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  Comenzar una crónica sobre un recorrido por el sur de Africa con una foto de un viaje a Suecia, y además realizado hace 25 años, parece extraño. Pero sigue leyendo y verás el por qué.

Cuando hace años empezamos a viajar fuera de la península, a menudo cometíamos el mismo error. A veces al llegar a un país o una ciudad comentábamos que, por unas o por otras causas, seguramente sería la primera y la última vez que lo visitábamos. Eso nos sucedió en 1989 cuando viajamos hasta Checoslovaquia (entonces un solo país y bajo un régimen comunista) y al año siguiente, por distintos motivos, cuando lo hicimos a Suecia… Poco tiempo después volvimos a ambos países. Aunque para entonces, Checoslovaquía se había dividido en dos. También al contrario, en mayo de 1992 cruzábamos desde Argelia a Marruecos por una pequeña frontera. Volvíamos de una travesía desde Tamanrasset y lo hacíamos  con el convencimiento de que al próximo año regresaríamos a Argelia. La guerra civil encubierta hizo que pasaran 18 años hasta que pudimos volver. Por estos, y otros casos similares, hace tiempo que evitamos aventurar acerca de si volveremos o no a un país.

  En el verano de 2015 me encontré en Alba de Tormes con un amigo que pertenece al cuerpo diplomático. Me comentó que ya no estaba en la embajada de España en Angola, lugar al que nos había invitado a visitarle, ahora le habían trasladado a Sudáfrica. Vivía en una ciudad situada entre Johannesburgo y Pretoria, y por supuesto me reiteró la invitación. Le conteste: «lo veo difícil. Ya sabes que estuvimos por allí cuando hicimos el viaje a las Cataratas Victoria. Pero gracias Manuel, porque nunca se sabe…». Por entonces no teníamos aún definido nuestro próximo viaje. Después de que por unas u otras causas descartáramos  nuevos destinos, al final resultó que decidimos volver a Sudáfrica. Haríamos una ruta totalmente diferente a la de la primera ocasión y de paso viajaríamos por 2 países nuevos para nosotros, Mozambique y Suazilandia.

  «Oye Manuel, que en diciembre nos vemos» le escribí. Rápidamente me contestó: «Estupendo, vete dándome datos del viaje para ayudaros en lo que pueda».

   «Gracias. Ahí te va la primera pregunta ¿cómo están por ahí las cosas?».

  Como siempre, todo lo que leas más adelante,  está sacado de nuestras vivencias,  de lo que unos y otros nos contaron, y de como lo asimilamos e interpretamos.

  En nuestra anterior visita a Sudáfrica, en 2008, muchos blancos con los que hablamos repetían lo mismo: «esto puede estallar en cualquier momento y nos veremos como en Zimbabwe. Confiamos que mientras viva Mandela,  la cosa seguirá relativamente tranquila…». Mandela murió en diciembre de 2013, de momento no ha pasado nada, o eso nos parece…Pero muchos blancos insisten «algún día pasará». Mandela definió a Sudáfrica como «el país del arco iris». Queda bien como frase de integración, como reclamo turístico e incluso para hacer una bonita bandera.

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  Al decir esto, lógicamente él hacía referencia a las diferentes etnias que la habitan.  Desde la distancia es muy fácil dividir a sus habitantes en blancos y negros, pero dentro de unos y otros hay varias divisiones más. En el primer grupo están los Afrikaners, africanos desde hace varias generaciones y con ascendencia europea (principalmente holandesa) y el resto de occidentales, mayoritariamente  anglosajones. Su pensamiento e ideas no siempre han tenido que coincidir, y ello fue motivo de alguna que otra guerra. Dentro de los negros la lista ya es más larga, están los zulú,  xhosa, venda,  swazi…Y  cada uno también con sus «peculiaridades». Por si no fuera suficiente, hay otros 2 grupos con cierta relevancia, los mestizos (coloureds) y los asiáticos.

  ¿Y el idioma oficial?. Para dejar a todos contentos la constitución post-apartheid reconoció once. Inglés,  afrikaans y el de ¡¡¡ casi todas las demás etnias !!!. Si piensas viajar por allí, no te preocupes, las señales están en inglés, y como mucho en afrikaans. Y cuando es así, normalmente tienen al lado su traducción al primero. Además, en cuanto te escuchen hablar se percatarán de que no eres del país y todos te hablarán en inglés. Excepto cuando das con el reivindicativo de turno y ya no es tan fácil entenderse. En una ocasión pregunté (en inglés, claro)  a un grupo de 3 ó 4 trabajadores negros por dónde llegar a una calle. Uno de ellos, con grandes voces y de malas maneras, en inglés eso sí, me contestó que no tenía por qué entender el idioma que yo le hablaba, que esa no era su lengua y tal  y tal. Sus compañeros se quedaron tan sorprendidos como yo, ninguno se atrevió a responderme, y yo me tuve que ir a preguntar a otro sitio.

