San Agustín-Rivera
Nuestro plan era viajar hoy hasta la ciudad de Neila, pero Diego nos quita esa idea. Neila no tiene nada de especial, es una ciudad grande e industrial y además allí hace mucho calor. Nos aconseja que unos 20 Km antes de ella, tomemos un desvío que nos llevará hasta una pequeña población llamada Rivera. Está en la falda de las montañas, y también nos dice que unos kilómetros más allá del pueblo, encontraremos varios hoteles situados en lugares muy bonitos. Anotamos el nombre de un par de ellos y no olvidaremos su recomendación.
Durante los más o menos 280 km que nos separan de Rivera nos acompaña un clima perfecto para viajar en moto. Las poblaciones que atravesamos nos dan la impresión de estar menos desarrolladas que las que vimos bajando por el valle del Cauca. Hacemos un par de paradas y sin duda esta región, la Huila, parece más pobre que las anteriores, al menos por lo que hemos visto hasta ahora. Encontramos llanuras, de nuevo montañas, y de nuevo volvemos a tener a nuestra izquierda la planicie por donde discurre el Magdalena. Es domingo y se aprecia más tráfico que los otros días. Como es normal la carretera cruza por medio de los pueblos, así que cuando alguno llama nuestra atención hacemos una parada. Sobre las 3 de la tarde finalmente tomamos el desvío a Rivera.
Con las indicaciones que tenemos, cruzamos el pueblo y tomamos una pequeña carretera que se interna hacia la montaña. A nuestra derecha dejamos un desvio hacia uno de los hoteles, pero decidimos continuar. El camino está cada vez peor, hablando claro, está desastroso, por lo que decidimos dar la vuelta y tomar el otro que, hace un par de kilómetros, dejamos atrás.
En una gran pradera se levanta algo que se anuncia como «resort». La primera impresión es que esa calificación es demasiado optimista, al menos para el sentido que nosotros tenemos de «resort». Si que es grande, tiene cafetería, restaurante, pistas deportivas, piscina, camping…Y hay bastantes familias pasando la tarde del domingo. Además para tranquilidad de los usuarios hay varios carteles es los que anuncia que está prohibido entrar con armas…Pedimos que nos enseñen una habitación. Es la más sencilla y básica de todo el viaje. Calurosa, sin decoración, pequeña.. el precio tampoco es que sea una maravilla. Unos 30 euros por ese cuchitril nos parece un tanto caro. Nos lo pensamos unos minutos y al final decidimos darle una oportunidad al «resort» y nos quedamos aquí.
Este pais no deja de sorprendernos. Nos informan que en la parte de atrás hay un sendero que, tras unos pocos metros de bajada, lleva hasta una piscina natural. Nos ponemos los bañadores y vamos a ver cómo está. Y sorpresa, el lugar es realmente bonito y fresco. Al final resultará que, con el calor que hace hoy, no podíamos haber ido a caer en mejor lugar.
A medida que va oscureciendo el complejo se va vaciando. La gente es del propio Riviera o de Neila y regresan a sus hogares. Vemos que somos los únicos huespedes. La familia que lo regenta nos pregunta a qué hora queremos cenar, ya que han tenido un día muy largo y ajetreado y quieren irse a descansar lo antes posible. Después de la cena nos comentan que van a rezar la novena y que si queremos podemos unirnos a ellos. Aceptamos, tampoco tenemos otra cosa mejor que hacer y todo lo que sea integrarnos con la gente, siempre nos gusta.
Por la noche cae una buena tanda de agua, y el día amanece nublado, pero poco a poco va apareciendo un sol radiante. Mientras desayunamos nos preguntan si ya hemos ido hasta la catarata. Se encuentra a un par de kilómetros montaña arriba, como no tenemos prisa, decidimos ir hasta allí. El paseo discurre entre una frondosa vegetación y al llegar al lugar de la cascada, de nuevo sorpresa. O quizás ya no tanta, porque en este país ningún lugar natural nos ha defraudado.
