudente y a la defensiva de lo habitual, y con una moto como esta aún más. Prefiero esperar, a dejarme una maleta o un espejo contra alguna camioneta. Pero un par de Harley’s nos adelantan, a nosotros y a los cientos de vehículos que estamos parados, por el arcén. Si ellos lo hacen con esa naturalidad, ¿por qué no nosotros?. Conduciendo detrás las Harley’s conseguimos saltarnos más 10 km de atasco. Si hubiera aparecido alguna patrulla de policía, no sé si nos hubieran echado el alto. A ellos no creo que les importara mucho este asunto, en la espalda del chaleco del que iba delante de nosotros se leía algo así como: «Las leyes no me preocupan».
Llegando desde el este, el skyline de Houston es el que habitualmente se ve en la Tv cuando salen imágenes de esta ciudad. Hasta llegar al downtown (centro) se cruzan un buen número de espectaculares viaductos. Autopistas por arriba, por abajo, a los lados…Siguiendo las señales, como en todo el país fáciles de ver e interpretar, y con la ayuda del navegador de la moto (no me preguntes el por qué, pero hasta hoy no me decidido a guardar nuestro viejo Garmin) aparcamos en pleno centro. Es sábado por la mañana y todo el tráfico de hace sólo unos minutos ha desaparecido. Houston parece una ciudad fantasma, no hay gente, no hay coches, no hay ruidos. Solamente grandes y enormes rascacielos, que imaginamos estarán llenos de oficinas y vacíos por ser el día que es. Uno no espera llegar al corazón de la ciudad y encontrarla así. Y menos, poder escoger lugar donde aparcar.
Houston se extiende decenas de kilómetros, así que miremos por dónde miremos el plano, el lugar del concierto de mañana queda lejos de todo. Nos decidimos por buscar un hotel en un barrio que, aunque distante unos 20 km de donde iremos mañana, al menos está en esa dirección. El hotel que elegimos, uno de la cadena Sonesta, tiene como siempre, y comparado con Europa, una habitación enorme, y en este caso también está equipada con cocina. Está situado en Hidalgo Street, y a su lado se levanta uno de esos moll tan americanos que hay que visitar de vez en cuando, se llama The Gallery. Parece buen plan para pasar la tarde y dejarnos unos dólares.
Llevamos más de 2.000 km con la Goldwing, suficientes como para poder contar algo de ella, pero afortunadamente poco hay que contar. Se viaja de maravilla, y ya está. Con el tamaño que tiene es lógico que su capacidad de carga sea suficiente, no sólo por sus maletas y el top-case, también ayudan la gran cantidad de huecos que tiene repartidos por todas partes y que vienen muy bien para guardar esas cosas pequeñas y que necesitas tener a mano. Tiene potencia más que de sobra para viajar por estas carreteras y su motor apenas vibra, o al menos eso me parece a mi que nunca he sido muy exigente en ese sentido. Asientos cómodos, gran protección contra el viento y su equipo de música (aunque éste último es lo que menos me acaba de convencer, el de la Electra parecía de mejor calidad y se escuchaba bastante mejor) completan lo esencial para viajar millas y millas sin que el cansancio aparezca antes de tiempo. ¿Gasto de combustible? y yo qué sé, no he andado ni echando cuentas ni comprobándolo en su ordenador. Hasta me he acostumbrado a sus formas, que al principio no me parecían nada afortunadas, está visto que «el roce hace el cariño».
