Mi intervención y colaboración dentro de la organización de una nueva edición del Encuentro Grandes Viajeros Perú, este año ya la tercera, fue el motivo que me llevó a realizar un nuevo viaje por ese país. En la tarde del jueves 10 de octubre, igual que en años anteriores mi amiga y delegada del E.G.V. en Perú, Marisol Huacac, estaba esperándome en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Amablemente me llevó en su coche hasta mi hotel. Este año, y debido al cambio de ubicación del E.G.V, me alojé en el barrio de Miraflores, en el bonito hotel Antigua Miraflores.

La mañana del viernes me acerqué hasta el barrio de Chorrillos, donde se ubican las instalaciones de Motoviajeros Perú. Allí me esperaban sus propietarios, Iván e Inés, para realizar los trámites de la moto que me acompañaría en este viaje, una BMW 800 GS de su flota de alquiler. Como ya somos amigos de otros años, los trámites fueron rápidos y mientras compartíamos charla y un café, nos citamos en vernos al día siguiente en el E.G.V. y acordamos, como el año pasado, que el domingo por la tarde me entregarían la moto en mi hotel, de este modo podría dejar todo preparado para el lunes abandonar Lima lo más temprano posible . La tarde-noche de ese viernes la dediqué a ultimar los detalles de la celebración del evento, y junto al equipo organizador, Gladys, Thalía, Iván y la propia Marisol vistamos el salón de la Universidad limeña de San Martín de Porres, donde el sábado se ofrecerían los audiovisuales, y  dejamos todo preparado para la inauguración en la mañana del día siguiente. Del desarrollo de fin de semana del III E.G.V. Perú hay una crónica en  http://encuentrograndesviajeros.com/asi-fue-el-3o-e-g-v-peru/

Mi ruta de este año combina una primera parte ya realizada en anteriores ocasiones , con otra totalmente nueva para mí. La novedad comenzará a partir de Trujillo, iré a Cajamarca, Kuelap, Chachapoyas, Chiclayo, vuelta a Trujillo para desde aquí volver a encontrar una ruta ya conocida, recorreré el impresionante cañón del Pato, intentaré la subida que tenía pendiente desde el 2018, hasta los 4.200 m donde se encuentra la laguna Parón, posterior parada en la Universidad UNASAM de Huaraz, y para terminar como siempre en Lima. Total 2 semanas y media en el Perú y unos 3.000 k de moto .

Como había aprendido bien la lección del año pasado, quería a toda costa evitar los enormes atascos que los lunes en la mañana se forman en Lima. Antes de que aparecieran los primeros rayos del sol, a eso de las   6 a.m. ya estaba recorriendo la vía rápida que atraviesa gran parte de Lima. Esta vía está prohibida a las motos, aunque a esas horas confiaba en que todavía no estuviera vigilando la policía. Mi rumbo era hacia el norte, en busca de la carretera Panamericana. Más de 500 k me separaban de la ciudad de Trujillo, mi destino para ese el primer día. La mañana se presenta soleada y la ruta me trae recuerdos el año anterior en que la realicé en sentido inverso. Es el cuarto viaje que hago por este país, por que la experiencia acumulada en cuanto a cómo se circula por aquí, hace que los kilómetros vayan pasando sin grandes contratiempos.

Lo único reseñable es el fuerte viento que me acompaña desde la ciudad de Chimbote hasta cerca de Trujillo. Tras la paradas habituales en todo viaje para desayunar, repostar  y descansar, comer…Y las intrínsecas en cualquier viaje por Perú, y Sudamérica en general, tales como controles policiales, accidentes,  y rodeos por reparaciones o cortes de la vía por algún desastre natural, sobre las 16 horas entro en Trujillo.

Como conozco la ciudad, no tengo dudas a la hora de buscar hotel, voy directo al Libertador, este año renombrado como Costa del Sol Trujillo, que se levanta en una esquina de la Plaza de Armas dentro de un bonito edificio colonial.

Tras los saludos a los empleados que me recuerdan del año pasado, llamo a una de mis amistades en la ciudad y quedamos para cenar juntos y ponernos al día. La sobremesa no se puede alargar mucho, mañana temprano dejaré la ciudad. A diferencia de Europa, acá las distancias en kilómetros no dejan de ser una simple cifra desconocida para la mayoría de la gente. Acá las distancias no se miden de ese modo, se miden en horas de viaje, y para mañana lo previsto, si todo va bien, son unas 6 ó 7 horas las que me esperan para recorrer los poco más de 300 k que separan Trujillo de la histórica ciudad de Cajamarca. Dejaré la costa del Pacífico, y la «fácil y sencilla» Panamericana.

