«Colombia, el mayor peligro es que te quieras quedar» 

 

   Desde su nacimiento en el sur de Colombia, hasta su desembocadura en el mar Caribe, el río Magdalena  recorre el país  a lo largo de más de 1.500 km. Estamos en el pueblo de Villavieja, a 4 km del llamativo desierto de La Tatacoa, la mañana es soleada y muy calurosa. Desde la orilla del margen derecho del Magdalena, se aprecia perfectamente la corriente que llevan sus aguas, y que debido a las últimas tormentas presentan un color marrón. Gracias a la ayuda de cinco hombres, logramos subir la pesada 1200 GS en una pequeña lancha. Ahora para alcanzar la otra orilla, primero tendremos que remontarlo para rodear una gran isla, y luego, por otro ramal, buscar el lugar para poder desembarcar en el otro lado. En teoría no nos llevará más de 10 ó 15 minutos de navegación. Pero mí desconfianza no termina de desaparecer y por segunda vez pregunto al dueño de la lancha.

-Oiga, ¿está usted seguro que esto aguantará?. A ver si vamos a acabar en el fondo del Magdalena…

-No se preocupe, patrón. Ya he cruzado motos otras veces. No es la primera.

-¿Pero tan grandes y pesadas?

-Bueno, en verdad que tanto como ésta…nunca…Pero patrón, no hay problema, tranquilo. Usted sujete ahí, así, de pie,  a la moto. Y usted señora, siéntese aquí atrás y no se mueva.

    La embarcación está hecha con chapas metálicas soldadas unas con otras. Parece sólida, pero poco estable para llevar, de la única forma que su escasa anchura lo permite, una moto como ésta. En la lancha  viajamos el dueño, que maneja el pequeño motor fuera borda, su mujer,  que se ha encargado  del desamarre, Conchi, la moto y yo, que voy de pie sujetándola, o quizás soy yo quien se sujeta a ella, quién sabe. La embarcación hace unas maniobras para encarar la corriente,  da unos meneos, y me acuerdo de los dibujos del libro de física de cuando estaba en el colegio. En ellos se representaban diferentes ejemplos de cuerpos estables e inestables, y la estrecha relación entre la situación del centro de gravedad y su incidencia en la estabilidad de los objetos. Por la obligada posición que tenemos sobre la lancha, ellos sentados en los extremos, la moto y yo en el centro, y por la velocidad que alcanzamos para poder vencer las corrientes, no hay duda, a mi me sigue pareciendo que un pequeño error y… aquí acabó nuestro viaje. Pero ya es tarde para arrepentirse.

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¿Pero cómo hemos llegado a esta situación?

¿Tan complicado es viajar por Colombia?

¿Es qué no hay puentes?

Lo que quizás no sepas de Colombia

     Cuando contábamos a los amigos y familiares que en diciembre nos íbamos de viaje en una moto por este país, los comentarios que nos hicieron eran los habituales. “Cuidado que aquello es muy peligroso”, “a ver si os va a secuestrar la guerrilla”, “que no os metan droga en los equipajes”,  “el otro día vi en la tv que drogan a los turistas y que luego les roban”, “pero si allí  están en guerra  desde hace muchos años ¿no?”… Como pasa siempre, estas recomendaciones nos las hacían quienes nunca habían estado en Colombia. Solamente las pocas personas que conocíamos,  y que si habían viajado por allí de forma similar a la que teníamos previsto hacerlo, nos dijeron que los paisajes,  y especialmente  la gente,  nos iban a encantar. Como el gobierno colombiano sabe perfectamente cuál es la imagen que en Europa tenemos de su país, hace tiempo que intenta cambiarla y entre otras cosas popularizan un eslogan turístico, “Colombia, el mayor peligro es que te quieras quedar”.

     No hay duda que durante muchos años, los cárteles de la droga, la guerrilla y la inseguridad ciudadana no han contribuido mucho a que desde fuera se vea a eso de “querer quedarte” como tu mayor preocupación viajando por Colombia. Pero desde luego, y  a toro pasado,  Colombia no figura entre los países más inseguros por los que hemos viajado. Al contrario. En ningún momento tuvimos sensación de peligro, ni en grandes ciudades, pueblos, aldeas, carreteras o pistas abiertas a través de la selva. Bueno, esto no es del todo verdad, durante la travesía del Magdalena si que sentimos cierta incertidumbre sobre cómo acabaría nuestro viaje. Aunque sin duda en Colombia, y en todos los países, se deben tomar ciertas precauciones, y desde luego la suerte también juega un papel importante. Que no te encuentres con la persona equivocada, o en la situación, en el  momento más inoportuno, es imprescindible para que regreses pensando en lo acertado de su eslogan.