Y llega el domingo. El concierto empieza a las 15 h, sabemos que actúan más grupos de música norteña, pero no sabemos cuánto durará. Para desplazarnos hasta allí, un complejo llamado «Escapade 2001», decidimos hacer uso de «Uber». No es cuestión de ir en la moto sin saber cuántas horas estaremos, además yendo y volviendo en «Uber» tampoco tendré que preocuparme por las cervezas que me tome…
El ambiente que nos encontramos en la explanada donde está el escenario es muy particular. Abundan las vestimentas tipo tejano-mexicano. Los hombres llevan grandes sombreros, camisas bordadas, pantalones vaqueros con cinturones anchos y todo ello rematado con las vistosas botas de cow-boy. Se ven mujeres luciendo una indumentaria parecida, otras llevan vestidos ajustados a punto de reventar. Está prohibida la entrada de armas al recinto, pero uno aseguraría que muchos las han dejado afuera, en el carro (coche) o en la camioneta.
Los presentadores no paran de repetir el nombre de las empresas patrocinadoras, que si Supermercados «La Michoacana» por aquí, que si «Alimentación Fud» (hispanizada la palabra food) por allá… Alrededor hay muchos puestos de comida y bebida, se respira ambiente de fiesta. Nos alegramos mucho de tener la oportunidad de conocer y vivir un concierto una tarde de domingo con estos hispanos de Texas. Todos hablamos el mismo idioma, incluso la policía estadounidense que controla que nadie «se salga de madre» son hispanos.
Desde lejos se nota, especialmente por nuestra indumentaria, que los únicos que no somos hispano-texano somos Conchi y yo. ¿A quién se le ocurre venir en deportivas y con esa gorra a un evento como éste?.
Al principio la gente se muestra recelosa y prudente al hablar con nosotros. Es fácil que piensen: «¿Serán de la «migra» (inmigración ) esta pareja que me hacen tantas preguntas?» . Pero sólo es cuestión de tiempo para que comiencen a coger confianza. Les encanta que hayamos venido desde España para asistir a un festival de música norteña y más concretamente a ver actuar a Los Tigres del Norte. Poco a poco van desapareciendo sus recelos y cada uno nos cuenta su particular historia. Cómo llegaron a los EE.UU, en qué situación se encuentran (legales o ilegales), a qué se dedican, sus temores ante la llegada y el futuro que les espera con Trump al frente del país…Cada persona es un un cúmulo de vivencias, de sueños, de miedos, de esperanzas… Desde hace unos meses, su vida diaria ha cambiado. Ahora una simple multa de aparcamiento, cuando todos sus papeles no están en regla al 100×100, puede significar su deportación, aunque sus hijos sean ciudadanos americanos con todos sus derechos. En los diarios de tirada especial para hispanos, leemos artículos dedicados a cómo actuar en caso de que «la migra» llame a la puerta de tu casa, qué hacer, qué no hacer, lo que hay que decir… También proliferan los anuncios de abogados, siempre hispanos de segunda o tercera generación, ofreciendo asesoramiento gratuito y consejos para evitar las deportaciones que rompen los núcleos familiares. Como tantas veces, uno no se imagina una realidad y un ambiente concreto, hasta que no conoce, y escucha, en vivo a sus protagonistas.
Bandas y bandas de música norteña van pasando por el escenario, con nombres tan sugerentes como «La Ley del Norte» o «Los Invencibles de Nuevo Léon». Incluso hay una parte dedicada a pequeñas promesas, entre los que destaca un niño llamado Miguel Morín. Al acabar su actuación nos acercamos a darle la enhorabuena. A su mánager le encanta eso de que unos españoles feliciten a su representado, y rápidamente va en busca de un Cd con la música de Miguelín para regalarnos. «Tengan, difúndanlo por España».