Mañana me internaré por mis majestuosos, queridos y añorados, pero también, a veces para mí,  temidos y complicados Andes.   A partir de Trujillo será terreno desconocido para mí. Pocos kilómetros después de dejar atrás la ciudad,  tengo que reducir drástricamente la velocidad. La Panamericana se convierte en una capa de asfalto ondulado y deteriorado. Afortunadamente sólo son unos 20 k, y por un cartel informativo me entero del motivo. Las fuertes lluvias que se produjeron por todo el Perú, entre enero y marzo de 2017, causadas por el recurrente fenómeno climatológico conocido como «El Niño», se cebaron especialmente en estas provincias del norte del país. En ellas hubo más de 100 muertos y casi 150.000 damnificados. A pesar del tiempo transcurrido, los desperfectos en la carretera y terrenos cercanos son bien visibles, aún así es difícil imaginar como debió quedar toda esta zona tras el paso de «El Niño» aquel año.  En Pacasmayo, a la izquierda, debo tomar la carretera que me llevará a la cordillera, pero antes paro a ver uno de los habituales y coloridos  mercados que se reparten por todo el país. Aprovecho y compro algo de fruta y bebida para el día de hoy.

Reposto en una gasolinera situada en el mismo cruce y pregunto a la chica que me atiende por el estado de la ruta. Seguramente ella no habrá ido nunca a Cajamarca, pero la gente que trabaja en las gasolineras casi siempre son un buen punto de información

-La ruta es complicada, muy revirada en la sierra. ¿Pero de veras va ir usted manejando hasta Cajamarca en esta moto? ¿y por qué  no toma el bus?. Irá mejor que en la moto…

 Ya estoy acostumbrado a que en muchos países la gente no entienda porqué uno viaja en moto pudiendo hacerlo en otros medios, así que su pregunta no me sorprende. Con  el depósito lleno, y la fruta y la bebida en el topcase, arranco y pongo rumbo a Los Andes….

La soledad, el viento frío, las alturas excesivas, los paisajes increíbles, las carreteras retorciéndose una y otra vez, esto son Los Andes. A medida que asciendo el cielo se va cubriendo, aunque no tiene aspecto de que por el momento vaya a llover. Atravieso muy pocas poblaciones y no encuentro grandes inconvenientes en el camino, algún que otro corto tramo de tierra y poco más. Cerca de Cajamarca el tráfico, hasta ahora inexistente, comienza a ser más numeroso, poco a poco me interno en la ciudad. Voy derecho al mejor hotel de Cajamarca que, cómo no, se encuentra en la Plaza de Armas. ¡¡Sorpresa!! no hay habitaciones libres y me indican otro hotel cercano. En esta segunda opción ya no tengo problemas y rápidamente me instalo. Tengo que salir sin tiempo que perder, primero a almorzar  y luego a conocer la ciudad, ya que mañana volveré a la carretera. A pesar de estar a casi 3.000 m. de altitud, la temperatura es agradable, pero tan pronto abandono el hotel, la lluvia comienza a caer con insistencia.

Cajamarca tiene una población de algo más de 300.000 habitantes y por lo que veo es una ciudad con una gran actividad comercial. Algo lógico ya que por aquí las ciudades con un cierto número de habitantes, están muy separadas entre si, y ellas constituyen el centro neurálgico de los negocios abarcando una gran zona. Tengo suerte y deja llover, me gusta la imagen que la ciudad me muestra. La tormenta ha dejado paso a un cielo azul y el sol se refleja en sus calles húmedas y en sus edificios.

Conocer lo qué ocurrió aquí hace siglos, es de vital importancia para entender algo más todo el devenir de la conquista del Perú. En el año 1532 sucedió un hecho clave en la historia, no sólo de Sudamérica, también de la de nuestro país. Aquí fue hecho prisionero el último rey Inca, el poderoso Atahualpa, a manos de los conquistadores españoles comandados por el hombre clave en la historia del Perú, Francisco Pizarro. El suceso ocurrió en la plaza de la ciudad, la misma que piso ahora, donde Atahualpa y su sequito fueron rodeados por los españoles. Las crónicas cuentan que tras su captura, el Inca accedió a entregar a Pizarro todo su tesoro. Atahualpa marcó una línea en la pared de la habitación donde estaba preso y se comprometió a llenarla de oro hasta esa altura, prácticamente hasta el techo. Procedente de todos los rincones del imperio Inca, durante meses fue llegando el oro. Atahualpa había cumplido su promesa.