Rivera-Villavieja (Desierto de La Tatacoa)
Cruzando la ciudad de Neiva nos damos cuenta de lo bien que hicimos siguiendo el consejo que nos dieron en San Agustín. Neila nos parece industrial, ruidosa, con mucho tráfico y sin mayor atractivo. Por el contrario, la carretera que nos lleva hasta Villavieja es muy bonita y tranquila. Al principio cruza una zona de bosque, luego poco a poco aumenta el calor, cambia el paisaje y los árboles dejan su lugar a los matorrales. Villavieja es un pueblo cuyo principal atractivo es estar situado a unos 5 km de la entrada al desierto de La Tatacoa y directamente vamos allí.
Sentimos especial predilección por los desiertos, aunque éste no sea del estilo de los que hemos recorrido. Es muy pequeño, aunque si que presenta la vegetación típica de los desiertos americanos, con sus espectaculares cactus. En su interior hay un observatorio y varios hoteles. Preguntamos en el único del que tenemos alguna referencia, y por primera vez en este viaje nos dicen que está completo. Insistimos, ya que excepto nuestra moto y un 4×4, en su entrada no vemos más vehículos. Seguramente el recpcionista pensará que siendo españoles, es extraño que no hayamos entendido lo de «está completo». Pero amablemente nos aclara que están esperando un autobús lleno de alemanes y que debe estar a punto de llegar. Nos indican otro alojamiento que hay un kilómetro más adelante.
En éste sólo quedan libres 2 habitaciones, ¡pues si que está concurrido este desierto!. Conchi va junto con el encargado a verlas. Vuelve horrorizada. No son habitaciones, son dos «cuartos de los trastos» llenos de mierda, incluso con pájaros muertos…. Dejamos el recorrido por La Tatacoa para más tarde, ahora debemos resolver el tema de nuestro alojamiento. En Villavieja encontramos lo que necesitamos. Un hotel nuevo, limpio, moderno y además con piscina. la única pequeña pega es que el parqueadero está separado unas cuantas calles. Tampoco es ningún problema que la moto se quede una noche en la calle, y menos en este lugar que parace muy tranqulo. «No patrón, cuando se haga de noche, si usted quiere puede meter la moto acá dentro, en la recepción. A este lado no estobará», me dice el recepcionista. Pues muchas gracias.
Villavieja es muy pequeño, aunque en realidad tiene más habitantes que nuestro pueblo. Sus casas son de una sola planta, sencillas y por lo que vemos todos sus vecinos tienen una relación muy cercana. Como es normal la moto llama la atención y como en otros lugares nos preguntan acerca de nuestro viaje. Un par de chicas, agentes de policia, nos piden permiso para hacerse unas fotos y nos cuentan que aquí hay un museo dedicado al totumo, y que si queremos nos acompañan hasta el. ¿Y eso del totumo qué es?. Pues es un árbol que puede llegar hasta los 5 m de altura, aguanta bien la falta de lluvias y con la cáscara de su fruto, el totumo, desde épocas precolombinas se han creado los más variados objetos, y de igual modo se ha hecho lo mismo con la madera de su tronco.
Hace pocos años, el artesano Gabriel Rodríguez abrió este taller-museo, seguramente el único en el mundo, y él es el creador de todos los objetos que allí se `pueden ver. Charlando con él uno aprecia la pasión que siente por su trabajo, por su obra, y por el totumo, y todo ello desde la más sincera humildad.
Todas las noches, sobre las 19 h, en el observatorio que se encuentra en La Tatacoa se lleva a cabo una sesión de observación astronómica. Hacemos de nuevo el camino hasta allí. Sólo tienen operativo un telescopio, y los alemanes de la excursión lo tienen copado, así que tardamos poco en volver al pueblo.
Preferimos pasear por los calles de Villavieja, que se enuentran, como no, llenas de una trabajada iluminación navideña. En la plaza asistimos a la fiesta que hacen después de la novena diaria y luego vamos a cenar a una casa de comidas. Si fueramos un poco escrupulosos ni nos habríamos asomado a ella. Su aspecto es de lo más sencillo en cuanto a entorno, utensilios y comida. Pero como era de esperar, ésta resulta ser muy sabrosa, típica y sumamente económica. Por unos 3 euros cada uno cenamos estupendamente y todo ello acompañado por los habituales jugos de frutas.
