Huánuco-Huaraz (320 k)

 A las 8 tengo la moto cargada y el depósito lleno. Busco la salida de la ciudad en dirección a La Unión, al momento paso del asfalto a la trocha. Por ahora no parece estar muy mal, pero esto no ha hecho más que empezar. En esta misma salida está el tercer lugar que ayer me recomendaron desde Lima. Se trata de Kotosh, un enclave arqueológico con miles de años de antigüedad,  en cuyo interior se encuentra «El templo de las manos cruzadas». Pero su entrada, por lo temprano que es, todavía está cerrada , mala suerte, para otra vez será…           

 Estoy advertido de que la trocha es muy estrecha y también que al entrar en las curvas toque siempre la bocina, si viene otro vehículo hará lo mismo y así ambos sabremos lo que nos vamos a encontrar, incluso a veces hay señales respecto a esto por si lo olvidas. Como siempre el paisaje es grandioso, la trocha asciende serpenteando por las laderas de la montañas una tras otra, como dicen por acá «es harto revirada».

Encuentro tramos en los que parece como si alguna vez hubiera sido un camino asfaltado, pero ahora está lleno de baches y agujeros. Otras veces el firme presenta el paso del tiempo, y de las lluvias, y está lleno de pequeñas piedras sueltas, pero siempre es muy estrecho. Tan al pie  de la letra me tomo lo de tocar la bocina que me encuentro haciéndolo como un loco incluso en curvas que, por su perfecta visibilidad, no es necesario, pero ya es la costumbre…  Además, así también me divierto, ya que las aldeas que cruzo parecen abandonadas y encuentro muy poca gente. Una familia que está junto al camino me hace señas para que me detenga. Me preguntan si he adelantado a algún vehículo, llevan más de 1 hora esperándolo. Les digo que sí, que acabo de dejar atrás una ranchera blanca, parece ser que es la que debe recogerles.

  Cruzo un paso con un nombre muy bonito, «La corona del Inca», estoy a algo más de 4.000 m y empieza a llover, por suerte es sólo durante pocos kilómetros. En Tingo Chico vuelve el calor, incluso aparece el sol y veo que todo está muy verde. A veces encuentro señales que indican la prohibición de circular a más de 30 k/h….¡ Qué más quisiera que poder ir al menos a esa velocidad! . También me llevo algunos sustos al entrar en pequeñas aldeas e inesperadamente encontrarme en el suelo reductores de velocidad, aquí llamados «rompemuelles» (cuando les contaba que en España también les llamamos «guardias tumbaos»,  mis amigos peruanos se partían de risa). El problema es que por la trocha  no los ves hasta que estás encima de ellos, y a veces ya es tarde…Lo mismo me sucede con un puente que, hasta que no estoy cruzándole, no me doy cuenta de su precario estado. No me explico cómo puede aguantar el paso de los coches.   

  Empiezo a notar que la cadena se ha destensado en exceso, pero me queda poco para terminar la trocha y decido seguir así hasta La Unión. Aqui paro en un taller de mototaxis para pedir una llave y tensar la cadena, pero me lo pienso mejor y pregunto al hombre del taller si me lo puede hacer él. De este modo le doy a ganar algunos soles. El hombre se pone a ello y quiere ser amable y servicial, me pregunta un par de veces: «patrón ¿así está bien tensada o la aflojo un poco?. Antes de dejar el pueblo, paso por la gasolinera, lleno el depósito, y pregunto si no encontraré más trocha.

-No, ya se acabó. Hasta Huaraz todo es pista de doble vía. Puede acelerar todo lo que quiera.

   No sé si será por la altura, o por las muchas ganas de dejar atrás la trocha, o por qué «vaina»… Pero el caso es que al escuchare lo de «doble vía»  me creo que es una autopista. Ingenuo de mi. A los pocos kilómetros me doy cuenta que el gasolinero me ha dicho doble vía, porque la carretera tiene un carril en cada dirección, el camino que he traído hasta La Unión es tan estrecho que a ese le llaman de «una sola vía». Me da igual,  el paisaje por donde discurre la carretera 3-N y la buena temperatura hacen que me divierta mucho y además pueda ir bastante rápido. Cruzo un corto desfiladero cuya belleza me deja sorprendido, ni idea de su nombre si es que tiene alguno.