Pero los españoles no sólo querían los tesoros de los Incas, también su imperio, y para ello lo primero era acabar con la vida de su prisionero y en su lugar nombrar a otro rey Inca con menos carácter. A pesar de haber cumplido su promesa, Atahualpa fue acusado de no querer aceptar la religión cristiana y de haber tirado al suelo, y con desprecio, una biblia que le entregó un fraile español. Evidentemente el Inca no entendía absolutamente nada, ni de lo qué le decía el fraile ni de lo qué representaba aquel libro indescifrable que le habían entregado. Tras un rápido juicio por su afrenta, Atahualpa fue ejecutado. Los Incas se quedaron sin su rey y pronto se quedarían sin su imperio, el próximo objetivo de los conquistadores sería tomar la capital del imperio, Cuzco.

 En esta ciudad se produjo otro hecho que de nuevo marcó la historia, en Cajamarca se produjo el primer matrimonio mixto del Perú. Debido sin duda a su visión política, Pizarro, que contaba la edad de 54 años, tomó por esposa a una joven princesa Inca, 14 años tenía la criatura. Este hecho significó el inicio del mestizaje, de vital importancia para el desarrollo de los siguientes siglos.

Visito la supuesta habitación donde Atahualpa pasó sus últimos meses y donde trazó la famosa línea. Como todos los edificios de interés se agrupan alrededor de la Plaza, tengo tiempo de visitar la catedral de Santa Catalina, el convento de San Francisco y la iglesia de Belén. En esta última recorro uno de los primeros hospitales de Sudamérica, y también el interesante museo  médico de la época que en la actualidad alberga este edificio.

Recibo una llamada de un amigo limeño, le comento mi etapa de mañana y me da una noticia que hace saltar por los aires mis previsiones. Hace un par de años él hizo ese camino en autobús y lo recuerda como una mala experiencia. Según él, tardó unas 18-20 horas en llegar hasta Chachapoyas, separada de Cajamarca por 320 km. Mi ruta de mañana no llega hasta esa ciudad, ya que quiero parar antes para visitar las ruinas de Kuelap, el pequeño «Machu Picchu», pero aún así sólo son unos 40 km. menos que a Chachapoyas. No me concuerdan las horas con los kilómetros, aunque él hiciera el recorrido en bus. O mi amigo está equivocado, o la carretera tiene que ser mucho peor de lo que imagino, pero en este país todo es posible…

 Con la incertidumbre en el cuerpo, bien temprano lleno el depósito, guardo algunas provisiones y salgo a la carretera. Al principio todo es felicidad, un asfalto increíblemente perfecto y una agradable temperatura. “Mucho tiene que empeorar esto para que en menos de 8 horas no esté yo en Kuelap”…Con esas falsas ilusiones voy devorando kilómetros. Pero al llegar al pueblo de Encañada, todo cambia, y de qué manera…

Desaparece la buena carretera que traía y ésta deja paso a una más acorde con lo qué estoy acostumbrado cuando viajo fuera de las vías principales de este país, es decir, se vuelve peligrosa, estrecha y con un asfalto muy deteriorado. Pero eso no es lo peor que me voy a encontrar…Unos 3 k después del pueblo hay una barrera y un hombre a su cargo. Pregunto el motivo y me dice que el tráfico está cortado desde las 6 hasta las 18 horas, ya que están asfaltando la carretera. Insisto en que me deje pasar, pero lógicamente es inflexible, son las órdenes que tiene. No me queda otra opción que rogar e insistir, ya que en caso que no pueda seguir por esta carretera, la única opción de llegar a Kuelap, pasa por desandar los 40 k que llevo hechos, volver a Cajamarca, luego a  Pacasmayo y tomar otra ruta más al norte. Todo ello implica un rodeo de unos 500 k extras, lo que significará que la ruta y las etapas previstas de mi viaje se irán al garete. Mi insistencia da sus frutos.

-Está bien, está bien, apartaré la barrera, pero le aviso que más adelante hay un control de policía y ellos no le dejarán seguir.

Pero de momento logró seguir por la ruta prevista. El paisaje se vuelve simplemente espectacular, aunque la niebla, lo delicado de la carretera y mis pensamientos acerca de cómo salvar la siguiente barrera, me impiden disfrutar plenamente del entorno. De momento sigo durante casi una hora subiendo y bajando cumbres. Hasta me ilusiono con la idea de que no haya tal control de la policía.