A las 8 ya hemos desayunado y con la moto ligera de equipaje nos internamos por La Tatacoa. Su extensión es de poco más de 300 km cuadadros y más que desierto es una extensión árida. Está lleno de pequeños cañones arcillosos pruducidos por la erosión, y todo ello salpicado por gran número de hermosos cactus. El color ocre de su tierra lo inunda todo y le da un aspecto peculiar, hermoso y hasta cierto punto irreal.
Preparamos la moto, ponemos las maletas y es justo ahora cuando nos enteramos que para seguir nuestra ruta, y antes de volver al asfalto, deberemos hacer unas 3 horas de pista. Eso o desandar la carretera de ayer, bajar hasta Neiva, cruzar hacia la carretera principal, la 45, y volver a tomar dirección norte. Nos apuntan una tercera posibilidad. En el pueblo hay un señor que tiene una lancha para cruzar por aquí mismo el Magdalena y a pocos kilómetros de la otra orilla está un pueblo llamado Aipe, desde el que enlazaremos rápidamente con la 45. Nos parece interesante lo de la lancha, los policías nos guían hasta donde se encuentra, localizan a su dueño y ellos mismos nos ayudan a subir la moto. El resto es lo que escribí en el comienzo del primer capítulo de nuestro viaje.
Durante la travesía hay un momento en que, en caso de que la lancha vuelque, ya no pensamos en el destino de la moto ni en el de nuestra fianza, lo que más nos preocupa ahora es nuestro propio destino. El río parece profundo y presenta varias zonas con bastante corriente. Si caemos al agua, cosa que a nosotros nos parece más factible que al dueño de la lancha, con la ropa y las botas de moto puestas, nadar no nos va a resultar nada fácil…Los 15 minutos se hacen largos, pero por fin alcanzamos la otra orilla. Con la rampa que tiene la lancha, bajar la moto es más sencillo, lo peor es la subida pedregosa que tengo enfrente. Pagamos lo acordado, unos 4 euros, y el hombre nos da las indicaciones para llegar a Aipe.
– Tienen que seguir este sendero. No se salgan de el, los cercados están áltamente electrificados…Van a encontrar varios pasos por porteras. No más pasar la primera giran a la izquierda, la segunda también , la tercera….Luego llegan a una zona con un poco de barro, pero hay unos sacos rellenos de tierra puestos encima para que la gente no se manche el calzado…Y por último encontrarán dos riachuelos, pero no hay problema, se cruzan por dos pasarelas. Cuando pasen la segunda, ya estarán en Aipe.
-Y a todo esto ¿a cuántos kilómetros está Aipe?, le preguntamos.
-No, si está aquí al ladito, no más de 2 ó 3….
Primera portera y primer problema, la moto no cabe entre los dos postes y hay que quitar las maletas y además hacer maniobras. Al bajarme de la moto, sin darme cuenta ni acordarme de la recomendación, toco una de las alambres del cercado y recibo un calambrazo de aupa. ¡Empezamos bien!. En cada paso tenemos que repetir la operación de quitar las maletas, cruzar y volver a por ellas. Y todo esto con un calor y una humedad asfixiantes. Como suele ocurrir en estos casos el tramo embarrado del que nos advirtió el hombre, es más largo y tiene más dificultad de la que habíamos imaginado. Nada más entrar en el barro, con este peso y estas ruedas, no hay manera de que la moto vaya recta, no deja de hacer «eses». Antes de caerme, decido parar en medio del barrizal. Sólo me faltan unos 40-50 mt pero es imposible cruzarlos por otro sitio. Lo veo complicado, a menos que una vez más, quitemos las maletas…y que Conchi también colabore sujetando y empujando la moto para pasar la parte más complicada. Aquí estamos los dos solos, empapados en sudor e intentando que la moto no caiga al barro.