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   Sudáfrica tiene algo más del doble de extensión que España. Cuenta con unos 51 millones de habitantes, el 80% negros, el 10% mestizos y de otras razas, y el otro 10% restante blancos. Pero resulta que este último 10% es quien tiene los medios económicos y los negocios más prósperos . El negro es quien te sirve en el restaurante, el que te llena el depósito de gasolina, quien te ayuda a llevar el equipaje, la mujer que limpia en una casa, el que vuelve andando, dándose una buena caminata, desde el trabajo hasta su barrio… y siempre cargando cosas en sus manos o sobre su cabeza. El blanco es el dueño de ese restaurante, de la gasolinera, el gerente del hotel, la dueña de la casa donde limpia la negra, el que si va a pie es porque está haciendo deporte… Esto no ha cambiado mucho desde nuestra visita anterior.

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  Pero ahora también son negros quienes abarrotan los centros comerciales, los locales de comida rápida, los policías que patrullas las calles o que te paran en la carretera, quienes conducen su propio Toyota nuevo, los que emprenden nuevas empresas…Y que van conformado una creciente clase media negra. En todo esto si hemos notado cierto cambio.

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  El apartheid (en idioma Afrikaans significa «separación») se instauró en 1948. Los blancos vieron en este injusto sistema de legislar la forma de no perder el poder, ni el político ni el económico. Si ya has pasado de los  50 años, recordarás cuando todavía estaba vigente, no hace tanto de ello.

  ¿Recuerdas cómo era tu vida cuándo en España se disputaba el mundial de fútbol del 82?. Pues en aquellas fechas, en Sudáfrica los negros llevaban años que en público tenían que sentarse en asientos distintos de los blancos, vivir alejados de donde vivían estos (de ahí el nacimiento de los barrios conocidos como townships). Necesitaban unos pases especiales (restringidos sólo para motivos laborales) para poder moverse por el país. Les estaba prohibido bañarse en las mismas playas que los blancos. Por supuesto, que no se les ocurriera usar los mismos aseos públicos. Tampoco podían acceder a la misma enseñanza, y por esto los trabajos especializados les estaban vetados. Mandela llevaba un buen número de años en la cárcel de Robben Island…y todavía le quedaban más de 10 para salir libre. Acerca de si los negros podían votar o no, mejor ni hablamos. Y esto es sólo una pequeña muestra de las leyes del apartheid.

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  Todavía faltaban 7 largos años para que la llegada de De Klerk a la presidencia del país, y la cada vez más creciente presión, y especialmente el boicot internacional, hicieran posible en 1993 el fin del apartheid. Sudáfrica se estaba quedando aislada del resto del mundo. Por este motivo, y más por imposición que por convencimiento, los blancos aceptaron la derogación de las leyes racistas y que todos los habitantes del país tuvieran derecho al voto. Pero sería ingenuo pensar que la integración iba a ser fácil. En 1994 el partido del ANC (Congreso Nacional Africano) que aglutinaba a la mayoría de los votantes negros,  ganó las elecciones, como no podía ser de otra manera, de forma aplastante. Mandela fue nombrado presidente y se hizo una nueva constitución. Los negros empezaron a ocupar en la administración puestos vetados hasta entonces, ahora era a los blancos a los que se les impedía acceder a ellos. A estas nuevas leyes laborales se las llamó «discriminación positiva». Viendo el cariz que tomaba la situación, alrededor de 1 millón de blancos dijeron «bye, bye Sudáfrica» y abandonaron el país.

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   Los blancos perdieron el poder político, pero de momento siguen manteniendo el económico. Hoy en día muchos negros continúan viviendo en la pobreza. En el 2008, y  ahora también, muchos sudafricanos negros piensan que la lucha contra el  apartheid no fue para que, a pesar de tener más oportunidades, tener que seguir siendo pobres. La libertad es algo grande, pero nadie les dijo que ahora hay que pagar la luz, el agua, los impuestos…Pero las subvenciones a los negros, por parte del ANC, alimentan  esa forma de pensar.  Así que aunque parezca mentira, tienen que venir negros de Zimbabwe, y países limítrofes, a hacer los trabajos que no quieren hacer los sudafricanos. Por supuesto, la llegada de estos trabajadores extranjeros está dando lugar a nuevos comportamientos raciales, ésta vez entre negros.