  Todavía tengo otro gran paso de montaña, es el Abra Yanashalla que sube hasta los 4.720 m. La ascensión es quizás la más bonita de las que he hecho hasta ahora, lo único que me preocupa es que la cima está cubierta por nubes muy negras. De nuevo comienzo a notar un leve «soroche», me doy cuenta de ello porque intento hacer un cálculo mental de los kilómetros que me restan hasta el cruce con Huaraz, y compruebo que mi mente tiene problemas, una y  otra  vez, para  hacer una suma tan sencilla como «20 + 15 =…» 

   Me gusta mucho cruzar Los Andes, lo he hecho por todos los países por los que discurren, unas veces en solitario y otras acompañado por Conchi. Ante estos paisajes andinos, tan sumamente extremos, siempre experimento sensaciones similares. El sentimiento de lo frágil que soy,  que estoy totalmente en manos de la naturaleza y de su fuerza, y siempre temo el momento, sé con seguridad que antes o después siempre se presentará,  en que experimente algo similar a la angustia. Es ese temor ante lo que me pueda llegar a  ocurrir circulando a estas alturas y en esta soledad. Por suerte también sé que sólo es un pensamiento pasajero, que no me ocupa mucho tiempo, pero reconozco que no puedo evitarlo. ¡Qué le vamos a hacer!, cada uno somos cómo somos.                                                 

  En la cima la vista es una maravilla, si el cielo estuviera azul e hiciera 10º más de temperatura ya sería algo inenarrable, pero éste presenta un color grisáceo y el termómetro marca 2º. No estoy aquí mucho tiempo, lo justo en lo que me pongo el goretex y poco más, ya que comienza a llover, e incluso me temo que pueda empezar a nevar. El largo descenso me toca hacerlo bajo una intensa lluvia y con mucha precaución. Es una lástima, ya que la bajada presenta los ingredientes básicos para divertirse conduciendo una moto, es decir tiene un buen asfalto, anchura más que aceptable, curvas muy amplias y, como siempre, muy poco tráfico.

   Son casi las 3 de la tarde cuando llego al cruce con la carretera que viene desde Lima, aquí veo varios restaurantes y me acuerdo que todavía no he comido. Entro en uno, «no, se nos acabo la comida», en otro «no, ya hemos cerrado», en el tercero lo mismo…Es la primera vez en todo el viaje que me encuentro con gente con pocas ganas de ayudarme. No es que llegue a molestarme, si es tarde es tarde y punto,  pero si que me sorprende este recibimiento tan frío.  Tampoco hay mayor problema, siempre llevo algo de comer guardado en el top-case, es el momento de hacerme un bocadillo, comprar un refresco y listo. Antes de partir me pongo alguna prenda más de abrigo, aquí todavía hace frío y Huaraz está enclavada a 3.000 m de altitud. Miro el GPS e indica que sólo me faltan 85 k para llegar. De nuevo una carretera divertida, en buen estado y prácticamente par mí solo. No hay tiempo de parar a hacer fotografías, voy rápido, disfrutando y además tengo una cita en Huaraz. Al ritmo que voy, creo que en menos de una hora estaré en allí. 

  Con el fin de ahorrar tiempo, ayer hice una  reserva en el hotel Valencia. Llego a Huaraz, sigo las indicaciones del GPS, y después de callejear un rato, hay algo que no me cuadra. Paro y pregunto a un guardia. Resulta que en la ciudad hay 2 hoteles Valencia, uno que ya está cerrado, y el otro, el que yo reservé. Como era de esperar el GPS se empeñaba en llevarme al que ya no funciona. Estoy en la avenida principal y tengo que hacer un giro en «U», me atrevo a preguntar al guardia si me permite hacerlo sin tener que ir hasta el final de la misma. «Sí, cómo no, pero tenga cuidado» me responde. Igual que si lo hubiera preguntado en España…Resultado, tanta prisa en llegar y al final con el lío del hotel he perdido casi 45´. Desde el hotel, el bueno, telefoneo a Luz Blácido, dice que me espera en la entrada número 3 de la Universidad Santiago Antúnez de Mayolo (UNASAM).  Como no me parecía correcto presentarme allí sin saber quién había sido este señor que da nombre a la Universidad, ayer estuve leyendo un poco acerca de él. Don Santiago está considerado nada menos que «el ciudadano más inteligente de la historia del Perú», ahí es nada. Estudió en su propio país y en varios de Europa, fue un brillante físico, ingeniero y matemático e incluso en 1944 fue propuesto para el premio Nobel de Física. Dirigió muchos proyectos de centrales hidroeléctricas por todo el país y su legado, obras y estudios son de reconocimiento mundial. ¡Ahora ya puedo ir a la UNASAM con los deberes hechos!.