Pero todo mi gozo en un pozo, al final de un descenso encuentro la barrera que me anunciaron. Un policía me dice lo que no quería escuchar, que hasta las 18 h por allí no va a pasar ningún vehículo. Y quien me lo dice parece inflexible. No hay más remedio que intentarlo.

-Mire señor agente, soy médico y a las 19 h me esperan en la municipalidad de Chachapoyas para hacer una presentación (lo que en España llamamos dar una charla) acerca de la higiene y métodos sanitarios en el ámbito rural.

Es una disculpa que venía rumiando por el camino, pero no toda es falsa. Aunque profesionalmente no me dedique a la medicina, sí es verdad que soy médico, por lo que sólo es una mentira al 50%. Al policía no parece  importarle mucho lo que le cuento, espero a ver si cambia de opinión. Durante el tiempo de espera consulto el móvil por si hubiera algún mensaje desde España, ya que por la diferencia horaria es un buen momento, pero observo que no tengo la más mínima cobertura. «Eso ahora es lo de menos. Además, así el policía tampoco podrá comunicar con el Ayuntamiento de Chachapoyas para comprobar la veracidad de mi historia», me digo a mi mismo. Tras casi media hora de insistir, quien tiene el mando debe estar aburrido de mí y pensar «cualquiera aguanta a este tipo de la moto aquí todo el día con la misma historia», por lo que accede a apartar  la barrera y dejarme continuar, no sin antes hacerme una advertencia.

– Le voy a permitir el paso, aunque un poco más adelante están las máquinas asfaltando. Allí se encontrará con el ingeniero de la obra y será él quien le obligará a esperar hasta que se abra el tráfico.

De momento, igual que en la anterior barrera, he logrado otro pequeño avance, que quizás al final no me sirva para nada. No sé si mi «disculpa» funcionará también para el mencionado ingeniero, pero lo que es evidente que a partir de las 18h, que es cuando aquí se hace de noche, ni loco pienso conducir por esta ruta. Ya veré cómo resolveré el asunto, de momento agradezco al policia su permiso, arranco, meto primera y salgo en busca de la que espero sea mi última barrera. Pocos kilómetros adelante, la encuentro. Paro junto un hombre que creo es el ingeniero, aunque él quiera evitarlo, su rostro muestra que se debe estar preguntando cómo demonios he logrado llegar hasta este punto. De nuevo tengo que argumentar el motivo de llegar hoy a Chachapoyas. Le resulta lo suficiéntemente convincente para permitirme el paso más rápido de lo que había imaginado, respiro aliviado. Antes me insiste una y otra vez en que no me salga de la estrecha franja que hay al lado izquierdo de la carretera, la zona  que la máquina asfaltadora todavía no ha pisado. De lo contrario arruinaré todo su trabajo de esa mañana. Le aseguro que así lo haré y le doy las gracias por su comprensión.

Con todos los inconvenientes que me llevo encontrados hasta ahora, conducir por la reducida parte de la carretera  que me ha indicado, es pan comido. Además, pensaba que serían muchos kilómetros pero la realidad es que solamente son unos 10 o así. Al llegar a una aldea, que está en un valle y parece deshabitada, termina el reasfaltado.  La temperatura sube y a los pocos kilómetros empieza una larga, muy larga, ascensión a una nueva montaña, cuya cumbre ni siquiera atisbo, debido además de su imponente altura, a que la cima está cubierta de nubes. Antes de que la carretera se empine hacia el cielo, hago una parada para comer algo y vuelvo a consultar el teléfono móvil. Consigo lo primero, recobrar fuerzas, pero veo que el teléfono sigue fuera de toda cobertura. Tendré que extremar la precaución, nadie sabe que ando por aquí y ahora el teléfono sólo me sirve para hacer fotografías.

Todos los que viajamos en moto hemos pasado situaciones complicadas, bien por el clima, la ruta, caídas, averías..etc, por ese motivo hace tiempo que dejé dejé de «regodearme», a diferencia de otros, a la hora de comentar las momentos realmente difíciles, así que sólo diré que me encontraba ante una de esas situaciones.