     Pensamos que con la reciente firma del tratado de paz, entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, algo estaba cambiando, y por eso nos decidimos a hacer este viaje precisamente ahora, en diciembre de 2016. Aunque ese acuerdo se ve de distinta manera a uno u otro lado del Atlántico. Después de más de 50 años de guerra, todos los colombianos quieren la paz, pero no a cualquier precio, y de ahí el resultado negativo del referéndum. La mayoría piensa que eso de un perdón generalizado para todos los terroristas es ser demasiado benévolo.  Y por si fuera poco, además del “perdón”,  se les da una serie de beneficios de los que no disfrutan el resto de ciudadanos. Parece ser que el presidente Santos quería pasar a la historia como quien logró firmar el acuerdo, y hacerlo al precio que fuera, y que en 2018, cuando acabe su mandato, “el marrón” se lo dejara al próximo presidente.

     Todas las mañanas, al despertarnos conectábamos la televisión y, dentro de uno de los  noticieros de primera hora, había una sección que se titulaba “Mientras usted dormía”. En ella daban información, con todo lujo de detalles e imágenes, de lo sucesos que habían ocurrido en el país aquella noche. Todas esas noticias eran “muy entretenidas”.  Unos sicarios pegan 5 tiros a no sé quien, encuentran a una pareja asesinada no sé dónde, una avalancha de lodo se lleva varias casas y aparecen 3 muertos, varios robos utilizando todos los medios inimaginables (unos ladrones, vestidos de policías, detienen un autocar, suben a el y “confiscan” a los viajeros todos sus celulares y el dinero), aparatosos y trágicos accidentes, generalmente provocados por camiones… Si ese programa lo hubiera visto desde aquí, habría sido imposible que viajáramos a Colombia con un mínimo de tranquilidad.  Aunque en realidad no dejan de ser noticias que, en mayor o menor medida, ocurren en casi todo el mundo. No vimos a nadie portando armas, excepto a quienes tenían autorización para hacerlo,  y a alguna mujer que, aunque no tuviera permiso de armas, sí parecía muy contenta con ella…. Tampoco a nadie traficando con drogas, o que nos las ofrecieran, aunque se anunciaban por todas partes, y por lo visto eran «súper baratas».

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       Viajar por Hispanoamérica  tiene, para los españoles,  el plus  de poder comunicarte fácilmente. Y como en todos los lugares, además viajando en moto tienes la posibilidad de hacerlo con muy distintos tipos de personas.   Una de las muchas cosas buenas que tienen los colombianos es que son muy buenos conversadores, que no “habladores” que es otra cosa muy diferente.  A diferencia de otros países, ellos no tienen reparo en hablarte con sinceridad   sobre sucesos y situaciones acerca de asuntos nacionales espinosos y delicados, y que quizás, de una manera u otra,  han marcado sus vidas, me refiero a cárteles de la droga, sicarios, guerrilla, violencia…. Pero a su vez  también  se interesan por saber cómo es la imagen que tenemos de ellos y de su país, de preguntar cómo se ve el acuerdo de paz desde Europa…

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    Si teníamos especial interés en que la conversación continuara, o ganarnos su confianza y plantear alguna pregunta algo incómoda, solamente había que mentar un nombre, Nairo Quintana. Ciclista ganador del Giro y de la última Vuelta a España, y que es uno de los ídolos nacionales. A los colombianos les encantaba saber que yo había viajado a las etapas alpinas de los últimos 5 tours de Francia, y que además conocía a Nairo en persona. Y si Conchi añadía que en España se le aprecia también por su humildad y sencillez, la charla discurría mucho más amena y relajada.

    Antes de empezar nuestro viaje ya teníamos a una persona, que no conocíamos con anterioridad, pero que por una causa concreta, amablemente se ofreció a dedicarnos parte de su tiempo para ir a recogernos al aeropuerto de Bogotá y llevarnos a nuestro hotel,  invitarnos a su casa, acompañarnos a la hora de retirar la moto, dar su número de teléfono personal a la empresa de alquiler para cualquier problema o contratiempo que él nos pudiera resolver… El señor Oscar Enrique Arandia, su esposa Mirian y el resto de su familia lograron que, las primeras personas que conocimos en Bogotá, nos dieran una idea de cómo son los colombianos. Según nuestra propia experiencia en general son muy amables, educados, simpáticos, cercanos, siempre dispuestos a ayudarnos y además  saben manejar el vocabulario español como en pocos lugares…

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    Cuando llegas a un lugar, siempre te saludan con un «buenos días ¿cómo está usted?. Si pides o preguntas cualquier cosa, lo primero que hacen es decirte «a la orden». Y cuando das las gracias, invariablemente su respuesta es «con gusto». Ni remotamente parecido a cómo nos comportamos por aquí. Todo el mundo se trata de usted, incluyendo cuando hablan a los niños,  y además en la zona de Boyacá  es normal que se dirijan a ti en lugar de con el habitual «usted», con un sorprendente «su mercé».