 El en el hotel me indican cómo llegar hasta la Universidad, no queda demasiado lejos,  pero como estoy con el tiempo justo, pido al recepcionista que me llame un taxi de confianza. Mientras llega pregunto a qué hora cierran la puerta de entrada, por si me tienen que dar una llave de ella.

-¿Sobre qué hora regresará usted?

-No sé, pero imagino que cómo muy tarde sobre las 11. No más.

-No se preocupe. Cuando llegue, toque el timbre y saldré a abrirle.

     Al llegar a la UNASAM no veo a mi amiga, pero una chica se acerca y pregunta si soy «el licenciado» Jaime Núñez. La ha dejado al cargo de llevarme hasta el auditorio. Al entrar en el veo que Luz ya está en el escenario haciendo la presentación y a continuación comienzan las otras charlas que componen la jornada. El auditorio está completo, todos los sitios están ocupados por jóvenes universitarios.                                                                                                     

 Con sorpresa y alegría compruebo que conozco a uno de los ponentes, se trata de Miguel Chávez, quien también estuvo hace unos días en el E.G.V de Lima. Mi charla es la que cierra el acto, las anteriores las han dado profesores y técnicos de turismo y, excepto la de Miguel, las otras  han sido un tanto académicas, algo dentro de lo normal. En cuanto subo al escenario, comienzo a hablar de viajes en moto por el mundo, de anécdotas divertidas, de problemas que he tenido…y todo ello acompañado con las fotos que voy pasando, me doy cuenta que me he ganado al público. Por cierto mi charla la han anunciado como  «El viajismo en el mundo…Viajar en moto». Al final todo son preguntas, fotos, felicitaciones…Incluidos el rector de la Universidad y la directora de la facultad de Administración y Turismo, Milady Carbajulca. Esta última además me hace entrega, al igual que a los otros ponentes, de un certificado por  mi intervención. Desde luego que da gusto acudir a eventos como éste, todos me tratan muy bien y me alegro mucho haber aceptado la invitación que Luz me hizo en Lima.

Junto a Luz y Miguel

Con Milady Carbajulca

  Son casi las 9 de la noche cuando dejamos la Universidad, y Luz nos lleva a cenar a los ponentes y también nos acompañan algunos profesores de la UNASAM. Aprovecho la ocasión y  entre otras cosas les pregunto acerca de los hombres que ayer me pararon camino de Huánuco. Me piden ver las fotos y me explican que son una especie de paramilitares, gente que ha estado en el ejército y que ahora hacen, voluntariamente, esas funciones de vigilancia, y que quien quiere les entrega unos soles. También pregunto acerca del por qué las paredes de muchas casas de zonas rurales están totalmente pintadas con propaganda electoral. Me cuentan que los partidos políticos, o los candidatos, pagan una pequeña cantidad a los propietarios de esas casas a cambio de que les permitan pintar allí sus proclamas electorales. En teoría, y según la ley,  después de las elecciones deberían volver a dejar las paredes como estaban antes, pero ningún partido lo hace.   