Cuando ya nos las prometemos muy felices, llegan las pasarelas, ojala sean el último problema que encontremos. Son muy estrechas, están hechas para personas, no para motos y mucho menos de este peso ni de este tamaño. Son de chapa, que está lisa como un espejo, están arqueadas y por supuesto no tienen barandilla. Como se dice coloquialmente «con más miedo que verguenza» , muy despacio, teniendo mucho cuidado en no apoyar un pie fuera de su superficie y siguiendo las indicaciones que desde el otro lado me va dando Conchi, cruzo la dos. Encontramos una mujer que se extraña de ver por este caminejo una moto de este tamaño. Nos dice que ya estamos en Aipe, aunque nosotros no vemos ninguna casa…»Tiene que subir esa cuesta de la izquierda…». Es muy empinada, pero después de lo que llevamos y las ganas que tengo de beber algo, la subo sin pestañear. Con buen criterio, y para no tentar nuestra suerte, Conchi decide subirla andando. Cansados, sudados, con las ruedas de la moto y las botas llenas de barro, llegamos a la plaza. Deben haber sido los 2 kilómetros más largos de nuestros viajes, miro la hora y veo que casi hemos tardado 45 minutos en recorrerlos…
Desde que embarcamos en Villavieja no hemos tenido un momento de relajación, ahora ya sí. Nos sentamos en una terraza y pedimos unos jugos de lulo. «¿Una jarra para los dos?» pregunta la mesera (camarera). «»Nooo…Una para cada uno» respondemos a la vez. Al poco vuelve con dos jarras de más de 1 lt cada una…Allí nos encontramos con un chico que baja hasta Ecuador en bicicleta, y charlamos un largo rato con él acerca de nuestros respectivos viajes. Nos hacemos unas fotos juntos, y la mesera, al vernos, también quiere tener un recuerdo de aquella moto que apareció un buen día por Aipe.
Volvemos al asfalto de la 45 y poco antes de Girardot ésta se une a la 40, la ruta que lleva desde Bogotá a Ibagué y que es famosa en toda Colombia por ser la carretera que soporta el mayor tráfico de camiones. En la ciudad de Melgar paramos a pasar la noche. Sólo nos separan unos 80 km de la capital. En Melgar nos cuentan que hace no tantos años, por la misma ruta que tomaremos mañana, a tan sólo 20 km de aquí empezaba una zona dominada por la guerrilla. Viajar de Melgar a Bogotá podía llegar a ser muy peligroso. Hoy en día el peligro se encuentra en el sinuoso trazado que, debido a las montañas, en este tramo tiene la 40, en el intenso tráfico que soporta y en lo destrozado que está su asfalto. Ya estamos en la entrada sur de Bogotá y el GPS indica que todavía faltan 24 km para nuestro destino. el local donde debemos devolver la moto. A diferencia de la entrada norte, ésta zona es mucho menos agradable. A los lados se ven barriadas muy pobres y casi sin infraestucturas. Sin más novedad que los «trancones» típicos de la capital, casi tres horas después de entrar a Bogotá llegamos hasta la calle 72a. Hacemos la devolución de la moto y les comento la incidencia del embrague para que lo revisen, aunque desde que la repuse el nivel no ha vuelto a bajar, ni a dar ningún problema.
Aquí nos esperan nuestros amigos Oscar Enrique y Miriam, como tenemos tiempo comemos juntos y luego nos llevan hasta el aeropuerto, donde tomamos un vuelo hasta Cartagena. Por delante tenemos unos días que aprovecahremos para conocer, de manera distinta, otra zona totalmente diferente de las que acabamos de recorrer en Colombia. Y de paso celebrar el día de Navidad en un ambiente caribeño.
Finalmente el viaje ha sido una experiencia mucho más satisfactoria e intensa de lo que esperábamos. Desde luego que Colombia nos ha sorprendido por la belleza y espectacularidad de sus paisajes, pero especialmente por su gente. Es algo que quedará siempre en nuestro recuerdo. Creo que podemos afirmar, sin posibilidad de equivocarnos, que de todos los países que llevamos visitados, éste es en el que nos hemos sentido mejor tratados y mejor acogidos, y que no hubo un sólo momento ni lugar en el que esto no fuera así.
¡¡ Hasta pronto Colombia !!
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