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    Y este trato lo tenían con nosotros tanto  el sencillo campesino, sentado a nuestro lado en cualquier puesto de comidas en la carretera, como el recepcionista del hotel, la “mesera” (camarera) que nos atendía, la persona desconocida a la que preguntábamos cualquier cosa, policías, militares, o el hombre de negocios, que con aspecto impecable e imagen de pertenecer a la clase acomodada, bajaba de su 4×4, le llamaba la atención la moto que veía allí aparcada y nuestro aspecto, y acto seguido nos saludaba y se interesaba por nosotros y nuestro viaje.

     Fuimos dejando amigos por todo el país. Desde gerentes de hoteles, como el Sr. Henao del hotel Aqua-Granada en Cali, que nos hizo un precio especial, nos dio una de las mejores habitaciones y además nos invitó a comer. Diego, también apasionado por el mundo de los viajes en moto, y  propietario del maravilloso Akawanka Lodge en San Agustín, que junto con su compañera Yorleny nos brindaron todo tipo de facilidades y atenciones durante nuestra estancia allí. Las chicas policías de Villavieja, Alejandra Coral y Tatiana Chicué, que tan simpáticas y atentas fueron con nosotros y además nos ayudaron con el asunto de localizar una lancha para la travesía del río Magdalena. Y así otras muchas personas anónimas que, con sus acciones o conversación,  hicieron que nos formáramos esta idea acerca de los colombianos.

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     Como otros países tropicales, climatológicamente hablando Colombia no tiene cuatro estaciones. Tiene época de lluvias y época seca, que era en la que nosotros estábamos. Aunque durante ésta, sí es verdad que las lluvias son más cortas, pero no por ello menos intensas. Pero aquí  también tuvimos suerte, los momentos en que nos sorprendieron lluvias verdaderamente  fuertes, esos días estábamos ya en nuestro destino. O ya lo habíamos abandonado, como ocurrió cuando partimos de Popayán. Ya en nuestra siguiente parada, San Agustín, nos enteramos que esa misma tarde había habido unas lluvias torrenciales en Popayán, con inundaciones por todo el pueblo, y con derrumbamientos de casas incluidos.

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   Otro aspecto básico en todo viaje es la alimentación, aquí nosotros nunca tenemos problemas, nos gusta probar de todo y comer en todo tipo de establecimientos. Colombia tiene muchos platos típicos, como la “bandeja paisa”, un plato con abundantes raciones, enormes más bien, de carne molida, chicharrón (torreznos a lo grande) huevo frito, frijoles, plátano maduro… vamos, para no quedarte con hambre. La yuca frita también está muy sabrosa. Y por supuesto que, en las zonas costeras, predominan los platos de pescado y mariscos a buen precio. Pero sobre todo destacan los jugos de todo tipo de frutas. Algunos hechos con frutas que no habíamos probado nunca, como el lulo, exquisito,  y otros más conocidas, de mango, guanábana, maracuyá, papaya…Y por supuesto el café, con un sabor diferente y al que, al menos nosotros, tardamos unos días en acostumbrarnos. Y atento, por allí si te ofrecen un tinto, no te confundas, no es vino, es un café solo.

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    Los precios de la alimentación y el resto de los gastos del día, son sensiblemente más baratos que en España. Incluidos los hoteles de categoría alta, aunque en las grandes ciudades, los precios de estos no es que difieran mucho de que los que tenemos por aquí. La gasolina, otro gasto importante en los viajes,  está a unos 0´70 euros el litro. Y en las carreteras principales hay puestos para el pago de peaje, aunque las motos disponen de un carril único, siempre en el lateral derecho,   ya que están libres de ese pago.

    En lo referente a los paisajes, ya los iremos viendo a medida que avance nuestro viaje. Sólo un apunte, seguramente habrás oído decir que Costa Rica o Brasil tienen unos paisajes increíbles. Nosotros hemos viajado por los dos y en ese aspecto, siempre bajo nuestro punto de vista, no es que Colombia los supere, es que sencillamente gana “por goleada”. No sólo son sus montañas, valles, cascadas, playas, pueblos coloniales…es que hasta tiene un desierto, La Tatacoa,  pequeño sí, pero espectacular. Si un día, ojala no muy lejano, Colombia puede borrar la imagen que durante décadas nos ha llegado de ella, sin duda será uno de los destinos turísticos por excelencia. A los paisajes, historia, cultura y tradiciones añade también algo que no es fácil encontrar, la calidez humana de quienes la habitan.

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