  Después de la cena Luz, Miguel y yo nos vamos a tomar unos tragos (copas). Cuando vuelvo al hotel es mucho más tarde de lo que tenía pensado, mejor dicho ya es el día siguiente. El mismo recepcionista de por la tarde sale a abrirme la puerta. Con un toque de humor, me comenta:

-Licenciado, ¿cómo fue su charla?…Parece que se alargó más de lo que usted pensaba…

Y como todos los días, mañana debo salir temprano…

Huaraz-Nuevo Chimbote (260 k)

   A pesar de las horas a las que regresé anoche, a las 7 a.m ya estoy levantándome. Creo que es el primer día que a estas horas  veo lucir un sol tan espléndido, el resto de amaneceres el cielo siempre estaba nublado. Encaro la ruta con muchas expectativas, ya que la primera parte discurrirá por un largo valle, conocido como «callejón de Huaylas», en el departamento de Ancash, del que todo el mundo me ha  hablado maravillas. Uno de los ponentes de anoche, Julio César Sotelo, es uno de los mejores conocedores de la región,  me recomendó algunos lugares y además me entregó una serie de folletos turísticos de los que precisamente él era el autor.

Antes de tomar la carretera que recorre el valle decido subir a uno de los muchos cerros que rodean Huaraz, y aprovechando la mañana soleada poder tener una vista panorámica de la ciudad. No me demora mucho tiempo y en cuanto recorro 4-5 k ya tengo lo que buscaba.                                                                                                            El más violento y devastador terremoto de la historia  del Perú sucedió en mayo de 1970, y toda esta región de Ancash fue la más afectada. Tuvo una intensidad de 7,9  y se calcula que hubo más de 80.000 muertos.  Un 97% de la ciudad de Huaraz quedó completamente destruida, la segunda ciudad más poblada de la zona, Yungay, quedó enteramente sepultada bajo un aluvión de hielo, rocas y lodo, que tenía una altura de entre 20 y 30 m y una anchura de unos 1,5 k. Este alud  se desprendió de la cima del Huascarán (6.768 m) la montaña más alta del Perú. El aluvión avanzaba hacia el este de Yungay, pero el ensordecedor ruido que producía, rebotaba en la cordillera  situada al oeste, desorientando a los habitantes de la ciudad que no sabían qué era lo que sucedía. Solamente sobrevivieron 300 personas de las 25.000 que habitaban Yungay. Desde aquí arriba mientras observo Huaraz , y parte del valle, intento hacerme una idea de la devastación de aquel terremoto, lógicamente me resulta imposible llegar a imaginar una mínima parte de  lo que fue aquella tragedia

  Entre Huaraz y Yungay encuentro bastante tráfico, pero a partir de esta población vuelvo a la habitual tranquilidad. Paro en una gasolinera y mientras estoy repostando veo que llega un vehículo, su conductor se baja, se acerca a mí y me dice.

-Buenos días ¿cómo está?. Veo que la moto tiene matrícula de Perú, pero estoy seguro que usted no es peruano ¿me equivoco?

  Le respondo que está en lo cierto, le explico el motivo de conducir una moto de este país y le pregunto el por qué sabía que yo no era peruano.

-Muy fácil. Hace pocos kilómetros nos ha adelantado a varios carros, y cada uno de esos adelantamientos los ha señalado con el intermitente correspondiente. Acá casi ningún conductor lo hace, yo incluido.

 Me está gustando «El callejón del Huaylas», la carretera serpentea junto al río Santa. A mi izquierda tengo la llamada «Cordillera Negra», formada por los Andes situados entre esta zona y el Pacífico. Y a mi derecha se levantan Los Andes centrales, conocidos como «Cordillera Blanca». Veo bastantes campos cultivados, pastos e incluso algunas zonas industriales. Paro en un pueblo llamado Caraz, es bonito, limpio, tranquilo y su gente amable. Aparco en la Plaza de Armas y veo que hay una oficina de Turismo, entro a ver que me cuentan.

    Los dos hombres que la atienden se muestran muy serviciales y me dan toda clase de información sobre la zona, en especial para ir hasta uno de los lugares más bellos de Perú, la laguna Parón. He visto algunas fotos y anoche en Huaraz, también me hablaron de ella, pero me quedaré con las ganas de ir hasta allí. Desde Caraz hay que tomar una trocha que demora unas 2 horas el llegar allí arriba (la laguna está a más de 4.000 m de altitud). Esta vez no tengo tiempo, pero seguro volveré para ir hasta la laguna Parón. Aunque no llegara a visitarla, no me resisto a poner una foto de la misma (evidentemente no está tomada por mí) para que te hagas una idea de su belleza.