  Una de las muchas historias que nos contaron en Sudáfrica es la siguiente. Está ambientada en 1994. El entrenador de uno de los mejores  equipos de cricket del país necesitaba un lanzador, y dentro del país no encontraba uno lo suficientemente bueno, y que pudiera fichar para su equipo. Un día ve en la Tv un reportaje de la CNN acerca de la guerra de los Balcanes. En el aparece un soldado bosnio combatiendo cerca de Sarajevo. Es capaz de lanzar una granada a un edificio a 50 m. y meterla por el agujero de un cristal roto. En otras imágenes aparece lanzando otra granada a un coche en circulación, y conseguir que entre por el pequeño hueco que dejaba una  ventanilla mal cerrada. «Ese es el lanzador que necesito». Logra ponerse en contacto con él, convencerlo, y en un mes está todo preparado. Atrás deja la guerra y viaja a Sudáfrica. El entrenador tiene que enseñarle los secretos del cricket. Después de dos semanas concentrado con el equipo, y con unos entrenamientos intensivos, el bosnio ha aprendido rápido. El entrenador está muy contento y le pregunta si necesita alguna cosa. El bosnio sólo pide un teléfono para llamar a su madre. «¿Qué tal estáis , madre?», pregunta. «Muy enfadados contigo. Tú ahí tan tranquilo y mientras nosotros aquí pasándolo mal. Hace una semana violaron a tu hermana y dieron una paliza a tu hermano que acudió a defenderla. El otro día mataron a 2 vecinos y les incendiaron la casa. A tu padre, ayer le robaron el coche a punta de pistola… Nunca te perdonaré que nos hayas traído a esta maldita ciudad, Johannesburgo o cómo se diga. Estábamos más tranquilos en Sarajevo…». La historia no nos resulta nueva, cambiando el deporte y el nombre de la ciudad, ya nos la habían contado en algún otro país

  ¿Es Sudáfrica un país tan violento como se dice? ¿puede un blanco viajar a su aire con tranquilidad?. Que en los últimos años ya no figure en esas listas de «los 10 países más peligrosos del mundo», ya es  un dato alentador. También Suazilandia hace poco tiempo que ha dejado de aparecer en ellas, pero no por esto hay que olvidar ciertas precauciones antes de meterte a viajar por estos 2 lugares. Si ambos han desaparecido de esas posiciones, se debe más a lo que ha aumentado la violencia en otros países que por lo que ha disminuido en ellos. En Sudáfrica las cifras de homicidios y muertes con violencia señalan cerca de 18.000 al año, ¡¡ casi 50 cada día !!. Quien más quien menos tiene un arma o conoce a alguien que la tiene, unos para atacar y otros para defenderse.

  En la crónica de nuestro primer viaje contábamos algunas cosas que más habían llamado nuestra atención, una es la siguiente. En los bares frecuentados exclusivamente por negros tenían la barra protegida por unas rejas hasta el techo, a través de la cual pagabas y te daban la bebida. Según nos explicaron en el primero que entramos, es porqué en cuanto los parroquianos se pasan un poco con el alcohol, ya está liada una pelea…. Por las medidas que toman los que están detrás de la barra, éstas deben ser muy violentas.

  Pero la violencia no está sólo en los barrios marginales, donde abundan las mafias y las drogas. Cuando en muchos lugares ves que las casas de los blancos, y también los hoteles, tienen grandes medidas de seguridad, tapias, rejas, vallas con concertinas y electrificadas, fuerte seguridad privada…es por algún motivo. Quien circula de noche no se detiene ante un semáforo en rojo, en cualquier momento te pueden romper un cristal del coche y apuntarte con un arma. Si por alguna causa nosotros éramos el objetivo, al viajar en moto les estábamos ahorrando trabajo.

   La primera noche, mientras Manuel nos llevaba en su coche de regreso a nuestro hotel, nos contaba esto último, y además lo ponía en práctica. No era una método  particular suyo,  después nos lo comentó  más gente. Hay zonas en las que al caer la noche a ningún blanco se le ocurre salir de casa. En el resto, a ningún blanco ni a ningún negro.