Unas 5 horas después de que empezara el festival aparecen en el escenario los esperados «jefes de jefes» como son conocidos popularmente, Los Tigres del Norte. El ambiente termina de explotar, el público los aclama, los vitorea, los quiere. Ellos lo saben y conocen perfectamente cómo agradecérselo. Comentan que para esta actuación no traen preparado un repertorio concreto. El público les va pidiendo los éxitos que quieren escuchar y los Tigres les complacen. Los de las primeras filas los piden de viva voz, las preferencias de los que están más alejados son escritas en trozos de papel, que la gente se va pasando, hasta que llegan a manos de los artistas. Todas las canciones son acompañadas por el público, lo que hace que a veces las letras no se escuchen bien, pero qué más da, para eso están los Cd´s, aquí estamos en un concierto en vivo, pero que muy vivo…
Son más de 2 horas de actuación durante las que nos cantan historias de su Sinaloa natal, de los «mojados», del tráfico de droga desde México a los EE.UU. La historia de Camelia «la tejana», natural de San Antonio. La de dos novatos narcotraficantes, Pedro Márquez y su reciente esposa, que aprovechan su luna de miel para ganar un buen dinero con un cargamento de droga, hasta que en Sonora los rodean 10 carros de federales, como es de esperar aquello acaba en tragedia. La de los hermanos Pedro y Pablo y la novia de uno. Leticia, que acaba siendo la esposa del otro… Sus letras no tienen desperdicio, aunque algunas de ellas encierren cierta dosis de violencia de género por la que en Europa ya les habrían metido alguna denuncia, como ocurre en la que relata la violenta y bestial reacción de Martín Estrada Contreras, «El tahúr». En una partida se apostó a su mujer y perdió. Y en efecto, se la entregó a quien le había ganado, pero esto fue lo que ocurrió :
«P´a mi las deudas de juego son siempre deudas de honor
Te entrego lo que más quiero
pero te la entrego muerta,
aunque me destroza el alma de sentimiento y dolor.
Se oyeron dos fogonazos de dos balas expansivas.
Primero mató a su amada, después se quitó la vida…».
A veces les han imputado ensalzar la figura de los narcos, una de sus canciones dice:
«…los amigos de mi padre me admiran y me respetan,
y en dos y trescientos metros levanto las avionetas.
De diferentes calibres manejo las metralletas…».
Aunque ellos, claro está, se defienden alegando que solamente ponen música a las historias que escuchan, que les cuentan y que están en la calle. «Contrabando y traición», «La camioneta gris», «La jaula de oro», «La banda del carro rojo», «Tres veces mojado», dedicada a los ilegales que suben desde países situados más al sur de México,…son algunas de las canciones que el público va pidiendo. Entre ellas tampoco falta su último gran éxito, «El ataúd».
Si has leído el libro de Pérez Reverte «La reina del sur» y luego escuchas la canción que Los Tigres dedican a Teresa Mendoza, la protagonista, comprobarás que son capaces de meter toda su historia, y a muchos de los personajes que aparecen en el libro, en tan solo cuatro minutos.
Al final llega el momento que todos esperan, dedican unas palabras a Trump, aunque en ningún momento llegan a pronunciar su nombre. No hace falta, todos sabemos a quien van dirigidas. El público estalla en una enorme ovación, y todos entonan la canción «Somos americanos». «Los únicos que tenemos sangre de los primeros americanos, somos nosotros, los hispanos. Nuestros antepasados ya estaban aquí cuando vosotros llegasteis. Nuestra sangre es sangre de indios y mestiza, y nosotros somos los que con toda la ley podemos llamarnos americanos…» viene a decir la letra de la canción.
Los asistentes somos varios miles (entre 3.000 y 4.000), pero no hay altercados reseñables, ni peleas, ni tiros, ni «na de na»…Tan solo algunos que «han tomado demasiado» (se han emborrachado) y la policía se los lleva detenidos. Nos ha encantado la experiencia de vivir este concierto en directo y en su totalidad. Han sido más de siete horas escuchando innumerables historias, tanto arriba en el escenario, como abajo entre el público.
A la salida vemos a los temidos agentes de «la migra» que están haciendo controles aleatorios. Lamentablemente quizás alguno con los que hemos compartido la tarde, y que llevan años trabajando y viviendo en los EE.UU, en pocos días sea deportado a México.
Por nuestra parte, otro Uber nos devuelve al hotel.
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