 Antes de dejar la oficina de Turismo, me hacen una última recomendación.

-Si no se demora mucho por el camino, aguante para almorzar hasta que llegue a un pueblo llamado Vinzos, lo encontrará ya en la carretera de Chimbote. Busque un restaurante llamado «Casa Señora Julia», está en la misma carretera, y pida una «causa vinceña».

-¿Y en qué consiste eso de la «causa»?

-Usted pruébela, y seguro que, si algún día vuelve a pasar por aquí, no se le olvidará parar a darme las gracias. Pero recuerde, en «Casa Señora Julia».

    Cuando preparo un viaje intento conocer de antemano algunos aspectos de los lugares más llamativos por los que discurrirá mi ruta, en esta ocasión uno de esos lugares que tenía señalado era el Cañón del Pato, al que precisamente estoy a punto de entrar. Pero al final llego hasta aquí sin tener muchas referencias del mismo, sólo algunas recomendaciones que me hizo Iván Guerrero (Motoviajeros Perú) al conocer mi ruta, «no olvides llevar agua suficiente, allí no hay lugares donde comprar bebidas y hace mucho calor»   y otros comentarios de los pocos  amigos peruanos que lo conocían, en el sentido de «te va a  gustar», «es muy lindo», y cosas similares. Pero solamente  tras un un par de kilómetros recorridos dentro de él, me doy cuenta que estoy ante lo que va a constituir  el lugar más llamativo de todo este viaje, y uno de los mejores de los que, a lo largo de estos 30 años por el mundo, he podido conocer. ¿Exageración? pudiera ser, pero yo cuento lo que experimenté aquella soleada mañana conduciendo por el Cañón del Pato.

   Está enclavado a una altura de unos 1.800 m, tiene una longitud de algo más de 40 kilómetros y está formado por la separación que el río Santa hace entre la Cordillera Negra y la Blanca, con la particularidad que hay puntos en los que, entre las paredes de ambas formaciones andinas,  hay solamente 6 metros de separación. La carretera es sumamente estrecha y discurre a lo largo de la pared este de la C. Negra. En la dirección en que yo lo recorro, llevo a mi derecha el barranco que termina en el río Santa, por supuesto  no hay ninguna barrera o defensa que sirva de protección. Atraviesa 35 túneles, oscuros, lúgubres, tenebrosos, unos más cortos y otros de más de 100 metros de longitud. No siempre son rectos, también los hay que hacen curva, pero los 35 son llamativamente estrechos, con poca altura y con una forma que recuerda a los que se construyen para ser cruzados por trenes, y aquí está la explicación. Primitivamente por aquí discurría una línea férrea, más tarde cayó en desuso y su trazado fue aprovechado para construir la carretera actual, este motivo explica el porqué de sus características. 

 Hace bastante calor y en todo el recorrido no me encuentro con más de 6-7 vehículos, afortunadamente, ya que cada vez que entro en uno de los túneles, especialmente en los que por su forma no veo la salida, me encuentro tocando la bocina como si no hubiera un mañana. No quiero vivir la experiencia de, una vez dentro de uno de ellos,  encontrarme de frente a otro vehículo. Lo peor es que con el fuerte sol que hace, al entrar en un túnel, y mientras mis ojos se acomodan a la oscuridad, durante unos segundos no veo absolutamente nada, y voy rezando para que en el suelo no haya ningún obstáculo que me pueda hacer caer. Pero a pesar de todo, estoy disfrutando de una manera inolvidable.