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 Nuestra experiencia, en este y en el primer viaje, es que nosotros nunca tuvimos esa sensación de peligro. Y por supuesto salimos de noche… Aunque hubiera sido de tontos no tomar las medidas adecuadas, pero sin llegar a obsesionarnos. Pero ojo, no nos engañemos, una cosa es estar de viaje unas semanas y otra es tu día a día…Nadie es racista con el que tiene lejos, lo es con su vecino. Las enormes desigualdades son visibles continuamente. En las afueras de cualquier gran ciudad, y no tan grande,  si según vas conduciendo giras la cabeza, a un lado verás todo el esplendor y  lujo del primer mundo. Si lo haces al contrario, te darás de bruces con lo más bajo del llamado tercer mundo. Y no es ninguna metáfora, es la pura realidad. Dos mundos tan opouestos y separados por sólo unos metros de asfalto.

  Después de recorrer en está ocasión unos 4.000 km. y ver lo que vimos, si yo viviera en en este país, tendría los mismos temores y tomaría las mismas precauciones que los blancos. Y si fuera negro supongo que también anhelaría conseguir, imagino que por cualquier medio,  lo que tiene los blancos. Que hasta ahora no haya habido una «revuelta general», ni mucho menos significa que nunca vaya a suceder, y la situación no parece ir a mejor. Aquellos días, cuando el mundial de rugby de 1995,  que quedaron reflejados en  el libro de John Carlin, «El factor humano», y luego en la película de Clint Eastwood , «Invictus»,  en los que todo el país vivió la unión de sus habitantes en favor de aquella causa, parece que quedaron en el olvido…

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Las motos

 

   Para el viaje a las Cataratas Victoria, Motorrad Rentals  ( www.motorradrentals.com ) fue la elegida para proporcionarnos las motos. Aquel viaje lo llevamos a cabo con la colaboración de varios patrocinadores, y precisamente uno de ellos fue la propia empresa de alquiler de las motos. Aunque en estos 7 años las compañías de alquiler en Sudáfrica se han multiplicado (señal de que hay clientela),  estaba claro que para esta nueva ocasión sería más fácil, rápido y ventajoso para nosotros llegar a un acuerdo con Motorrad Rentals que con cualquier otra.

  En sus tarifas el precio total del alquiler por 19 días era de unos 1.700 euros por cada moto (incluidos permisos, extras, recogida y entrega en diferentes ciudades, e impuestos). A partir de ahí comenzó la negociación, ya que lógicamente no es lo mismo alquilar una moto unos pocos días, que alquilar 2 y además durante casi 3 semanas. Como ya nos conocíamos, y ambas partes teníamos buen recuerdo de la primera colaboración, en 7 días quedó cerrado todo el asunto de las motos. Además tuvimos la suerte de nuestra parte, la moneda local, el rand, llevaba bajando su cotización desde finales del verano, y el pago se hacía en ella.

  El 7 de diciembre, en su sede próxima a Johannesburgo ( mira que casualidad, en Centurion, precisamente donde vive nuestro amigo Manuel) nos esperaban 2 BMW  F 700 GS, equipadas con maletas y top case. Las devolveríamos 19 días después en  la sede que tienen en Ciudad del Cabo. Junto con las motos nos entregarían la documentación necesaria para poder pasarlas tanto a Mozambique como a Suazilandia.

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   Con este mismo modelo ya habíamos hecho otros viajes. Uno por Sudamérica, y otro por Centroamérica , por lo que ya conocíamos bien su comportamiento. Hay que tener especial atención con su anchura trasera. La forma de sus maletas hace que tengas que ser cuidadoso si tienes que meter la moto por sitios estrechos. Una cosa que no me gusta, no entiendo por qué la pantalla de serie es tan ridículamente baja. Por lo demás su conducción es agradable y son motos cómodas. Mecánicamente no nos dieron ningún problema, las 2 estaban en perfecto estado y con pocos kilómetros. La de Conchi con algo más de 16.000 y la mía con casi 20.000 km.

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  Solamente en una de ellas hubo que hacer un pequeño ajuste. Tras el primer día de viaje, algo más de 400 km, Conchi notó que se la cargaban mucho los brazos, cosa que nunca la ha ocurrido con otras motos. Comprobamos que el manillar la quedaba un tanto alejado, así que la solución era sencilla  y rápida. Aflojar los 4 tornillos de sujeción, aproximarlo unos centímetros y resuelto. Como suele ocurrir en estos casos, el juego de llaves tipo torx que había metido en mi bolsa de herramientas, terminaba justo en la medida anterior a la que necesitaba. Así que paramos en un taller,  amable y rápidamente nos solucionaron el problema. La hija del dueño se interesó especialmente por nuestro viaje, ya que ella también era conductora habitual de moto.

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  En pocos días publicaremos la segunda parte de este viaje.

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