Debido al trazado, lo estrecha que es la carretera y que a causa de la niebla no veo más allá de 2 ó 3 metros, conduzco con mucho cuidado y el ascenso, aparte de su longuitud, parece no tener fin. En realidad, conducir extremando al máximo los márgenes de precaución, es mi única y más sensata opción si quiero llegar de una pieza hasta Kuelap. La situación en la que me encuentro me resulta familiar, carretera muy estrecha, de una sola vía la dicen por acá, niebla, frío y soledad. Me recuerda tramos similares recorridos en diferentes ocasiones por Los Andes, no sólo los peruanos, también en Colombia o Ecuador. En cada curva toco repetidamente la bocina por si algún vehículo viniera en dirección contraria. En estas condiciones es inevitable pensar en qué me sucedería en caso de accidente, o avería, en una situación como esta, sin teléfono móvil y sin que nadie me espere a la noche en ningún lugar.

 La situación empeora un poco más,  ya que la niebla no desaparece del todo y ahora se acompaña de una fina lluvia, luego se vuelve más intensa, pero no encuentro un lugar lo mínimamente seguro donde parar para ponerme el traje de lluvia.  A mi izquierda tengo el barranco al abismo, a la derecha la pared de la montaña, y la anchura de la carretera no permite el cruce, con un mínimo de seguridad, de un coche y mi moto, aunque creo que en todo el día, excepto los coches de la policia y de las obras, no me he encontrado con ningún en todo el día. Cerca de lo que supongo es la cima, atisbo que hay unas pocas casas, paro enfrente de ellas y me protejo en condiciones. Mientras consulto mi pequeño y viejo, pero fiable GPS, intentando adivinar cuándo dejará de retorcerse esta carretera, veo que la altura no es excesiva, ya que todavía no alcanzo los 4.000 m, al menos  no tengo que preocuparme por el «soroche», el mal de altura. Al otro lado de la carretera, junto a las casas, aparecen un hombre y un niño. Desde mi charla con el ingeniero, no he vuelto a ver a nadie, pero el hombre no tiene muchas ganas de conversación, aunque el niño está fascinado con la moto. Por situaciones similares vividas, sé que la conversación con la gente de la sierra no es fácil, suelen ser muy callados. Aún así le pregunto al niño si quiere una foto, mira a su padre, o quien sea el hombre, y éste accede a tomar unas fotos con su teléfono y con el mio, luego ambos se alejan hacia las casas sin decir siquiera adiós.

Pocos kilómetros después comienza un descenso tan vertiginoso como ha sido la ascensión, lo bueno es que a este lado el tiempo mejora y el cielo se despeja.  Estoy deseando llegar a un lugar llamado Leymebamba, según el GPS me faltan unos 20 k y a partir de este pueblo la carretera presenta menos curvas. Creo que lo peor ha pasado, no hace tanto frío y la carretera vuelve a ser de las que aquí se llama doble vía, que quiere decir que se pueden cruzar dos vehículos sin que uno de ellos deba apartarse o en el peor de los casos, despeñarse. Las montañas peladas dejan paso a un paisaje con árboles, ríos y pequeñas parcelas de cultivos, esto me gusta.

Paro en la  plaza de Leymebamba, son poco más de las 3 de la tarde, miro el GPS y veo que  faltan unos 150 kilómetros hasta Kuelap. Creo que si no tengo ningún problema llegaré antes que anochezca a mi destino, por lo que como algo y pregunto por el lugar más famoso del pueblo, su museo de momias de la cultura Chachapoyas. Están haciendo obras de restauración en el edificio, pero aún así la mujer que me atiende me permite visitar una de las salas y ver algunas de las más de 200 momias, envueltas en sacos, que en 1997 fueron encontradas en la llamada Laguna de los Cóndores. No son mas de 10 momías las que me permite ver, pero un escalofrío recorre  mi cuerpo al ver las expresiones que muestran sus caras. Tengo prisa y agradezco a la señora me haya dejado cntemplar esta pequeña muestra, me asegura que en Kuelap y Chachapoyas podré conocer más cosas  acerca de esta intrigante cultura y sus ritos de enterramiento.
Sin más contratiempos recorro un largo valle y la distancia que me separa de Nuevo Tingo, el pequeño pueblo desde el que se accede a Kuelap. En Nuevo Tingo solo hay un hotel medianamente decente,  así que la elección es rápida. La habitación no es muy grande, pero la moto tiene toda la cochera para ella sola. Al final no han sido las 18 horas de viaje que me anunció mi amigo, pero sí unas 11 horas, incluyendo el tiempo detenido en las barerras que me encontré. Lo que más me sorprende, una vez alcanzado Nuevo Tingo, no es el tiempo empleado para recorrer esos 280 k, lo que no llego a imaginar es que, lo que entendemos por autobús y por pequeño que sea, pueda recorrer la carretera de hoy, con algunos tramos tan revirados y escandalósamente estrechos.
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