 Aquí encuentro una presa hidroeléctrica muy conocida. Es una obra ideada en su día (1915) por Santiago Antúnez, ¿quién si no?, aunque por diferentes motivos su terminación se demoró por muchos años. En su tiempo fue una de las más grandes obras de ingeniería de la nación y abastece de electricidad a gran parte del norte de Perú. Unos kilómetros antes de la presa, un hombre y dos mujeres llaman mi atención. Están a punto de cruzar un puente colgante no apto para gente con vértigo. Me dicen que viven al otro lado, en la ladera de la montaña. Tienen prisa por cruzar, y además lo deben hacer por turnos, por lo que decido no preguntar más acerca del motivo de que habiten allí. Seguro que tiene que haber una importante razón para ello…

 Hago muchas paradas, unas para fotografiar este increíble desfiladero y las más para simplemente contemplarlo. Estoy llegando a su final y no quiero que esto termine, es de esos lugares que te quedas con ganas de dar media vuelta y volverlos a recorrer una vez más…Me viene a la cabeza el mismo pensamiento que tuve el pasado año visitando Talampaya (Argentina). «Esto es increíble y una maravilla. No me explico cómo a esto no se le da la publicidad que merece. Si estuviera situado en otro país, todo el mundo habría oído hablar de el Cañón del Pato…».

 En la aldea de Huallanca termina el Pato ¿y bien? ¿significa esto que se acabó el espectáculo?… Eso pensaba yo, pero no. Ahora me encuentro las mismas cordilleras, pero separadas por una ancho valle, eso no impide que lo que ven mis ojos siga siendo un paisaje grandioso e inolvidable. La carretera es ahora algo más ancha, pero presenta muchas curvas y el firme no es muy bueno, por lo que debo ir con mucho cuidado. Todavía me restan 70 k para conectar con la carretera N-12, que más adelante me llevará hasta la costa del Pacífico, y hasta allí siempre con la compañía del río Santa junto a mí. 

 Miro el reloj y me doy cuenta que casi son las 3, deben quedar pocos kilómetros para Vinzos y no quiero que me pase como ayer, encontrar las casas de comidas ya cerradas, por lo que aumento la velocidad. Ya en el pueblo veo varios restaurantes todos con nombres parecidos, «Casa Señora Pilar», «Casa Señora Antonia», «Casa Señora…» y todos anuncian «Tenemos Causa». «¿Cómo era el nombre que me dijeron en Caraz? Ah, sí, Señora Julia». Le encuentro al final del pueblo, pero está cerrado. Media vuelta y paro en «Casa Señora Ana», más que nada porque tiene una gran terraza y el día invita a almorzar al aire libre.

-Buenas tardes ¿cómo está usted?. Quería comer una Causa, ¿qué es lo que lleva?».

  La señora Ana (imagino) me explica que es un plato que tiene una base de sancocho de yuca, encima pescado (la mía será de atún) y ello envuelto en cebolla asada y hojas de plátano, también lleva ají y otros condimentos. No sé si será por el hambre que arrastro o qué, pero la Causa me sabe a gloria (aunque no sea de la señora Julia) . O quizás sea porque mientras doy cuenta de ella, no dejo de pensar en la maravillosa experiencia que he vivido hace pocas horas mientras recorría el inolvidable Cañón del Pato…La comento a la dueña lo sabrosa que estaba «la causa» y pido la cuenta, me cuesta 6 soles (menos de 2 euros) y vuelta a la ruta. Pronto un indicador me señala que faltan pocos kilómetros para encontrar a una vieja conocida, la carretera Panamericana.

 La entrada a Chimbote me devuelve a la dura realidad del tráfico congestionado, ruidoso y a tener que señalizar mis maniobras a base de bocinazos. Y todo ello se debe a que unas obras en la Panamericana obligan a que todo el tráfico tenga que cruzar por el centro de la ciudad. Pongo rumbo a Nuevo Chimbote, me han dicho que es más tranquilo, menos peligroso ¿?,  y con mejores hoteles. Además, mientras cruzo Chimbote (el viejo), noto que en toda la ciudad huele a rayos, concretamente a pescado podrido, «¡¡¡ufff… aquí no hay quien pare…qué peste!!!». Sobre las 5 de la tarde estoy entrando en un hotel situado junto a la Plaza de Armas de Nuevo Chimbote. Es muy nuevo y el precio de mi habitación son 35 euros, las tienen más económicas, pero lógicamente son más reducidas. Mientras relleno el formulario, la chica de la recepción me pregunta de dónde vengo.

-De cruzar el Cañón del Pato, por cierto ¿usted lo conoce…?

Esto comienza a inquietarme, no me lo puedo quitar de la cabeza…

 

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